Migrantes en las calles de Irún. (Álex Iturralde)
El chico baja del autobús. Un petate rojo y una bolsa de plástico por todo equipaje. Se llama Alou y dice que tiene 18 años, pero podrían ser 15 o 16. Ha recorrido más de 5.000 kilómetros desde que salió de Malí. Ha hecho Mérida-Irún en autobús. Antes hizo Cádiz-Mérida, y antes Tenerife-Cádiz, y antes El Hierro-Tenerife, y antes, en patera, algún lugar de la costa africana-Tenerife, y antes Bamako (Malí)-algún lugar de la costa africana. Su rostro proyecta por igual fatiga, susto y desconcierto, hasta que el voluntariado de la red de acogida le explica que le va a llevar hasta un centro de Cruz Roja para que cene y descanse. Asegura que su padre que lleva unos años en París vendrá mañana a Irún para llevárselo a una nueva vida. Y pregunta: "¿Por qué me ayudáis? ¿Es gratis?
Esa es su historia y esa es la historia, o similar, de los miles de migrantes esencialmente subsaharianos que cada año llegan a Irún casi con la única idea de cruzar rápidamente la frontera: la muga que separa esta ciudad de 64.000 habitantes -la segunda de Gipuzkoa- de Hendaya, puerta de entrada a la République Française. Y de ahí a emprender el camino a París, o a Alemania, o a Bélgica. También es la historia de un auténtico embudo humanitario que no suele protagonizar los titulares generados por otros enclaves como El Hierro, Melilla o el Estrecho.
La intensificación del tránsito migratorio en la zona a partir de 2018, cuando la Italia de Salvini cerró sus fronteras a la inmigración en el Mediterráneo Oriental y los recurrentes controles que la Policía francesa de Aire y Fronteras (PAF) efectúa en los puentes de Santiago y Behobia, cuya intensidad fluctúa en razón de las presiones políticas de turno, las amenazas terroristas o la celebración de grandes eventos como los Juegos Olímpicos, han devuelto a una triste actualidad a la comarca del Bidasoa. Un hitórico escenario de frontera, cruce e intercambio en el que contrabandistas, espías, redes de apoyo al combate contra los nazis (la famosa red Comète), refugiados españoles o portugueses, mugalaris (pasadores) y terroristas de ETA han recorrido senderos, ascendido montañas y atravesado ríos. El río. No hay fronteras en la Unión Europea de Schengen, donde rige la libre circulación de personas... europeas. Pero esta, que es una frontera interior, es bien real aunque no exista. Una frontera urbana casi de andar por casa, pero que, para algunos (6.243 en 2024, según Cruz Roja), es la separación entre dos mundos. La última frontera.
Jon Aranguren está sentado en la plaza de San Juan, en el centro de Irún, atendiendo a un grupo de ocho subsaharianos que llegaron ayer por la noche. Es uno de los voluntarios de la red de acogida de migrantes en tránsito Irungo Harrera Saera, que planta aquí su mesa explicativa cada mañana de diez a doce para explicar a los migrantes qué hacer para cruzar al otro lado. Y sobre todo qué no hacer, como tirarse al río para evitar los controles o aceptar pagar (entre 50 y 200 euros) a los profesionales del menudeo dispuestos a pasarles en el capó de sus coches.
El discurso de este voluntario transita entre la indignación y la resignación: "Lo peor de todo es la gente que no sabe a dónde va. Quieren ir a Francia, sí, porque para ellos es el país de referencia colonial y porque algunos hablan el idioma o tienen algún familiar o amigo que ya está en Francia. Pero miralos: son negros, se ve claramente, ¿verdad? Pues eso, los policías franceses, lo que hacen con ellos en la frontera son controles racistas, basados exclusivamente en el color de la piel. Yo vivo en Hendaya y cruzó a Irún todos los días y a mí no me han parado jamás...¿igual es porque soy blanco?".
En sus tareas de control, la Policía francesa actúa en virtud del Convenio de Málaga sobre readmisión de personas en situación irregular, firmado entre Francia y España en 2002, siendo presidente de Francia el conservador Jacques Chirac y José María Aznar presidente del Gobierno español. Según este acuerdo, si alguien de un tercer país ha cruzado de España a Francia o viceversa de manera irregular, en las cuatro horas siguientes puede ser devuelto al país desde el que ha cruzado. Mucho más recientemente, en enero de 2023, el Tratado de Barcelona firmado por Pedro Sánchez y Emmanuel Macron en el marco de la XXVII Cumbre Hispano-Francesa contemplaba la creación de "un grupo de trabajo hispano-francés sobre cuestiones migratorias (GCM) que reunirá a los servicios responsables de la gestión de fronteras, migración. integración y lucha contra las redes de inmigración ilegal". Sus resultados se hacen esperar en Irún...
En la puerta de la estación de trenes de Hendaya y frente al apeadero del Topo (el tren de cercanías de Euskotren cuya línea finaliza aquí), uno de los policías franceses que hace la ronda acepta hablar mientras mira nervioso hacia el fotógrafo: "Si los interceptamos y tienen papeles, comprobamos que han cruzado la frontera desde España y entonces los devolvemos a Irún. Pero si no tienen ninguna documentación y quieren pedir asilo, entonces eso se convierte en un tema de la República francesa". Los llevan al Centro de Internamiento de extranjeros (CIE) de Hendaya. "En cualquier caso", añade el agente, "el migrante subsahariano no da un solo problema. Otra cosa es el magrebí: a los marroquíes y a los argelinos les gusta mentir y pegarse entre ellos. ¡No a todos, claro!". Los métodos de control son bien diversos. En el verano de 2023, un tribunal francés ordenó suspender el control fronterizo por medio de drones entre Hendaya e Irún, tras la denuncia interpuesta por SOS Racismo...
Borja Hermoso. El País Semanal, 20-4-2025.
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