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Isabel Burdiel ante el retrato ecuestre de Isabel II pintado por Charles Porion. (Joseph Fox) |
El Romanticismo español coincide con el reinado de Isabel II (1833-1868) y Burdiel (Badajoz, 67 años) es una de las especialistas del siglo XIX más reputadas. Es lunes, día de cierre al público. No hay visitantes, pero es una jornada de mucha actividad. Poco antes de que la historiadora llegara desde Valencia, donde vive desde los 15 años, las conservadoras desembalaban y observaban con atención el estado en que regresaba Sátira del suicidio romántico (1839), de Leonardo Alenza, prestado para la exposición El siglo de Tegeo, celebrada en Caravaca de la Cruz (Murcia). Es uno de los lienzos más conocidos del Romanticismo español y una de las piezas estrellas del museo. Incide en la idea del suicidio romántico, en la soledad, bohemia y compleja vida de los artistas. Uno de los tópicos románticos, pero precisamente Burdiel tiene un objetivo con esta visita y este centenario: aclarar clichés sobre un periodo engorroso, muy inestable políticamente y repleto de acelerados cambios sociales y culturales.
"No hay una única familia o casa romántica. No hay un solo Romanticismo, hay muchos. La clase social en esta época es fundamental, existen diferencias muy acusadas", explica. Eso no significa que haya que poner en duda la existencia del Romanticismo español, "en algún momento ocurrió , aunque solo por ser relativamente tardío y por ser España una potencia de segundo rango, al contrario que Alemania y el Reino Unido, que tuvieron más poder de difusión de sus figuras". Pero las más de 18.000 piezas del museo -solo 1.500 expuestas-muestran y demuestran su existencia. Burdiel que se define como una historiadora sin memoria, comienza parándose ante lo que domina: Isabel II está omnipresente en las paredes y en los objetos del museo, que es la recreación de un hogar de una familia de la alta burguesía. "Burguesía con posibles, no es la casa de un comerciante, ni de un contable. Aquí hay dinero, negocios", aclara. Se fija en los retratos de la reina, aún niña, durante la regencia de su madre, María Cristina, cuarta esposa de Fernando VII. Deja entrever que "no recibió mucho aprecio de sus padres". A Fernando VII no se le recuerda, ni de lejos, como el monarca más querido; y eran conocidas las corruptelas de su madre, que, ya exiliada en París y vinculada con la trata de esclavos, usaba información privilegiada para sus negocios.
La catedrática se fotografía ante un retrato ecuestre de la monarca pintado por Charles Porion en 1867. En él se ve a Isabel II a caballo con uniforme de capitana general de los ejércitos . "Cabalga con su marido, Francisco de Asís, que es algo que pudo ocurrir, aunque no frecuentemente", se ríe con sorna mientras alude a que el matrimonio hizo aguas desde muy pronto. "Fue un problema político y contribuyó a deteriorar la imagen de la monarca". En la pintura aparecen también políticos de la época, como Narváez, el general Castaños, Espartero y O'Donnell. Un resumen del Gobierno isabelino.
Continua Burdiel hablando de la monarca ante el retrato que Federico de Madrazo pintó en 1840, uno de los más reproducidos de la reina, totalmente idealizada, con un rostro dulce y una figura estilizada, que contrasta con las fotografías que de ella se pueden ver sobre el piano, en el mismo salón de baile donde cuelga el madrazo. Destaca Burdiel el azul de sus ojos y su buena voz "de mezzosoprano". Habla de ella como si la conociera.
Poco a poco la profesora se va soltando para despegarse de la figura política y acabar llegando hasta la cocina. En las casas burguesas del siglo XIX, la cocina no es apta para visitas ilustres, es territorio del servicio. Estaría situada en la parte baja de ese palacete construido entre 1776 y 1779, junto al zaguán y las caballerizas, donde hoy se encuentran las taquillas -como celebración del centenario, hasta el 29 de junio la entrada es gratuita-, las consignas, la tienda y la cafetería.
Volvamos al salón de baile, la estancia más importante de la parte pública de la vivienda, donde se recibía a las visitas y donde las familias mostraban su poder. En esta habitación, la reina pasa de gobernante a aficionada a la música. El piano de la firma parisiense Pleyel, de las más prestigiosas del XIX, uno de los siete que exponen en la casa, le perteneció. "Asistía habitualmente a la ópera. A veces, eso fomentaba la degradación de su imagen, ya que no podía empezar hasta que no llegara, y ella llegaba cuando le daba la gana. Alguna vez la platea la abucheó", cuenta Burdiel...
Rut de las Heras Bretín. El Pais Semanal