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jueves, 5 de junio de 2025

"La costurera de Chanel"

En La costurera de Chanel , Wendy Guerra se aleja de los dramas de su país, Cuba, para relatar la historia de la gran modista. Un giro que refleja la distancia escogida  por otras autoras de la diáspora. Hasta hace veinte años me era imposible trazar un mapa de los rumbos, las tendencias, las cristalizaciones más significativas de la realidad cubana en una diáspora cada vez más nutrida. Podía, creo, armar algo así como un corpus.

La ya dilatada crisis del sistema editorial doméstico -tan dilatada y más que la crisis económica que asola al país desde la década de 1990, hoy agudizada hasta extremos distópicos- rompió una cierta coherencia preexistente. Con ediciones que no circulaban por los caminos habituales (o no circulaban), tiradas cada vez más reducidas, obras que por diversos motivos no eran estampadas (censura incluida) y una dramática dispersión de creadores, repartidos por medio mundo  y muchos de ellos sin volver a concretar  sus necesidades expresivas (por no hallar ediciones o simplemente  por haber dejado de escribir), la literatura que escribían los cubanos  justo en este periodo de entre siglos alcanzó una notable visibilidad  incluso internacional. El género más favorecido fue la novela, con obras como las de Abilio Estévez, Pedro Juan Gutiérrez, Eliseo Alberto, Jesús Díaz, Daína Chaviano, Amir Valle, entre los más reconocidos, aunque también se destacaron poetas, dramaturgos y ensayistas, como Rafael Rojas, de notable profundidad analítica. Y que conste que se pueden añadir varios nombres.

Todavía sobre esa ola que, al decir de un músico cubano, hoy se ha convertido "en espuma y arena", aparecieron en los albores del siglo XXI un grupo de autores, pronto calificados como novísimos, entre los cuales alacanzarían notoriedad tres "lindas cubanas", novelistas todas: Ena Lucía Portela, Wendy Guerra, y Karla Suárez, las dos primeras entonces afincadas en Cuba, la tercera ya sumada a la diáspora.

Representantes de la generación que sigue a la nuestra (la de esos autores ya visibles en los años noventa),  estas tres novelistas comenzaron a ganar premios dentro y fuera de Cuba, a publicar en editoriales cada vez más importantes en el ámbito del mercado ibérico y foráneo, y a crear con sus obras, muy diferentes entre sí aunque en cierta forma también confluyentes en determinadas preocupaciones generacionales, un micro panorama artístico que, tal vez por primera vez en toda nuestra historia literaria, tenía a tres mujeres en tan notable pedestal. (...)

En las tres autoras  se produce un proceso de distanciamiento de lo cotidiano cubano, de los muchos y punzantes dramas de un país y una generación, algo que resulta mucho más radical en la reciente entrega de Wendy Guerra, La costurera de Chanel, recién publicada por Lumen.

Que Wendy Guerra se haya decantado por el mundo de la moda, el glamur, la Francia que va de la belle époque a la Segunda Guerra Mundial, no resulta extraño para los que conocen su muy evidente y persistente atracción por esos elementos. Que haya decidido ficcionalizar de un modo sesgado la vida de Coco Chanel, un personaje oscuro, pletórico de contradicciones, que pasa por encima de todo y de todos para conseguir sus propósitos y con el cual es difícil establecer una empatía (no solo en la novela, sino y sobre todo en la realidad), ha sido un reto aceptado por la novelista en la que quizás es la más literaria y estilísticamente elaborada de sus piezas publicadas.

La dispersión existente y creciente de los autores cubanos ¿provocará a la vez una dispersión de sus asuntos, cada vez más alejados de una realidad tan peculiar como la cubana, tan densa dramáticamente pero quizás por esas mismas razones un poco agobiante y repetitiva? Las señales enviadas por estas tres mujeres novelistas parecen ser también un grito de alarma o de hastío respecto a una realidad que solo cambia para hacerse más dura y agónica..., ¿y también por eso más literaria?

Leonardo Padura. Babelia. El País, sábado 26 de abril de 2025.

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