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sábado, 24 de mayo de 2025

El coctelero testigo de la ocupación nazi de París

El traqueteo del hielo golpeando el metal de la coctelera ya no deja de escucharse al traspasar la puerta de ese universo mítico atrapado entre las paredes del pequeño bar del hotel Ritz de París. El lugar, algo edulcorado hoy, evoca en sus paredes y mesas, con todo tipo de parafernalia, los tiempos gloriosos y la obra de uno de sus mejores clientes, el escritor Ernest Hemingway. Pero durante un tiempo fue también el lugar donde Frank Meier, un legendario coctelero vio desfilar a los protagonistas de una de las épocas más convulsas de Francia. La llegada de los nazis a París  y la ocupación provocaron un éxodo masivo de la ciudad. Y el Ritz, propiedad de una familia suiza, con las ventajas de esa neutralidad que aporta el pequeño país, fue el único hotel de lujo que permaneció abierto. Detrás de la barra, Meier asistió a la metáfora etílica de lo que sucedía en el resto del país: oficiales de la SS borrachos de poder, colaboracionistas, resistentes, espías. La última frontera entre la dignidad humana y el mal.

 El material, una recopilación de archivos y relatos orales, sirvió al historiador Philippe Collins (Brest, Francia, 50 años) para construir El barman del Ritz (Galaxia Gutenberg), una novela inspirada en  aquel ecosistema surgido en la niebla social  del célebre hotel durante la ocupación nazi. Collin, un bretón de origen humilde, productor de la radio France Inter y autor de fabulosos podcasts de historia, conoció en 2002 a Collin Field, quien fue el sucesor de Meier. Después de muchas tardes de domingo, este comenzó a contarle la historia de quien le había precedido preparando brebajes al borde de aquella bisagra legendaria. "Me había prohibido entrar aquí cuando llegué a París, como si fuera una barrera social. Pero en 2002 tuve que venir a entrevistar a Yoko Ono. Fue una oportunidad para entrar con una legitimidad profesional. Y me dije: 'Va, estás en el Ritz, quién sabe si volverás'. Atravesé el pasillo y llegué al bar. Había poca gente entonces. No tenía mucho dinero, pero podía pagarme una cerveza...", recuerda sentado en una mesita del bar del hotel de la plaza Vendôme, sobre la primera vez que pisó el establecimiento.

Collin se convirtió en una celebridad entre los empleados del Ritz tras la publicación del libro, que ha despachado ya más de 300.000 ejemplares en Francia. "La época que vivió Frank -un judío que oculta su identidad ante sus clientes de la SS- se parece de manera lejana  a la que atravesamos todos", apunta mientras aconseja tomar un Sidecar, un cóctel que diseñó el propio Meier, sin darse cuenta de que está publicitado como el más caro del mundo: 3.000 euros. Tras convenir que alguien en la Redacción de Madrid podría estar en desacuerdo con la factura, Collin sugiere una suerte de Dry Martini. Uno de los preferidos de las SS. "Los oficiales estaban encantados con el bar de Frank. Era un lugar de recepción para quienes venían de visita, como Goebbels, o para los que se instalaban aquí, como Hermann Göring, que vivía en la suite Imperia cuando venía a robar obras de arte a judíos".

Meier, curtido en Nueva York, siempre cerca de expertos en euforias líquidas como Francis Scott Fitzgerald, preparaba los mejores brebajes del París ocupado. Pero él fue también en sí mismo una suerte de cóctel que contenía los ingredientes que constituían el abanico emocional francés. Colaboracionista moderado, pero resistente a su manera. Ambiguo y laxo. Pero también incómodo, turbado. "Se aclimató muy bien a la situación. Servía los cócteles a los nazis, pero cuando fue pasando el tiempo muchas cosas se volvieron insoportables y quiso reaccionar. Él habría deseado ser más valiente, pero no lo logró. Y es algo muy humano y común".

Meier, o el personaje que compone Collin a través de ese equilibrio de imaginación e historia, se alegra de la llegada del mariscal Pétain, símbolo del colaboracionismo. "Usé a Frank para contar la psicología de los franceses. Su camino personal y moral evoluciona como el de muchos compatriotas. Al comienzo, en junio de 1940, Francia vive en pánico la catástrofe. Luego Pétain firma el armisticio y llega el fin de la guerra y eso alivia a mucha gente. Hay que recordar que había batido a los alemanes en la I Guerra Mundial. Era un abuelo, el bigote blanco, guapo. La gente se reconocía en ese personaje. En la época había 40 millones de petainistas y solo un puñado de resistentes", analiza, subrayando la contradicción que afloró en la sociedad francesa...

Daniel Verdú. París. El País, domingo 4 de mayo de 2025.

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