martes, 3 de junio de 2025

Maurizio Cattelan, un genio en la colección del Pompidou.

Maurizio Cattelan. (Centre Pompidou-Metz)

A Maurizio Cattelan (Padua, 1960) le entusiasma nadar, física e intelectualmente. Y en la ciudad de Metz, situada en el noroeste de Francia, ha recibido dos regalos para practicar esa pasión. Uno ha sido otorgado por el alcalde, que le ha facilitado un pase permanente para la piscina municipal. El otro ha sido la invitación de Chiara Parisi, directora del Centro Pompidou-Metz, para establecer conexiones entre su propia obra y la inmensa colección del Centro Pompidou de París-plenamente disponible porque el museo permanecerá cerrado cinco años para su renovación-. Ese reto conlleva peligros y satisfacciones, pero Cattelan ya había superado con éxito una experiencia similar al dialogar con la colección del Moderna Museet de Estocolmo en 2024. Ahora en Metz conviven 335 obras de la colección del Pompidou con 37 del artista, en una interacción audaz que por momentos suspende la respiración.

Como experto navegador en las procelosas aguasa del arte contemporáneo, Maurizio Cattelan se sorprende de las polémicas que suscita su obra pues no se considera un provocador. Creó la icónica escultura del Papa Juan Pablo II caído sobre una alfombra roja después de haber sufrido el impacto de un meteorito sobre su cuerpo; la pequeña ardilla disecada que alude a un suicidio sobre una mesa de escuela o la terrorífica instalación de tres niños ahorcados que se presentó con gran escándolo en la fugaz Bienal de Sevilla. (...)

La exposición del Centro Pompidou-Metz lleva por título Domingo sin fin y ha sido comisariada por Chiara Parisi y Maurizio Cattelan. De su colaboración continuada y de sus prolíficos diálogos surgieron dos ideas fundamentales para dar cuerpo a la muestra. La primera fue pensar en el domingo como día de descanso después de la creación divina o del trabajo humano; como tiempo extraño en que se paran las actividades cotidianas y se organizan rituales religiosos, celebraciones familiares, encuentros en la naturaleza, y como un tiempo en el que se siente más que nunca la melancolía del silencio de las tardes vacías... La segunda idea fue utilizar las 27 letras del abecedario como índices que puntúan las diferentes secciones  en secuencias no ordenadas alfabéticamente, sino según una lógica oculta que integra imágenes, obras, palabras y sensaciones en un circuito de circunvalaciones  espaciales y visuales impactantes.

El recorrido huye de la linealidad cronológica y propone conexiones temáticas y transhistóricas. Hay asociaciones conscientes a la manera de Aby Warburg. Algunas, repentinamente, llevan a profundidades abisales conectadas con la muerte. Se incluyen piezas magnas como el bajorelieve pompeiano de Gradiva, "la que camina", prestado por los Museos Vaticanos, que inspiró los análisis de Sigmund Freud sobre las proyecciones fantasmáticas y la "terapia del héroe". Y hay obras magnéticas como la pared del estudio de André Bretón. Bretón reunió más de 200 objetos en la pared situada detrás de su escritorio en un ejercicio de archivo que es a la vez manifiesto estético y autorretrato a través de sus fascinaciones. Pinturas de Miró, Kandisky o el Aduanero Rousseau conviven con fetiches de culturas no occidentales y elementos naturales que plantean el misterio de lo que consideramos arte. (...)

Exorcizar la propia imagen a través del autorretrato y participar en el gran teatro del mundo  son leitmotivs para Cattelan, y esta exposición le representa  y nos representa en tanto que cuestiona la sacralidad del museo como depositario de la memoria. Cattelan  dice que espera que su trabajo sobreviva a su desaparición como autor. Tendríamos así un Maurizio sin fin.

Rosa Martínez. El Cultural, 23-5-2025.

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