lunes, 31 de agosto de 2020

Quisiera que alguien me esperara en algún lugar

Fotograma de Quisiera que alguien me
esperara en algún lugar.
A partir del libro de relatos de Anna Gavalda Quisiera que alguien me esperara en algún lugar, Arnaud Viard se acerca a  cuatro hijos de la pequeña burguesía francesa para narrar un drama desde la perspectiva del amor fraternal. Para no perder las buenas costumbres del retrato familiar, la primera secuencia ocurre en el cumpleaños de la madre (Aurore Clément, una viuda ya anciana que vive sola en el campo.
El hijo mayor, al que da vida de maravilla Jean-Paul Rouve, es quien ha sustituido al padre ausente. Es el directivo de una marca de champán y su vida acomodada y responsable le permite también ocuparse de sus hermanos más bohemios. La mayor, Alice Taglioni, es escritora y pasa por un doloroso proceso para quedarse embarazada, la pequeña Camille Rowe, quiere ser fotógrafa pero no parece tener mucha suerte, y el mediano, Benjamin Lavernhe está ocupado en secretas preocupaciones amorosas. 
Pero que nadie se confunda, el tono ligero de buena parte de la película se recrudece cuando un amor del pasado vuelve a llamar a la puerta del hermano mayor, el personaje que parece más prosaico pero que, al contrario, es el más enigmático e interesante. Lo que ocurre a partir de entonces cambia de perspectiva todo lo anterior, también la voz narradora. Agridulce y meláncolica, la película resurge llena de dolor  y medias verdades que van aflorando , como la secuencia sobre las uñas mal pintadas de una novia que el hijo mediano lleva a casa de la madre  y que ofrece una nueva y terrible  clave del drama familiar. Más allá de algunas ñoñerías y ocurrencias innecesarias (sobre todo en la segunda parte del filme), Arnaud Viard logra una emocionante comunión entre sus intérpretes en este drama coral sobre una familia tan rota como la de cualquiera.

Elsa Fernández Santos. El País, 14 de agosto de 2020

domingo, 30 de agosto de 2020

La gravedad y la gracia: Simone Weil

Simone Weil en una ilustraciónn de Mark Linsenmayer
Si el secreto de la vida es no tener nunca una emoción poco elegante, y si la vida real es aquella que no dirigimos, que nos lleva de una batalla a otra, como proponía Oscar Wilde, entonces la vida de Simone Weil es modelo de vida plena, injusta, como ha de ser una vida (pues de ser justa nos iría peor). Weil es ejemplo de alma libre y encadenada. Libre por su férrea voluntad de traspasar fronteras ideológicas, éticas y metafísicas: fue cristiana y judía, obrera y anticomunista, campesina e intelectual, pacifista y combatiente, filósofa y teóloga. Encadenada, por su exquisita sensibilidad para percibir la deriva macabra de la Europa de entreguerras. Nadie de su tiempo tuvo una conciencia tan lúcida de la opresión que se cernía sobre el viejo mundo. De ahí que Albert Camus la bendijera como "el único gran espíritu de nuestra época". Para conocer de primera mano la realidad obrera, trabajó en el campo y en las fábricas, se unió a la columna de Durruti en la guerra civil española (con un fusil sin munición y una camisa de 11 varas) y luego a la resistencia francesa durante la ocupación nazi. Su honestidad podía resultar insoportable, pero su dulzura terminaba por allanar el camino del diálogo y la compasión.
Tres meses después de que Hitler sea nombrado constitucionalmente canciller de Alemania, otra gran filósofa, Edith Stein, ingresa en el Carmelo de Colonia. Alemania se proyectaba, imperial, hacia fuera. Stein lo hace, empática, hacia dentro. Seis baúles cargados de libros acompañan su ingreso. En ese mismo año, Weil, que tiene la edad de Cristo, se enfrenta de otro modo a la crisis sociopolítica y espiritual de Europa. Ya se ha decantado por la exigencia de probidad intelectual, a lo que une una incasable crítica de las formas de poder. Ecologista sin saberlo, cuestiona la lógica marxista del crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas y prepara Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, que recogen lo aprendido en el seno del sindicalismo revolucionario antes de su experiencia como obrera en la industria del automóvil. Ambiciona encontrar el mecanismo de la opresión en las condiciones materiales de la organización social. Reivindica el "verdadero legado de Marx", el materialismo como método de conocimiento y de acción. Descubre las causas de la opresión no solo en la estructura jerárquica de la fábrica, sino también en la especialización y la división del trabajo...
Como en el caso de Spinoza, las obras de Weil fueron publicadas por sus amigos después de su muerte por tuberculosis. Tenía 34 años, 10 menos que el sefardí. En su vida breve eligió la empatía frente al poder, la experiencia a la institución , lo excéntrico a lo concéntrico, la mística al pragmatismo. Supo que el concepto de justicia cuando se aplica a la vida se pervierte, como también el de contradicción. Buscó con denuedo una experiencia religiosa que no era patrimonio de los grandes o los intelectuales, sino aspiración legítima de obreros y gentes sencillas. Activista impenitente, fue más griega que romana, más órfica que pitagórica. Se dejaba llevar con gusto por el presentimiento del destino divino del alma, por la nostalgia platónica del bien eterno. Una intuición "que va destilando gota a gota, en el sueño del inconsciente". A la hora de tomar conciencia de sí mismo, añade, uno ya es preso de la gracia. Sólo queda dar el consentimiento. Un ethos femenino  que huye de abstracciones y se orienta hacia lo vivo y concreto, a integrar lo intelectual y lo afectivo, a una percepción del corazón...

Juan Arnau. Pensadores intempestivos. El País, sábado 8 de agosto de 2020 

sábado, 29 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Bucarets-Sulina

Playa de Sulina
Europa, capital Sulina. Al final del delta del Danubio se hallan el cementerio cosmopolita y la playa turística de una ciudad olvidada donde se ensayó en el siglo XIX un antecedente de la UE. 
Quedan unos metros ya, la recta final de un viaje de costa a costa en Europa. Son las cinco de la mañana y falta poco para que salga el sol. Caminamos por el sendero que lleva a la playa. Un grupo de perros abandonados se ha unido a nosotros al salir de Sulina, el último pueblo del delta del Danubio. Nos escoltan como si quisieran asegurarse de que alcanzaremos el destino, 14 días después de salir de Ostende, en el mar del Norte.
Hemos dejado Bucarest la mañana anterior en dirección a Tulcea, la ciudad donde termina la carretera. No podíamos seguir en coche. Nos embarcamos en una lancha. Viajaban con nosotros dos parejas y un niño. Los hombres bebían cerveza. Una de las mujeres explicó que otros veranos había estado en Barcelona y en París. "Este año nos quedamos en Rumanía", dijo.
El Danabio, que nace en la Selva Negra, 2.800 kilómetros más arriba, se divide en su delta en tres ramas. La norte, más caudalosa marca la frontera con Ucrania. La sur desemboca en el pueblo de San Jorge. Nosotros circulamos por la rama central, que es la principal vía de navegación. Son 68 kilómetros entre Tulcea y Sulina: una hora y media en lancha por la autopista líquida que conecta los puertos danubianos en Rumanía con el mar Negro y el mundo.
Sulina es el fin del continente: otro finis terrae. Y es la milla cero, literalmente, de un río que cuenta la historia de Europa. Por la tarde, a pleno sol, el paseo junto al muelle está vacío. Una sala de juegos, un pub irlandés, terrazas, lanchas que llevan a los turistas de excursión, pescadores. Un skyline desconcertante: casas ruinosas de vago estilo vienés y edificios de pisos que podrían pertenecer a un barrio periférico del bloque soviético. También hay algo de puerto fluvial en el trópico, olvidado en el tiempo y en el espacio, como en una narración de García Márquez o de Graham Greene.
"En invierno esto es jodidamente deprimente", dice Cristian Balea, un hombre que, como muchos de su generación y en su país, ha pasado por España. "Majadahonda, Aviación Española, Leganés, Lavapiés...", recita. Es la lista de los lugares en los que vivió en Madrid. Sus padres desembarcaron en Sulina en 1973 para trabajar en la planta conservera. El edificio abandonado sigue en pie, tétrico y gris, para dar la bienvenida a quienes llegan por el río a la entrada del pueblo, un sedimento de la era Ceausescu en medio de algunos de los paisajes más deslumbrantes de Europa, reserva de la biosfera y patrimonio de la humanidad...
Por el Danubio baja un buque turco : 120 metros de eslora y 16,4 de manga, con capacidad para transportar 8.639 toneladas. Hay tres kilómetros y medio desde aquí hasta el mar, la última recta a pie, de un trayecto de unos 3.500 kilómetros en coche, tren y barca.
Para llegar hay que pasar por la catedral ortodoxa de San Nicolás y Alejandro, fundada en 1910 por Carol 1 de Rumanía, de la casa Hohenzollern-Sigmaringen, un rey nacido en Sismaringa, a orillas del Danubio naciente. "Es la primera iglesia  que ve el sol en la Europa continental", nos explica el sacerdote Macaila Marian. Durante el confinamiento, Marian ofició en solitario, con la única compañía de un cantor. "Aquí no tenemos casos de coranavirus", observa. "De momento"...

Marc Bassets. El País, viernes 7 de agosto de 2020. 

   

viernes, 28 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Budapest-Bucarest

Estación de Budapest
Un periplo de casi 17 horas en tren a través de estaciones centroeuropeas y la primera frontera dura de la UE. Un viaje por Europa en mitad de la pandemia. Cierro los ojos e intento dormir. Es casi mediodía, llevamos casi 14 horas en vela desde que el tren salió de Budapest la tarde anterior. Paramos en una estación en los Cárpatos. Faltan más de dos horas para Bucarest. El vagón se llena. Oigo hablar árabe. Es mi vecino de asiento que encadena llamada tras llamada. Cuelga y dice en inglés: "Lo siento". Y se presenta: "Soy el director de la Escuela Iraquí de Bucarest". Se llama Haider Al-Hilfi, nació en Irak y lleva siete años en Rumania, donde estudió y se doctoró con una beca del Gobierno iraquí. Se siente a gusto aquí. El doctor Al-Hilfi cree que una ventaja de Rumanía para un iraquí es que, al no pertenecer al espacio Schengen, este país da visados con más facilidad que otros de la UE. Las relaciones entre ambos países son fluidas desde los tiempos de Nicolae Ceausescu y Sadam Hussein.
Un viaje son también las posibilidades que no se concretaron, los caminos que nunca tomamos, las puertas cerradas. Visegrado, en Bosnia Herzegovina, figuraba en los planes iniciales: el escenario de Un puente sobre el río Drina, de Ivo Andric; la región del último genocidio europeo. Y en Hungría habríamos querido visitar el Balatón, el lago más grande de Centroeuropa...Una vez devuelto en Viena el coche de alquiler con el que nos habíamos desplazado desde Ostende, al inicio del viaje y tras un alto en la ruta de 36 horas en Budapest, nos subimos al tren hacia Bucarest. "LLevar la máscara facial es obligatorio en los trenes", se escucha por el altavoz en Budapest-Keleti, la vetusta Estación Oriental...
De estaciones como la de Budapest emana una poesía particular, una constelación de nombres -en los paneles con los destinos y en los convoyes que llegan y salen- que describen un mundo, una cartografía de imperios desvanecidos...
Europa son fronteras imperceptibles. Entre Alemania y Austria y Suiza, por ejemplo, se cruzan sin darse cuenta. Pero hay otras bien reales. Fronteras concéntricas. Ya habíamos abandonado la Europa del euro al entrar en Hungría desde Austria y ahora, en el puesto fronterizo húngaro de Lököshaza, traspasamos el límite de la fortaleza Schengen, la zona de libre circulación de personas. Primera frontera dura del trayecto...a las 12.53 -23 paradas, 830 kilómetros, 16 horas y 43 minutos después de dejar Budapest - entramos en Bucarest. El mar Negro, destino final, se acerca. El trecho que hemos recorrido desde la ciudad belga de Ostende, donde diez días antes comenzó el vaije, es casi el mismo que nos separa se Bagdad.

Marc Bassets. El País, jueves 6 de agosto de 2020    

jueves, 27 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Trieste

Trieste
Después de la lluvia en el mar del Norte, en el sur de Alemania y en los Alpes, Trieste deslumbra. El sol, el aire salado, el Adriático."Un español se siente bien en Trieste, y un austriaco,  también. Y un turco y un francés", constata Paolo Rumiz (Trieste, 1947) nada más darnos la bienvenida en la piazza Unità de Italia, donde el 18 de septiembre de 1938 Mussolini proclamó ante al multitud, desde el balcón del Ayuntamiento, las leyes raciales y antisemitas. Buscamos un café. O están cerrados o son demasiado turísticos. Pero incluso los turísticos no están llenos de turistas. Este no es un verano normal-
Rumiz ha atravesado Europa en bicicleta y a pie, en autobús y en tren, por montañas y por caminos romanos y carreteras, y se ha encerrado en monasterios benedictinos y en un faro. Todo lo ha narrado en una decena de libros que son pequeños clásicos de la literatura de viajes de nuestro tiempo. Libros que son guías del oficio de viajar  y el de escribir, como La frontera orientale dell'Europa o Anníbale. Un viaggio (en castellano se ha publicado de él su obra más original, escrita en verso, El membrillo de Estambul, en la editorial Sexto Piso). Textos que solo un triestino -alguien habitado, como dice él por la"inquietud migratoria, como los pájaros"-habría podido concebir.
"Hay solo ocho kilómetros de distancia entre la periferia de la ciudad y la frontera. Durante la guerra de Yugoslavia los cañones se oían desde aquí. Mi abuela vivió bajo seis banderas sin moverse: la Austria-Hungría, la del Reino de Italia, la de la Alemania de Hitler, la de Yugoslavia, la del Territorio Libre de Trieste y la actual República italiana", explica Rumiz sentado en una terraza, la del Café degli Specehi, establecimiento que combina lo genuinamente habsbúrgico con un falso lujo, levemente decadente para los turistas.
"Es como un sismógrafo que vibra todo el tiempo. Aquí la gente lee las nocticas de política internacional con más atención que en Venecia o Verona o en Bolonia". La mística de Trieste es indisociable de la gran literatura. Del poeta Rilke, que unos kilómetros al sur inició la escritura de sus Elegías de Duino, el autóctono Italo Svevo, autor de La conciencia de Zeno. De James Joyce que vivió aquí, a Ivo Andric, el Nobel balcánico que trabajó en el consulado de Yugoslavia en los años veinte. De Umberto Sabia, el poeta que cantó una ciudad donde soplaba "un aire extraño, un aire atormentado" y con rincones secretos y calles escarpadas que se adaptaban a las vidas "pensativas y esquivas" como la suya, a Claudio Magris, el germanista que, con El Danubio , reinventó el río centroeuropeo por ecelencia y el género del libro de viajes...

Marc Bassets. El País. martes 4 de agosto de 2020.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Davos-Ischgl

Davos
La pandemia pasó de largo en el lugar de reunión anual de élites y escenario de "La montaña mágica", pero se cebó en la cercana estación de esquí, foco del virus del norte de Europa.
El transbordador se pone en marcha, Alemania queda atrás, los Alpes suizos aparecen nublados en la otra orilla. 
Hans Castorp, el joven protagonista de la novela La montaña mágica de Thomas Mann, siguió hace más de un siglo un itinerario similar:"Se pasa por diferentes comarcas, subiendo y bajando desde lo alto de la meseta de la Alemania meridional hasta la ribera del mar suabo, y luego, en buque, sobre las olas saltarinas, por encima de abismos que en otro tiempo se consideraban insondables".
El transbordador sale de Friedrichshafen y 45 minutos más tarde amarra en Romanshorn. La ruta continúa por la autopista que entre cumbres escarpadas bordea Lichtenstein y Maienfield, en la tierra de Heidi.
En Landquart comienza el ascenso a la alta montaña, un viaje a la vez del cuerpo y del alma, según la visión de Thomas Mann: la distancia recorrida aligera la carga de la vida cotidiana que se aleja y a la vez, los kilómetros pesan como años. "Hora tras hora, el espacio crea transformaciones interiores muy semejantes a las que provoca el tiempo, pero que, de alguna manera, superan a estas", se lee en las páginas iniciales de La montaña mágica, publicada en 1924...
Davos propicia la ligereza y la profundidad. Favorece la esgrima dialéctica, como si el aire de las alturas estimulase ese impulso que hace que algunas personas se sientan con fuerzas para abordar e incluso resolver, las cuestiones más transcendentales -las más abstractas y las más prácticas- de la humanidad ...
Funicular abajo, el pueblo de 11.000 habitantes y que cada invierno acoge a 30.000 personas en el Foro Económico Mundial, es, este verano, un lugar sin brillo. Como si buscase su función y no la hallase. Las mascarillas escasean, o están mal vistas. En un restaurante sugieren a un cliente que se la quite...
Todo es distinto al otro lado de la montaña y de la frontera con Austria, en Ischgl, cuarta kilómetros a vuelo de pájaro desde Davos, pero más de dos horas  en un recorrido terrestre que incluye carreteras escarpadas, un túnel ferroviario de 23 kilómetros en el que hay que subir el automóvil a un tren y pasos fronterizos sin controles... La "Ibiza del Tirol". O la "Ibiza de los Alpes". Así llaman a esta estación austríaca, uno de los principales destinos del país...
¿Davos? Hoy Hans Castorp, aquel joven sencillo aunque simpático· como lo presentaba el narrador  de La montaña mágica, habría ido a Ischgl.

Marc Bassets. El País, lunes 3 de agosto de 2020


martes, 25 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Sigmaringa, 2

Al cruzar Luxemburgo, el Gran Ducado se convierte en noticia. Este día, 100 nuevos casos se declaran en este país de 651.000. Los países vecinos desaconsejan viajar, pero las fronteras siguen abiertas. Nadie desea repetir la experiencia de la primavera, cuando en Europa, por primera vez en décadas, se erigieron barreras que parecían olvidadas.
"No necesita llevar mascarillas, se la puede quitar", dice el recepcionista de un hotel de Sarrebruck, capital del estado federado del Sarre. Alemania -por debajo de 10.000 muertes; menos de un tercio que en España y Francia- mantiene la calma. En el bar del hotel, el televisor emite de imágenes de disturbios en Francia. A la mañana siguiente, la radio repite como un estribillo las informaciones sobre el tráfico.
Nada se parece tanto a un atasco del viejo mundo como otro atasco en el nuevo: en el Autobahn se avanza a trompicones. Nada en las serpeteantes carreteras que descienden por la región de Suabia -al sur de Stuttgart y en dirección al lago Constanza y a Suiza- recuerda a un mundo azotado por una pandemia. Y ahora nada hace sospechar en las calles de Sigmaringa, a media mañana, que el virus pasó por aquí . Ni que en los estertores del Tercer Reich, esto fue el escenario de un sainete siniestro.
"En mi familia, nunca se habló de lo que pasó en el castillo", dice Jürgen Schütz, profesor de francés y de inglés jubilado, criado aquí. "Jamás, jamás". Hace unos años , en una librería en Francia, un titulo le llamó la atención: Sigmarigen, de Pierre Assouline. La sorpresa fue tal -los secretos de su pueblo revelados por un autor francés- que por su cuenta decidió traducir la novela al alemán. 
Los jóvenes de la posguerra tenían otras cosas en la cabeza. Los mayores no se lo habían contado, aunque sobreviven testimonios. El peluquero jubilado Heinz Gauggel nos recibe en un abigarrado apartamento. Tenía 12 años cuando Vichy se instaló en su pueblo. Recuerda al embajador japonés ante la Francia vichysta, de quien conserva cartas y fotos. Y al excéntrico doctor Destouches  que una vez -dice- curó a un amigo suyo tras dispararse una pistola. 
Céline, autor de Viaje al fin de la noche y de furibundos panfletos antisemitas, huyó después a Dinamarca, donde fue encarcelado, antes de vivir retirado en una mansión fantasmal en las afueras de París, y escribir la crónica alucinada del periplo, De un castillo a otro. 
"Como escritor, siempre me han fascinado los lugares cerrados", explicará por teléfono Pierre Assouline mientras nuestro viaje prosigue hacia Suiza, como Pétain en 1945  antes de ser detenido y condenado a muerte. "Los franceses, además, están persuadidos de que la liberación de París, en agosto de 1944, es el fin de la guerra y no les interesó lo que pasó después", continúa Assouline. "Pero la razón principal para escribir el libro es que mi padre formaba parte del ejército que liberó a Alemania. De pequeño me hablaba de Sigmaringa. Para mí era un castillo fantástico". 
El castillo de las hadas o de los brujos, propiedad de los Hohenzollern-Sigmaringen, está hoy  cerrado. Nada recuerda el paso de la tropa de Pétain. Los turistas lo ignoran. Al pie del casillo dos holandesas toman el té tras una nueva etapa en bicicleta entre las fuentes del Danubio y de Ratisbona . Cuando pedalean sin máscara ni nadie alrededor, el aire fresco y el río entre las montañas, la historia queda lejos. La pandemia también. "En bicicleta, te olvidas del coronavirus", dice Meeussen. "La naturaleza te protege"
Las máscaras de la pandemia pasarán. Las de la historia quedarán.

Marc Bassets. El País, domingo 2 de agosto 

lunes, 24 de agosto de 2020

Del Mar del Norte al Mar Negro: Sigmaringa

Castillo de Sigmaringa
El castillo sobre el Danubio parece sacado de un cuento de hadas. O de una pesadilla. Sigmaringa: las torres en lo alto del pueblo, el decorado de opereta, la silueta hollywoodiense de "estuco y cartón piedra", como escribiría el doctor Luis-Ferdinand Destouches, que vivió unos meses bajo su sombra. La alemana Sigmaringa es el reverso de la belga Ostende, punto de partida de este viaje.
Si Ostende fue penúltimo refugio de los exiliados que en julio de 1936 aún creían poder escapar del nazismo, Sigmaringa fue -entre septiembre de 1944 y abril de 1945- la última escala de otros exiliados, los franceses que se entregaron a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial: la capital oficiosa de la Francia colaboracionista, el Vichy del Danubio: Dramatis personae. el mariscal Philippe Pétain y sus ministros, y abajo, más de un millar de franceses en fuga , entre ellos el doctor Destouches, más conocido como Céline.
Ostende y el mar del Norte quedan lejos: 750 kilómetros, dos países, tres fronteras en esta Europa  que no sabe si relajarse o mantenerse en guardia. 
Un nuevo tipo europeo ha nacido con la pandemia: el que sin descanso se desplaza de un país a otro, el nómada a pesar -o a causa- del coronavirus. Porque logra abstraerse del peligro. Porque se evade tras los meses de tensión. O porque no le queda otro remedio.
Jaime Vidal del Olmo es uno de estos europeos. Nos cruzamos con él cerca de la frontera entre Bélgica y Luxemburgo. Viene de lejos. De Girona, donde vive, ha ido a Zaragoza otra vez a Girona y de ahí a Holanda, desde donde debía llegar a Francia pasando por Luxemburgo. Pero al entrar en Luxemburgo la policía le ha obligado a dar la vuelta. Es 14 de julio en Francia, fiesta nacional y la frontera está cerrada a los camiones de más de 7, 5 toneladas.
Vidal llevó un trailer hace años, después lo dejó y fue conductor de autobuses escolares y turísticos. La covid-19 y el confinamiento lo dejaron sin trabajo. "Ya no hay colegio ni turistas", explica. Cuando España dejó el estado de alarma volvió al trailer .
Desde entonces no ha parado. Tres semanas de un país a otro. Un contrato de tres meses. Y un virus de geometría variable: el uso de la mascarilla marca la temperatura del miedo en cada territorio.
"Se nota más en España", dice. Y la percepción es común en muchos españoles que viajan por Europa: menos miedo, menos mascarillas...

Marc Bassets. El País, domingo 2 de agosto de 2020

domingo, 23 de agosto de 2020

El verano más extraño de Europa:Ostende,2

Zweig regresó a Ostende 26 años después, en julio de 1936 -todo ocurría en verano en Europa y en Ostende-, pero ya nada fue igual. Estaban él y un grupo de amigos exiliados: su amigo el novelista monárquico y dipsómano Joseph Roth, la escritora Irmgard Keun, el reportero Egon Erwin Kisch, el publicista del Komintern Willi Münzenberg y Arthur Koestler, impaciente por viajar por España tras las noticias de la sublevación contra la República.
"Amigos, enemigos, contadores de historias lanzados a esta playa por los humores de la política mundial. Narradores frente al derrumbe", escribe el periodista alemán Volker Eeidermann en Ostende: 1936.Summer der Freundschaft /Oestende:1936, verano de la amistad.
Del Ostende de 1914, del de Joseph Pla, y del de 1936, poco queda."El mar, sin duda. Las gaviotas. La atmósfera, la luz: es el final de Bélgica, la sensación de estar en una frontera", describe el ensayista belga Mark Schaevers, autor de otro libro sobre el mismo grupo, el mismo año y el mismo lugar: Ostende, de zomer van 1936/Ostende, el verano de 1936. Schaevers explica que el café Flore al que hace referencia Zweig en sus escritos bien podría ser el Hôtel du Parc, uno de los pocos locales de época que subsisten.
Ahí en una mesa, se sienta un hombre de 71 años, la cabeza casi sin pelo debido a la quimioterapia para tratar su cáncer de páncreas, la sonrisa burlona. "Soy un cantante romántico frustrado", declara Arno Hintjens, medio en serio, medio en broma, como casi cada palabra que pronuncia. Arno, como se le conoce, es el más querido de los rockeros  belgas, el que congrega a flamencos y valones como solo pueden conseguirlo la selección nacional de fútbol y la monarquía. 
Arno canta en flamenco, en inglés, en francés. Puro Ostende. De James Ensor, el contemporáneo de Zweig, el pintor de las máscaras monstruosas de carnaval y muerte, el gran artista de Ostende, dice: "Es mi mentor. Un provocador, un anarquista. Iba de negro, como yo, no se tomaba en serio a sí mismo..."
"Nunca he trabajado. ¡Hago música!", suelta en otro momento. "He vivido una vida increíble. He tenido suerte. Digo gracias a Dios, si es que existe". Y cuenta que aprendió el  blues  de los soldados estadounidenses de la OTAN y de los ingleses que traían música del otro lado del canal, viajó a Kamandú en autostop, cocinó para Marvin Gaye cuando el soulman se retiró en la costa belga una temporada y en Estados Unidos descubrió que realmente era europeo. Un cowboy europeo como dice en una canción. En otra, Ostende, bonsoir, evoca los paseos nostálgicos por la ciudad...
Ostende, adiós. Al día siguiente, ya en ruta hacia el mar Negro, Arno nos cita para fotografiarse en Gante, a 60 kilómetros del fin de Europa, o de su comienzo.Ensaya para su primer concierto. "Comed mucho", se despide. "El invierno será largo".

Marc Bassets. El País, sábado,1 de agosto de 2020

sábado, 22 de agosto de 2020

El verano más extraño de Europa: Ostende

Ostende
Es el fin de un continente: un finis terrae. O su kilómetro cero, si se le da la espalada al mar. La marea baja, el graznido de las gaviotas, una lluvia persistente que por momentos convierte la ciudad en una pecera aislada del tiempo y del espacio. Los bañistas intrépidos, severamente vigilados por los socorristas con su uniforme rojo. "Está muy fría, muy fría", dice Naser, un adolescente que acaba de salir. "Y salada". Tiembla, corre y se pelea con su amigo Hariri por un trozo de toalla. La etimología de Ostende da pie a la confusión: el fin oriental. Es porque, en su origen, el lugar donde hoy se eleva la ciudad era el este de una isla ante la costa belga. La isla ya no existe y Ostende no es el fin oriental. Si acaso, el occidental. Más allá de la playa de arena, las olas, y más allá aún, el Reino Unido.
Este verano había en el periodismo poco trabajo -el mes de julio suele ser en Europa el más tranquilo del año-, en vista de lo cual decidí ir a pasar ocho días a Ostende", escribe Joseph Pla en uno de los cuentos de La vida amarga. Desde la ventana del Excelsior, el narrador observa la playa. Y ve "todo tipo de monstruos humanos, machos y hembras, secos y mojados, jóvenes y viejos".
Ostende, 70.000 habitantes, aristocrática y popular. Canalla y sofisticada. Literaria. Arrasada con sus edificios belle époque por los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial y reconstruida en el estilo gris y funcional del milagro económico de la posguerra. Un escenario idóneo de un noir que mezclase contrabandistas y equívocos artistas de cabaré: el casino Kursaal, el Hôtel du Parc. Un puerto brumoso del que saliesen los últimos barcos al exilio o al que llegasen las estrellas en busca de una penúltima oportunidad, como una película de Fassbinder o un relato de Patrick Modiano.
Aquí arranca un viaje del mar del Norte al mar Negro -costa a costa, fotógrafo y redactor- por el continente en su verano más extraño, desde un invierno y una primavera pandémicos. Cerca de 140.000 muertos y más de 1,4 millones de casos; un confinamiento que frenó la expansión del virus, una desescalada sin convicción; y en el horizonte, un otoño y un invierno a tientas.
Palmeras, mojitos, mejillones: hay algo fuera de lugar -un vago sentimiento de desubicación- en el Polé Polé Beach, un bar de estilo tropical en la arena empapada por la lluvia y la marea de Ostende. La covid-19 está y no está. "La gente es más amable ahora", celebra Benjamin Leyts, camarero. "Nosotros lo tenemos todo el rato en mente: la máscara, lavarnos las manos. Pero para las personas que vienen aquí es un día de playa. Se olvidan", explica su colega Aaron D'Haene.
Hace 106 años, un súbdito del emperador austro-húngaro que pasaba sus vacaciones en Ostende constató un fenómeno similar mientras los engranajes de la Gran Guerra se ponían en marcha. "Los alegres veraneantes se ponían bajo los toldos coloreados en la playa o iban a bañarse, los niños hacían volar cometas y los jóvenes bailaban frente a los cafés en el dique (...) La única perturbación venía del vendedor de periódicos que, para estimular el negocio, gritaba los titulares amenazantes de la prensa de París. Austria provoca a Rusia, Alemania prepara la movilización", escribía años después el escritor vienés Stefan Zweig em sus memorias, El mundo de ayer...

Marc Bassets. Del mar del Norte al mar Negro.: Ostende. El País, sábado 1 de agosto

viernes, 21 de agosto de 2020

Lou Doillon: manos y música

Lou Doillon
Tocar está prohibido. No podemos rozar a otros ni, casi, a nosotros mismos. Rechazar el abrazo cercano de un amigo, retirar el saludo antes preceptivo al final de una reunión o evitar nuestro propio rostro por miedo al contagio son algunos de los retos sociales que está dejando, sin fecha de caducidad la crisis sanitaria. Pero, de forma paradójica, las manos, desprendidas de su tacto ajeno y propio al que solían estar acostumbradas, se han convertido en un símbolo de resistencia contra la pandemia... "Las manos expanden la covid tocando sin que nos demos cuenta, nuestros ojos, nariz y labios. Pero también esta pandemia ha demostrado la utilidad de las manos que nos salvan, de las manos que nos alimentan, de las manos que hacen que la sociedad funcione", resume Lou Doillon. Hija de la actriz y cantante Jane Birkin y el cineasta Jacques Doillon, comparte profesiones con su madre y hermanastra, Charlotte Gainsbourg, pero también es ilustradora en sus ratos libres. Dibujar manos es su obsesión por resultar "una de las partes del cuerpo más difíciles debido a la extrema complejidad de los huesos, cartílagos, músculos y tendones". Las ha trazado incluso para Gucci, firma a la que está muy unida como parte de la Gucci Community, colectivo de artistas cercanos a la casa italiana que estos días interviene en sus redes sociales  fomentando la creatividad y animando a sus seguidores a apoyar la recaudación de fondos para combatir el coronavirus. La maison ha hecho dos donaciones de un millón de euros  cada una: la primera dedicada a apoyar los esfuerzos del Departamento Italiano de Protección y la segunda a favor de la Organización Mundial de la Salud. Además difunde en todas sus redes los mensajes oficiales emitidos por la ONU...
Los delicados trazos en blanco y negro de Lou Doillon adquieren estos días un nuevo significado rindiendo homenaje a "esas manos que simbolizan el nacimiento de la humanidad, que nos han permitido dar forma al mundo que nos rodea como ningún otro animal lo ha hecho. Precisamente ha bautizado como Hand in Hand/Mano a mano los encuentros en directo que desde l inicio del confinamiento mantiene todos los días a las cinco de la tarde con sus casi 400.000 seguidores en Instagram. En esas mismas reuniones lo mismo lee poemas de Maya Angelou, Joan Didion o Fernando Pessoa en francés o inglés que improvisa cantando guitarra en mano. "En total llevo más de 26 horas de poesía y otras tantas de música. No solo están potenciando la unión con sus seguidores a pesar de la distancia, sino que me han ayudado a mantener la cordura en estos días de encierro", confiesa. Sus directos, como los que están ofreciendo otros artistas, prueban que no siempre es necesario el contacto físico para tejer esos lazos invisibles que mantienen a millones de almas, recluidas en sus casas, un poco más cerca.
Esas manos que, en palabras de Doillon, nos han permitido inventar, salvar, cuidar, aprobar, desaprobar o comunicarnos con quienes no pueden hablar", quedan relegadas hasta nuevo aviso al eco de las ovaciones vecinales, el cobijo del látex y los dibujos de artistas como ella. Esperando el día en que, de nuevo, podamos volver a utilizarlas para "tocarnos unos a otros y sentir por nosotros mismos".

Clara Ferreiro. Smoda. El País, 30 de mayo de 2020

jueves, 20 de agosto de 2020

El aprendizaje de la decepción

Marie Gauthier
Si una novela puede contarse y no asoma el remordimiento de estar banalizándola, es que es muy escasa la literatura que habita en ella. Vestida de corto (Nórdica, 2020) la nouvelle,  con la que Gauthier  ha ganado el Premio Goncourt de la primera novela se diría a primera vista una historia más de adolescencia insatisfecha y rebelde, o un modélico bildungsroman encerrado en un anónimo pueblo francés durante un tórrido verano. Érase una vez "una chica con falda corta que enseñaba las piernas", una atractiva, escurridiza y promiscua chica rubia que descubría su cuerpo ofreciéndoselo al mejor postor como un ritual de libertad, que no de sumisión. Es Gil, la hija de un tosco peón caminero borrachín, el señor de la colilla. Félix es el Chico, 14 años de ingenuidad dejándose caer en la tentación de Gil, un chaval con aire dulce, como un oso de luche a quien abandonan un verano para que haga de aprendiz de peón y que, en las rutinas de hija y padre de un viejo caserón asfixiante con perro y sofá, descubre que existe un mundo adulto que es preciso conquistar. Las blancas piernas de Gil y sus afeites contrastan con el negro maloliente del alquitrán, omnipresente, como los camiones, el supermercado y el bullicioso café del pueblo árido y vacío, en su papel de símbolos de una realidad vulgar que se confronta con el imaginario opulento de los adolescentes. Gil le enseña revistas porno a Félix como si fueran "un álbum infantil" y Félix, seducido hasta el tuétano por el cuerpo de Gil , comparte con ella la agorera historia de una chica y el mar que induce a la protagonista a imaginarse hundiéndose en las aguas del río...El bello verano perturbador de una lolita  rural y un muchacho atisbando la vida adulta transcurre como una ceremonia de la madurez y un aprendizaje de la decepción. Y no resulta fácil olvidar aquí perturbadoras páginas de Pavesse bajo el sol y el amor, y aquellas escenas opresivas de Micol Finzi-Contini con el narrador de la novela de Giorgo Bassani.
Bajo una aparente sencillez, Gauthier de sirve de la sofisticada retórica de la antítesis, de una ironía sutil ("quizá su futuro consistía en eso, beber vino blanco en el bar", piensa el aprendriz) y de constantes eufemismos  y elipsis que eluden mencionar lo que se puede inferir, pues "todo flotaba, no valía la pena decir las cosas, ya se adivinaban, estaban en el aire". Su estilo lacónico, de una insólita economía para la riqueza atmosférica que ofrece que tal vez nazca de lecturas como El amante de Marguerite Duras. Gauthier hace literatura y juega además con ella, se divierte construyendo el personaje de un simple empleado de banca y llamándole Julien Sorel pese a no tener ni el atractivo ni la inteligencia del protagonista de Rojo y negro  de Stendhal, y de postre un guiño al maestro Proust cuando el narrador asegura que el protagonista escribirá la historia que el lector ha leído ya: "Félix intentaria poner palabras a todo aquello- Hurgaría en su memoria con la pluma en la mano".
Tras al quietud de un escenario de urgencias en soledad una fiesta literaria.

Javier Aparicio Maydeu. Babelia. El País, sábado 15 de agosto de 2020

miércoles, 19 de agosto de 2020

Cómo la Carraca ganó a Napoleón

La torre de la Carraca, la torre norte de la fachada
 del Obradoiro. Foto de Paco Rodríguez
La Fundación Catedral de Santiago anunció que a partir de mañana el templo amplía su oferta cultural y turística con una serie de recorridos que incluyen la visita a la Torre de la Carraca. Se trata de una parte de la Catedral con muchas peculiaridades y que resulta de  gran relevancia histórica, tanto por sus características arquitectónicas como por las leyendas que la envuelven.
Con alrededor de 75 metros de altura, la construcción se sitúa en el lado norte de la fachada del Obradoiro. Se trata de la torre izquierda, mientras que su gemela, la de las campanas, se sitúa del lado derecho del templo. Durante mucho tiempo, el enorme instrumento musical que albergaba se utilizó durante la Semana Santa para sustituir el sonido de las campanas, como símbolo de duelo por la muerte de Cristo.
Son pocas las ciudades españolas en las que este instrumento sigue sonando. Santiago, sin ir más lejos, había perdido esta tradición hasta que, en el año 2010, se retiraron los restos de la vieja carraca, que llevaba medio siglo inutilizada -hoy reposa en el museo de la Catedral- y se instaló una copia exacta hecha de madera de carballo gallego y en forma de cruz. Sus brazos miden más de dos metros de largo cada uno.
En este sentido, José Carro Otero, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia y un gran conocedor de la historia de la ciudad, destaca las curiosas características de esta torre, que, pese a no aparentarlo, cuenta con un primer cuerpo de estilo románico. "El ptimer tramo por debajo de las campanas, fue lo primero que se construyó en el siglo XII y es de estilo románico. Lo que pasa es que cuando se hizo la parte de arriba se optó por ponerle una solapa que tapa los arcos propios de esta época para que toda la torre pareciese barroca. Como quien le pone un parche a una chaqueta", explica.
Sin embargo, la relevancia histórica de esta construcción va mucho más allá de su arquitectura. Todo indica que su intervención fue clave en la victoria de las tropas españolas contra los soldados napoleónicos en al ciudad.
El propio Carro Otero destaca lo ocurrido el día 23 de mayo del año 1809 durante la llamada batalla del Campo de la Estrella. "Las tropas napoleónicas entraron por la zona norte mientras que las españolas lo hacían por el sur. Cabe destacar que muchos de ellos eran labradores, que apenas iban armados con herramientas de la granja y alguna escopeta de caza. Sucedió que los franceses confundieron el sonido de la carraca con el ruido que generaban los zuecos de cientos de campesinos corriendo, por lo que acabaron huyendo", explica.
El doctor aprovecha para aportar algunos datos que dan fe de la importancia histórica de esa victoria. Asi, explica que durante su estancia en Compostela, los franceses, "que tenían a gente infiltrada que les informaba de donde estaban escondidas las joyas compostelanas", se dedicaron a saquear todo tipo de bienes, tanto de la Catedral como de los conventos cercanos. "Legaron a sacar de Santiago más de 40 carros de bueyes repletos de plata. En uno de ellos iba un botafumeiro", asegura.
Gracias a la resistencia española y a la imprescindible carraca de la Catedral, muchos de esos bienes pudieron ser recuperados aunque buena parte de ellos ya habían sido fundidos y convertidos en lingotes "con los que los franceses pagaban a sus soldados".

Andrés Bernárdez. El Correo Gallego, viernes 31 de julio de 2020.

martes, 18 de agosto de 2020

Tocado por la gracia de Dior

Stephen Jones. © D.R.
A punto de cumplir 25 años al frente del legendario taller de sombrerería de Dior, Stephen Jones vuelve la vista atrás para celebrar el legado de la firma francesa. Una herencia de la alta costura en vías de extinción que sus últimos directores creativos  han sabido prolongar en las colecciones de prêt-à-porter gracias al maestro británico. 
El sombrerero se lleva las manos a la cabeza. Es un gesto jocosa que da a entender que está a cubierto, y por partida doble: inevitablemente bajo techo (el de su casa de Londres) y coquetamente tocado (por un boina de mórbida y brillante piel negra). De tanto hablar de comodidad y funcionalidad en los últimos meses, se nos estaban olvidando las formas. Que sí, entre chandales, mallas y pijamas, el confinamiento habrá terminado de dinamitar las reglas de  la etiqueta laboral y social, pero lo remoto y aislado no quita lo elegante. O no debería. "Es una experiencia interesante esta de encontrarnos y observarnos los unos a los otros a través de una pantalla. No puedo ver tus zapatos pero sí lo que hay de la línea del cuello hacia arriba. Lo que eliges y muestras para comunicarte es muy importante", dice vía Zoom. Y repite el ademán ladeando el vistoso complemento. "Para contar una historia ponte un sombrero".
La vestimenta como herramienta de comunicación es una idea que  Stephen Jones (Cheshire, Reino Unido,1957) tiene bien metida en su prodigiosa cabeza. Además, en calidad de sombrerero mayor del reino, ha contribuido como pocos a su propagación desde hace ya cuatro décadas. "El poder de transformación de la indumentaria resulta innegable, pero cuando se trata de sombreros es aún más fantástico. Porque no te muestran como eres en realidad, sino como quieres que te vean los demás. Por eso siempre me ha fascinado hasta el punto de dejar mis estudios de moda femenina (en Central Saint Martins, cantera de diseñadores británica donde las haya) por ellos", explica el creador, director artístico de la división de sombrerería de Dior desde 1996. "No hay mejor forma de expresar tu personalidad", escribe a propósito en el prefacio de Dior Hats. From Christhian Dior to Stephan Jones, el exquisito libro de sobremesa (editado por Rizzoli) que ha concebido en homenaje a los 70 años de excelencia sombrerera de la firma francesa. Una celebración de la quintaesencia de la elegancia que muestra el legado de la casa al completo, de las piezas que coronaron las 22 colecciones de su fundador, entre 1947 y 1957, a las más recientes bajo la supervisión de María Grazia Chiuri, pasando por los turbantes de la breve era de Yves Saint-Laurent, los buqués florales de Marc Bohan, los volúmenes brutales de Gianfranco Ferré, las extravagancias de John Galliano y la poética de Raf Simons. Además de las imágenes de archivo históricas, el fotógrafo Solve Sundsbo se ha encargado de retratar los modelos más emblemáticos, poniéndolos en perspectiva actual. La exposición a la que iba pareja su publicación, Chapeaux Dior!, comisariada por la historiadora del vestir  Florence Müller para el Museo Christian Dior de Granville (Normandía), ha tenido que posponerse debido a la pandemia de la covid-19...

Rafa Rodríguez. El País Semanal, 26 de julio de 2020

lunes, 17 de agosto de 2020

Deconstrucción de una infamia

Una de las animaciones del documental La familia Samuni
Lo justo sería lo fácil para el documentalista italiano Stefano Savona: denunciar la masacre cometida por la 84ª Brigada de Infantería Givati en el barrio Zeitoun, en la Franja de Gaza, como parte de la operación Plomo Fundido entre diciembre del 2008 y enero del 2009, causando la muerte de 29 miembros de la familia Samouni, agricultores asentados allí desde hacía décadas y que jamás habían tenido relación con Hamás, Al Fatah y la yihad, algo que los isralíes sabían. Una vileza que vuelve a sacarnos los colores a quienes a un puñado de miles de kilómetros asistimos, día sí y día también, al atropello humanitario que el sionismo comete en Palestina ante la indiferencia del mundo. Savona, a través de un superviviente cuenta que entre los actores de la carnicería, había mercenarios rusos y árabes. Israel, presionado ante la repercusión del incidente, promovió una comisión de investigación cerrada en falso, como era previsible. Pero La familia Samuni no va tanto sobre eso como acercarse a la propia familia desde entonces.
Combinando el entorno desolado que les queda a los Samuni, con sus casas y sus huertos destruidos después del descomunal ataque y bombardeo, que Savona recoge con una cámara desnuda y sin artificios -dotando de verdad a unas imágenes que parecen arrancadas de un informativo, tomadas entre los años 2009 y 2010, aunque evita fecharlas-, para la reconstrucción del suceso y otros apuntes oníricos recurre al artista gráfico Simone Massi, que hace animación manual, para con ayuda de otros dibujantes y un inteligente uso del sonido, para recrear varias secuencias que conforman una narración paralela con los recuerdos de los protagonistas. No hay pretensiones de pancarta, ni eslóganes de laboratorio, ni reproches directos a los responsables de la masacre. Basta con escuchar a la niña protagonista, a su madre, a su hermano, a sus primos, para entender la dimensión del drama. Fieles a su pasado de indiferencia política, no desean que nadie se apodere del funeral, pero vemos como el pequeño tiene una meta, convertirse en mártir de la causa para estar junto a su padre. Suficiente.

Miguel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, sábado 27 de junio de 2020

domingo, 16 de agosto de 2020

El tiempo era otra cosa: Henri Bergson

Henry Bergson
Debajo de un bombín puede estar la frente de un revolucionario. Henri Bergson (París 1859-1941) fue un señor educado de rasgos finos y delicados que, entre el hongo y la dinamita, se decantó por lo primero. Es curioso que la palabra revolucionario tenga tanto prestigio en nuestros días, cuando implica dar vueltas y más vueltas en un círculo en el que la única posible transformación es la posición, el estar arriba o abajo. Pero Bergson lo fue precisamente por su rechazo a cifrarlo todo en la posición. Entre otras excentricidades, Bergson creía que la memoria no se guarda en el cerebro. Le parecía que reducir el tiempo al espacio, como hacen los relojes era traicionarlo. Los relojes solo miden a otros relojes, solo pueden comprender el tiempo mediante el espacio ya sea el que recorre la Tierra alrededor del Sol o las transiciones del átomo de cesio. El tiempo real era el tiempo interior, ese que había evocado su primo Proust, que él llamaba duración. Y si el camino de ida se nos hace más largo que el de vuelta, aunque en nuestro cronómetro marquen lo mismo, la ida ha durado más. La experiencia cualitativa del sujeto prima sobre la experiencia cuantitativa de la máquina.  
Algunas de las hipótesis de Bergson parecen sacadas de la literatura fantástica, pero sabemos por experiencia que la literatura es la que marca el ritmo de la historia. Sostenía que para estudiar la vida no sirve descomponerla y analizar sus partes (eso supone estudiar la muerte), sino que era necesario profundizar en la vivencia. La naturaleza híbrida de este filósofo, buen conocedor de las matemáticas y la biología, hijo de inglesa y polaco, del pregmatismo británico y la ensoñación eslava, le proporcionó una poderosa intuición y un enorme talento para la escritura. Recibió el Nobel de Literatura en una época en que el premio también se otorgaba a los filósofos, entendiendo que el buen filósofo es, ante todo, un narrador que también sabe contar historias.
Bergson anticipó el auge del zen, una tradición que desconocía. Los maestros zen evitan largos parlamentos y demostraciones sobre la verdad. Prefieren dar a sus discípulos ocasiones para instruirse por sí mismos. Lo mismo hacía Bergson. Algunos pasajes parecen sacados de un manual de meditación:"Cierro los ojos, me tapo los oídos y suprimo, una tras otra, todas las sensaciones que me llegan del exterior. Ya lo he logrado. Sin embargo, subsisto y no puedo dejar de subsistir. Sigo aquí. Puedo rechazar mis recuerdos y hasta olvidar mi pasado, pero conservo la conciencia de mi presente". Y advierte que en el instante mismo en que una conciencia se extingue, otra se alumbra para asistir a la desaparición de la primera, pues la primera solo puede desaparecer para otra y frente a otra. Recuerda a las Presencias reales de George Steiner, recientemente desaparecido. Un libro también extemporáneo. Nos es posible imaginar una nada sin advertir que hay alguien que la imagina, que hay algo que subsiste...
Y se aleja de la biología para entrar en un terreno más resbaladizo:"Nada impide al filósofo llevar hasta el final la idea que el misticismo le sugiere: un universo que no sería más que el aspecto visible y tangible del amor y la necesidad de amar"..."Una energía creadora que fuera amor y que quisiera extraer de sí mima seres dignos de ser amados podría así sembrar mundos"... 

Juan Arnau. Babelia. El País, sábado 1 de agosto de 2020

sábado, 15 de agosto de 2020

Hôtel du Cap- Eden-Roc

Hôtel-du-Cao-Eden-Roc
Hôtel-du-Cao-Eden-Roc: Si sus paredes hablaran... O sus empleados. Fue el refugio de la "jazz age", de la "jet set" de los 70 y los del Hollywood actual. El mejor escondite de celebridades, el Hôtel du Cap-Eden-Roc, en la Costa Azul, cumple 150 años. Entramos en su historia con mucho "glamour" y algún escándalo.
"A mitad de camino entre Marsella y la frontera italiana se encuentra un magnífico hotel de fachada rosa que se erige majestuosamente sobre la deliciosa costa de la Riviera. Un reducido clan de gente famosa y elegante ha escogido aquel lugar para pasar allí sus vacaciones", apunta Francis Scott Fitzgerald. Es 1925. Se acaba de publicar El gran Gatsby y el escritor describe un imponente edificio de 1870, la antigua Villa Soleil, cuya primera vocación fue ser refugio para escritores en busca de inspiración y, más tarde, convertido en hotel de lujo, pasó a ser el patio de recreo de casa reales, políticos y estrellas de cine en la Costa Azul. El Hotel du Cap-Eden-Roc sigue ahí, a un paso de Antibes, en el cabo del mismo nombre.
Desde las ventanas y los balcones se ve la bahía, a la izquierda y, de frente, el Mediterráneo. Antes de toparse con la mancha azul, los ojos avistan otro mar, hecho de pinos, como gigantes sombrillas. Alguien los ha contado. Son 500. Dentro, las cretonas de flores alegres visten las cortinas. Los sofás tienen fundas de la misma tela en los brazos y en todo el mobiliario reinan los luises, sobre todo XV y XVI. En otro lugar sería "cosas de la abuela". Aquí relajan la apabullante belleza de la estancia para hacerla familiar. El escritorio de madera exótica y remaches en bronce da la espalda a las vistas. Es como si, convocadas las musas no quisieran que se escaparan de la habitación. Fiztgerald está escribiendo Suave es la noche, aunque tardará aún unos años en terminarla. Es feliz aunque hay un alcoholismo latente. Zelda incuba una esquizofrenia. El matrimonio va acompañado de su hija, Scottie, de tres años. En la novela el hotel Cap-Eden-Roc es el Hôtel de Gausse en la Riviera francesa. Dick y Nicole Diver son los personajes principales. Están inspirados en Gerald y Sara Murphy, un matrimonio de ricos  expatriados estadoudinenses. Habían comprado una villa al lado del hotel, convencieron al propietario de entonces para abrir en el verano de 1923  y convocaron a su pandilla. Hablamos de Ernest Hemingway, John Dos Passos, Fernand Léger, Jean Cocteau, Archibald MacLeish, John O'Hara o Dorothy Parker. Los Fitzgerald se apuntan en los años siguientes...

Las 118 habitaciones, las suites del hotel y sus dos villas privadas están preparadas para celebrar sus 150 cumpleaños. Abrió sus puertas como centro turístico de invierno en 1870 bajo el nombre de Grand Hòtel du Cap d'Antibes...Es un hotel del siglo XIX que parece un establecimiento del siglo XIX. Es parte de su encanto. Es más longevo que el Ritz de París (1808) o el Savoy de Londres (1889). Hasta 2006 no se admitían tarjetas de crédito. El pago era en efectivo o por transferencia. Durante años el móvil estaba prohibido en la piscina, no había televisiones ni minibar en las habitaciones...
Aquí uno no se aloja, veranea. La estancia mínima en julio y agosto es de cinco días.Se encontrará con muchas familias estadounidenses, algunas rusas o francesas y pocas españolas. Las reservas se hacen de año en año. Otra cosa es junio, cuando los chicos del cine toman Cannes. Entonces se convierte eun una fortaleza contras los paparazzi. Un día, la fiesta de Vanity Fair y al día siguiente, la fiesta de recaudación contra el sida. Durante los últimos 11 años , la gala anual amFAR, con sus mil invitados, se ha celebrado en sus jardines. El resto de la temporada -abre de abril a octubre- es un refugio discreto, aristocrático y apacible...

Jesús Cano. XLSemanal, 5 de julio de 2020

viernes, 14 de agosto de 2020

Blanca Li: Le bal de Paris

Blanca Li
Los Teatros del Canal llevan ya unos meses en plena mutación. La coreógrafa Blanca Li (Granada, 1964), su directora artística desde el pasado octubre, es la encargada de liderarla. Su figura se presenta como una síntesis de las dos etapas previas en este macrocentro escénico, las cuales dibujaron un contrate casi irreconciliable. Boadella apostó por lo popular. Rigola, en cambio, impulsó la experimentación. Li, en su despacho en el teatro madrileño, explica a El Cultural que ambos polos son compatibles en un espacio con tantas posibilidades. "Yo estoy por la diversidad, la apertura y la calidad. Lo mío es el mestizaje, el melting pot . He trabajado en cine, circo, con flamencos, contemporáneos, clásicos, hiphoperos... ¡Hasta con robots!"--- Y añade: "lo que me gusta es mezclar tradición y vanguardia, diversidad y locura".
Su carrera, en efecto, es un alarde de eclecticismo. Desde su querencia por la danza urbana y el flamenco, ha colaborado, por ejemplo con directores de cine como Almodóvar y Michel Gondry y con celebrities como Beyoncé y McCartney-

P.- La mayor parte de esta travesía la ha desarrollado fuera de España.Tuvo que marcharse por falta de oportunidades. Su intención es paliar ese problema que padeció en sus carnes. ¿Cómo aplicará esa defensa de la creación total?
R.- Los Teatros del Canal tienen tres salas, un potencial enorme para combinar propuestas muy diferentes, desde lo más vanguardista a lo más clásico, incluyendo todas alas artes escénicas: teatro, danza, circo... La idea es que el público de toda clase y condición, tenga donde elegir y se le incite, además, a descubrir disciplinas por las que antes no había sentido ningún interés. Quiero que esa atractiva programación salga en buena parte de compañías nacionales, sobre todo madrileñas, que tengan en el Canal su csa, un lugar donde crear y exhibir. El Centro Coreográfico que cuenta con nueve estudios, algo que no he visto en ningún teatro de Europa, ya acoge a treinta compañía. Espero también ayudar a que después de que estrenen en El Canal luego puedan difundir su idea por todo el mundo. Lo mismo con el teatro.
P.- En cualquier caso, de no haberse ido a Francia, todo habría sido muy distinto.¿Qué el debe a ese país?
R.- Pues precisamente eso, las pequeñas cosas que son clave para empezar a sacar la cabeza: un espacio donde ensayar y mostrar tu trabajo. Los comienzos en la vida artística son especialmente duros. Es cierto que siempre estás instalada en la incertidumbre, que nunca sabes si tu próximo espectáculo va a tener éxito o no... pero el inicio es lo más difícil. No tienes contactos ni acceso a los directores de los teatros. 
P.- Supongo que sigue yendo mucho por allí...
R.- Sí, claro, sigue siendo mi casa también, aunque ahora esté volcada en Madrid. La relación con la ciudad continúa siendo muy estrecha. Voy y vengo. 
P.- Qué mala suerte empezar asi, ¿no?
R.- Bueno, es la vida...circunstancias que te tocan. Lo importante es abrir cuanto antes, para que os artistas tuvieran trabajo y el público volviera a soñar (El Canal fue teatro pionero en la apertura de puertas con el festival Madrid en Danza). No tenía mucho sentido que pudiéramos  agruparnos en aviones  y terrazas, y no en los teatros. Debemos volver a la vida...
P.- ¿Y en le plano creativo tuvo tiempo de adelantar algo de sus coreografías?
R.- Llevo dos años preparando mi nueva pieza . Como es un espectáculo que recurre a la realidad virtual, todo lo relacionado con esta si que lo hemos podido avanzar. El equipo estaba desperdigado por todo el mundo pero nos reuníamos por internet e íbamos tomando decisiones, dándole forma.  
P.- Supongo que se refiere  a La viuda alegre. el que está inspirado en la famosa opereta de Franz Lehár.
R.- Sí, ahora se va a llamar Le bal de Paris...

Alberto Ojeda. El Cultural, 31-7-2020

jueves, 13 de agosto de 2020

La Voz ofrece "Vestido de novia"

El escritor francés Pierre Lemaître (París,1951) ganó en 2013 el premio Goncourt con la novela Nos vemos allá arriba. No sólo es un buen escritor sino que estuvo muy hábil apostando por la Gran Guerra con la vista puesta entonces en el primer centenario de aquel conflicto bélico. La obra fue un éxito de público hasta el punto que hace apenas un año llegó a España la continuación de aquel libro, Los colores del icendio,  ambientada en la década de los años 30 y que aún dará paso a una tercera entrega. Hoy es uno de los autores de novela histórica con más predicamento entre el público.
Y, sin embargo, tras Nos vemos allá arriba, tras el éxito lo que empezó a aflorar -en obras anteriores que se rescataron ante el reclamo de las ventas - fue el escritor de novela negra que se escondía en esa narratividad que mostraba tanto gusto por el pasado. Ya en Los colores del incendio hay elementos que le son propios al noir como la corrupción política, los abusos del negocio bancario e incluso el lento ascenso de las pútridas aguas del fascismo que dejan a las claras su inclinación por este registro.
La obra recuperada en una carambola fue creciendo paulatinamente y hoy es uno de los títulos más populares de Lemaître, que muestra en este texto un fino olfato para el género y un modo de hacer particular que lo hace diferente a los demás autores, cada vez más, que pueblan el universo de lo policial, la intriga y el thriller.
Y es que Vestido de novia, es un relato distinto, que no sigue los senderos más trillados, los que frecuentan decenas de profesionales adscritos a esta corriente de lo negro, a la persecución de la tecla del best seller, Aunque ahonda en lo que podría llamarse thriller psicológoco, el planteamiento del narrador francés es novedoso, y harto inquietante, con una mujer con problemas como protagonista, que no recuerda, que olvida las cosas, que huye en su desequilibrio mental... y los cadáveres que pronto hacen su aparición. Una vez despertado, enseguida, en el lector, este ya no cesará en su interés, no abandonará la partida en pos de la verdad, de lo que ocurre...

Gracia Novás. La Voz de Galicia, sábado 4 de julio de 2020-

miércoles, 12 de agosto de 2020

Bicicleta, reina del confinamiento

Mientras avanzaba la desescalada, los franceses que no se atrincheraron en las terrazas de los cafés se apresuraron a comprar bicicletas o a repararlas. Con el cambio de paradigma que impone la nueva normalidad social, la bicicleta puede consolidarse como el vehículo de referencia en la era de la ecomovilidad. El Ministerio de Transición Ecológica de Francia pretende convertirla en la reina del desconfinamiento. Según la ministra Élisabeth Borne, "este período debe marcar un paso adelante para la cultura de la bicicleta". Para ello se han destinado 20 millones de euros. Desde mayo, el Gobierno concede un cheque de 50 euros a cada persona que tenga bicicleta para reparar y quiera ponerla a punto. Se calcula que en todo el país hay 30 millones de unidades, pero un tercio está en los garajes o en los sotános. La condición es acudir a uno de de los 3.000 talleres de reparación que participan en el proyecto, referenciados en la web coupdepoucevelo.fr.
En Au réparateur de bicyclettes del Bouleverd de Sébastopol de París no dan abasto. El gerente, Stéphane Cueff, expliocó a Le Parisien que una buena puesta a punto cuesta entre 35 y 45 euros, "aunque hay quien viene con una bici que lleva 30 años en un sótano y que ha sufrido un desgaste considerable. Lo importante son frenos y neumáticos. Si no hay cambio de piezas 50 euros es suficiente".
En París, la alcaldesa Anne Hidalgo, ha conseguido que una parte de la histórica Rue de Rivoli se cierre al tráfico de coches y sea posible ir en bici de Saint-Paul  a Concorde (en espera de poder hacerlo desde Vincennes a La Défense) sin cruzarse con un golpe tras otro de humo. Una prueba más de su empeño en sacar adelante su plan París 100x100 Cyclable, que tenía fecha límite en 2024, pero que se pretende acelerar, y una muestra de su continua cruzada contra los coches.
Por su parte, la presidenta de la región Île-de-France o del Grand París, que comprende la propia ciudad y sus suburbios más cercanos (123 comunas, 814 kilómetros cuadrados y una población de 12 millones), Valérie Précresse, del RPR (Rassemblement pour la République, partido conservador), tras años de defender la circulación de conductores y motoristas  y de desacuerdos con las políticas ecologistas y bicicletables de Hidalgo por considerarlas poco efectivas, ha reculado con la llegada de la crisis y ha adoptado tesis de su contrincante política, hasta el punto de prometer la habilitación de 650 Kilómetros de ciclovías en el área metropolitana de la región y de poner en marcha una ayuda de 500 euros para quien desee adquirir una bicicleta eléctrica...

Use Lahoz. El País Semanal, 4-7-2020

martes, 11 de agosto de 2020

Tableaumanía o el arte de vivir en un cuadro

La liberté raisonnée de Cristina Lucas. Imagen  extraida del
video (4 mn 50)
Aunque el Rijkmuseum, el Getry y el Metropolitan han llevado la batuta, otras instituciones se han unido a la iniciativa que ha tenido un éxito tremendo. Hashtags como tussenkustenquarantaine, gettymuseum-challange y MerTwinning suman más de 200.000 publicaciones. Disfrazarse, crear una ambientación y posar imitando las figuras de  cuadros es, sí, un divertimento pero el tableau vivant es también una práctica artística que propicia la encarnación de la historia en los cuerpos del presente, un ejercicio sobre la estaticidad  y la duración, sobre la representación y la realidad, una forma de habitar la pintura.
Está entre nosotros -en el arte, en el cine, en el teatro, en las series de televisión, en la publicidad- desde hace siglos. Tras algunos precedentes de carácter religioso y político, el primero tuvo lugar en 1761, durante la representación en París de La boda de Arlequín: los actores se "congelaron" según el cuadro de Greuze L'accordée du village, que se había expuesto ese año en el Salón. Se relaciona el hecho con el renacimiento de una cierta cultura artística en la sociedad de la época, con el auge de la Fisonomía y con las ideas de Diderot sobre la inmovilización de la acción teatral en un "cuadro dramático". Pero es a partir de 1830 cuando se desata la manía del tableau. Se hizo habitual en las reuniones de las clases pudientes: las escenas delimitadas con cortinas o incluso marcos, ilustraban temas más a menudo literarios, mitológicoa o históricos que pictóricos, y se acompañaban de música o lectura de poemas. También conquistó la esfera pública, en espacios como el Egiptyan Hall de Londres se montaban espectáculos de tableaux dirigidos en ocasiones por artistas, como el pintor David Wikie, y se popularizaron, a ejemplo de las "actitudes"de Lady Hamilton en Nápoles, los de esculturas clásicas interpretadas por actrices sin ropa, el formato permitía el desnudo en las tablas siempre que las actrices permanecieran inmóviles...
En la actualidad la condición híbrida del tableau vivant, que renueva su potencial alegórico, no es un problema, como en los tiempos en que valoraba la pureza de los medios, sino una oportunidad. El apropiacionismo que toma carta de naturaleza artística en los años ochenta abre las puertas a multiformes "renacimientos" de las obras del pasado...
¿Qué tienen todos estos tableaux modernos en común? No se trata de reproducir sin más una composición: se introducen reflexiones sobre la construcción de las imágenes y sobre las transformaciones en su significación. Cuando Cristina Lucas, en La liberté raisonnée de Cristina Lucas, muestra la carrera de los revolucionarios en pos de la Libertad para hacerla caer con violencia no solo da carne a las pinceladas de Delacroix sino que también roba la naturaleza simbólica a una figura y saca a la luz  lo que el cuadro podría estar escondiéndonos. 

Elena Vozmediano. El Cultural, 12-6-2020 

lunes, 10 de agosto de 2020

Vestidos contra la intolerancia

La joven protagonista de esta cinta se rebela contra quienes se empeñan en cerrar las ventanas e impedir que se cuela la libertad. A sus 18 años sueña con ser diseñadora de moda, y para eso está en la Universidad de Argel, la capital de un país en conflicto en los años 90. Quienes desean abrirlo al siglo XXI frente a quienes se empeñan en retrocederlo al XIX, al integrismo más atroz bajo la bandera del Corán y su lectura sesgada. Diseña papichas, vestidos que ella misma confecciona y vende a sus coetáneas en las noches de discoteca, música y socialización. Por eso, cuando la residencia se pliega a los radicales -conoce a algunos de ellos, son del mismo barrio- ella y sus amigas los desafían, saltándose la valla y jugándose el tipo- No son conscientes del riesgo, no intuyen que la remoción del sistema en el que nacieron, más tolerante y prooccidental, va muy en serio. Por eso, cuando finalmente -y desoyendo las presiones- deciden montar un desfile la tragedia acecha.
Obviamente, el guión no busca recrear un periodo histórico, sino que la moda y las tela son la coartada oportuna para retratar la situación de ahora mismo, no tanto en Argel como en todo el ámbito vinculado a la Primavera Árabe y sus numerosas frustraciones, cuando millones de ciudadanos norteafricanos se echaron a la calle convencidos de que se produciría un cambio, aunque en realidad iba en dos direcciones antagónicas, diversas. Papicha, sueños de libertad no prioriza la denuncia política, sino que deja aire al espectador para que extraiga sus propias conclusiones. Importa más eso que las cuestiones de estilo o de estructura. Ópera prima de su directora y coguionista, Mounia Meddour, de origen argelino aunque formada en Francia que opta por una estructura convencional y una cámara sin protagonismo. Es en el texto en donde asoman las costuras. Pretende abarcar numerosos temas con uno prioritario: la opresión de la mujer y la truncada esperanza de cambio, aunque al final la redención se cuela por algún resquicio en la aspirante a imaginar vestidos. Vale la pena.

Miguel Anxo Fernández. La voz de Galicia, viernes 7 de agosto de 2020


domingo, 9 de agosto de 2020

Este virus que nos vuelve locos

Bernard-Henry Lévy
"Este tipo de desastres han existido toda la vida". Acierta Bernard-Henry Lévy al afirmar en el prólogo de este volumen, que la humanidad ha sufrido pandemias más letales que la actual Covid-19. A finales de la Primera Guerra Mundial, como señala Adam Kucharski en Las reglas del contagio (Capitán Swing, 2020), al otro ladp del Atlántico había empezado a morir gente en Camp Fuston, una transitada base militar situada en Kansas. La infección, mal llamada gripe española, mataría entre 1918 y 1919 alrededor  de cincuenta millones de personas. 
Si la humanidad ha pasado por numerosas catástrofes sanitarias a qué viene la idea de que esta es una "pandemia inédita que está a punto de exterminar el género ". Con esta pregunta comienza este original y potente libro, escrito desde la sorpresa y esa peculiar perspectiva, para muchos provocativa, que impregna la obra de Bernard-Henry Lévy.
Tras el fulgurante estallido de Mayo de 1968 el brillo intelectual  francés comenzo a perder densidad. Al mismo tiempo, Bernard-Henry Lévy (Béni-Saf, Argelia, 1948) entraba en el prestigiosa y elitiste École Normale Supérieure. Enseguida viaja ( Bangladesh ), escribe en periódicos y sube los escalones que conducen a una docencia universitaria que pronto abandona por actividades más lucrativas y glamurosas.
La aparición de La barbarie con rostro humano en 1977, una denuncia sin pelos en la lengua de la tentación totalitaria, causa un gran revuelo en el pensamiento galo y consagra a BHL, como un intelectual a contracorriente. Sus romances, negocios millonarios, publicaciones y apariciones en público le han convertido desde entonces en objeto constante de polémica.
Este virus que nos vuele locos es controvertido desde su primer capítulo en el que BHL, se muestra sorprendido por el auge del "poder médico" y reenvía al lector al Michel Foucault de El nacimiento de la clínica. Obra en la que el hospital aparece como una derivada de los "saberes-poderes" del Estado. Una situación en la que la voluntad de curar se puede convertir en un control político y sellar "la incestuosa unión del poder político y el poder médico". En ningún caso, prosigue BHL, se puede aceptar  la transformación del Estado providencial en Estado policial. O dicho de otro modo, abdicar de la libertad a cambio de la salud.
BHL, reconoce a las mujeres y hombres que desde la primera línea han sido héroes capaces de arriesgar sus vidas para salvar las nuestras. Sin embargo, rechaza que se les convierta en "superhombres". En este sentido denuncia los errores de cálculo de los doctores que no supieron calibrar la gravedad de la pandemia... El otro gran eje que cuadra el contenido de este libro  viene de la vieja lucha de BHL, contra los credos laicos, que aliados con "dietistas", " vegetócratas" o "ecologistócratas", tratan de imponer sus creencias derramando miedo y control social. En su opinión el conocido filósofo Bruno Latour se doblega ante el virus al afirmar que la pandemia es una "ocasión maravillosa" para cuidar el planeta y poner freno a la globalización. No deja de ser curioso que otro reputado intelectual, Slavoj Zizek, en su interesante Pandemia. La covid-19 estremece al mundo (Anagrama, 2020) se sitúe en el extremo opuesto:"El camino lo ha iluminado Latour, que acierta al recalcar que la crisis del coronavirus es un "ensayo general" para el inminente cambio climático, que va a ser la próxima crisis". No obstante, Zizek deja claro que no se puede tratar esta epidemia como si fuese una consecuencia de la explotación desaforada de la Tierra.
Se cierra este brillante libro escrito desde la rabia, con un breve reproche a diferentes líderes políticos: Xi Jinping, Trump, Bolsonaro o Putin. El punto final es una recomendación:"Y por eso hay que resistir, cueste lo que cueste, ante ese vendaval de locura que azota el mundo".

Bernabé Sarabia. El Cultural, 31-7-2020.

sábado, 8 de agosto de 2020

Bruselas y los "malditos"

En Bruselas nacieron, vivieron en el exilio, se liaron a tiros, engañaron a sus esposas, urdieron revoluciones o se embarcaron en salvajes aventuras. Victor Hugo, Marx, Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, las hermanas Bronte, Conrad, Cortázar. Una larga lista de escritores clásicos de los siglos XIX y XX pasó un corto -y generalmente decisivo- período de sus vidas en  la capital belga, que ha sido tradicionalmente refugio de liberales, desarraigados y extravagantes personajes. Este es un paseo por algunos de los lugares donde dejaron huella.
Nochevieja de 1847 en La Maison du Cygne, en el número 9 de la Grand Place. Nadie lo supo entonces pero un hombre barbudo que cambiaría la política mundial festejaba el nuevo año con sus camaradas. Hoy solo una discreta placa en el entrada del restaurante y un retrato de Karl Marx en el interior recuerdan a los visitantes que el filósofo alemán fue una vez cliente asiduo. Incluso se cree que escribió aquí las últimas páginas del Manifiesto comunista. Marx residió en varios domicilios de Bruselas entre 1845 y 1848, años en que encontró un cálido refugio para librepensadores tras haber sido expulsado de Alemania y Francia por sus ideas radicales. Se estableció primero en el número 5 de la rue de l' Alliance y poca gente sabe que fue vecino de su amigo Friedrich Engels, quien vivía en el número 7. Pero no es todo: en el número 3 residía Moses Hess, uno de los padres del sionismo. Casi podría decirse que el siglo XX comenzó en 1845 en esta calle del municipio bruselense de Saint-Josse-ten-Noode. Hoy un moderno edificio de cristal se alza donde estuvieron los tres filósofos.
Victor Hugo
Victor Hugo fue otro ilustre exiliado político en Bruselas. Huyendo del golpe de Estado de Napoleón III, se estableció en Bélgica y no volvería a su país hasta 1870. Durante la mayor parte de su tiempo en Bruselas, el autor de Los Miserables vivió con su familia en la Place des Barricades (Saint-Josse-ten-Noode), donde una placa conmemorativa honra su memoria. El escritor francés solía visitar a diario a su amante de toda la vida, Juliette Drouet, quien había seguido sus pasos -portando en su maleta el primer manuscrito de Los Miserables- y ocupaba una habitación en el número 11 de la céntrica Galérie des Princes donde hoy se ubica la prestigiosa librería Tropismes.
Según figura en el dossier policial, en la mañana del 10 de julio de 1873 el poeta francés Paul Verlaine compró un revólver en el número 11 de las Galerías Saint-Hubert. Había estado bebiendo absenta y esta fue la solución desesperada para poner fin al tormentoso romance de dos años que mantenía con el joven poeta Arthur Rimbaud de 19 años, por quien Verlaine había abandonado a su esposa e hijo. En el ya desaparecido hotel A la Ville de Courtrai (Rue de Brasseurs, 1), donde los poetas simbolistas mantuvieron su último encuentro, Verlaine disparó dos veces a Rimbaud hiriéndole levemente la muñeca. Hoy una placa recuerda el conocido como "drama de Bruselas"a los turistas curiosos. Sintiéndose culpable, el autor de Los poetas malditos acompañó a su joven amante primero al hospital Saint-Jean y después a la estación de Midi, donde este se disponía a coger un tren a París. Sin embargo, llegando a la Place Rouppe, Verlaine sacó el revólver de nuevo en un ataque de ira y su compañero huyó para encontrar un policía que patrullaba por la zona. La historia acabó en dos años de cárcel para Verlaine, que el poeta cumplió parcialmente en la prisión que hubo una vez en el hotel Amigo, a tiro de piedra de la Grand Place.
Pero la extraña pareja no fueron los únicos poetas malditos que se dejaron caer por Bruselas. En 1864, Charles Baudelaire escapó de sus acreedores en París para venir a refugiarse al Hotel del Grand Miror, en el número 28 de la Rue de la Montagne. Esta etapa belga marcó el declive del autor de Las flores del mal, quien despotricaría de lo lindo contra el país en varios de sus escritos. En 1866, años de drogas y alcohol combinados con los síntomas de la sífilis que padecía desembocaron en un grave derrame cerebral durante una visita a la iglesia de Saint-Loup en Namur. Moriría al año siguiente en París. Para el británico Lord Byron, en cambio, Bruselas representó la primera parada de su exilio de por vida. En la primavera de 1816, una mezcla de deudas y acusaciones de adulterio, incesto y sodomía forzó al poeta a abandonar su Inglaterra natal para siempre. En ruta hacia Suiza, pasó unos días en el hotel que una vez hubo en el número 51 de la Rue Ducale, donde una placa recuerda la estancia de Byron...

Germán R. Páez. El viajero. El País, viernes 24 de julio de 2020