martes, 17 de junio de 2025

'Déco Manía'

Un "chifonier" de Émile Jacques Ruhlmann.
(Dea/Etude Tajan; de Agostini via Getty Images)

En el París de 1925 nació el único estilo tan eternamente moderno que todavía triunfa hoy: lo llamaron 'Art Déco'. Los mejores hoteles de París, las casas de los interioristas ilustres y las listas de la compra de los coleccionistas de antigüedades más puntillosos tienen una cosa en común: la locura por el art déco, ese estilo lujosamente geométrico -piense en imponentes biombos de laca negra o carísimas butacas beis- y eternamente moderno que hoy cumple cien años. Y que, por supuesto, nació de las cenizas del estilo contrario.

En los años veinte del siglo pasado Francia contemplaba con preocupación sus floridas sillas y lamparitas art nouveau. Admiradas hasta hacía poco en los salones más elegantes del país, se habían convertido en la prueba de un fracaso nacional: mientras que las pinturas cubistas de Picasso y Braque, los vestidos rectilíneos de Chanel o los ensayos de André Breton mantenían a los franceses en la cresta de la vanguardia, los muebles y los edificios modernistas se habían quedado muy por detrás de los otros países y, en particular, de la Alemania de la Bauhaus. Lucien Dior, tío segundo del famoso modista y ministro de comercio e industria en aquel entonces, se tomó muy en serio el asunto y habló de la urgencia de que el gusto francés volviera a imponerse en el diseño. Tras arduas negociaciones, consiguió la cesión por parte de París de varias hectáreas en el centro de la ciudad: las que hacían falta para montar la madre de todas las exposiciones de artes aplicadas y que, de entonces en adelante, el mundo volviera  a necesitar la erre francesa para describir los interiores más sofisticados.

"Un detonante de estos celos de Francia fue la invitación a los alemanes de la Werkbund (la agrupación de diseñadores precursora de la Bauhaus) al Salón de Otoño que se celebró en París en 1910", explica desde esta ciudad Anne Monier Vanryb, conservadora  del Musée des Arts Décoratifs. 

"Los franceses se sintieron tan amenazados por sus muebles que pidieron organizar una exposición propia que les ayudara a ganar la batalla cultural y comercial. Se iba a haber celebrado en 1915, pero llegó la guerra". Considerada la cuna del art déco, la Exposition Internationale des Arts Décotratifs et Industries Modernes se inauguró el 25 de abril de 1925 y, durante los seis meses siguientes, atrajo a unos 16 millones de visitantes a los 15.000 pabellones y expositores que Francia, España, Japón, Reino Unido, Austria, China, y el resto de los países invitados -a los diseñadores alemanes esta vez no se les convocó- instalaron a un margen y otro del Sena, en la zona que va del Grand Palais a la explanada de Los Inválidos. 

Según las normas los participantes debían limitarse a mostrar diseños que fueran originales y mostraran claras tendencias modernas. No todos lo entendieron de la misma manera -unos visitantes británicos describieron el pabellón  de la Italia de Mussolini como "un monumento al clasicismo analfabeto que habría avergonzado a Calígula"-pero la idea que tenían los organizadores de la modernidad quedaba clara desde antes incluso de acceder al recinto: diseñada por Louis-Hippolyte Boileau, de la Porte d'Orsay (la puerta más imponente de las doce que se mandaron construir) colgaba un enorme estandarte en el que la Cerámica, la Escultura, la Arquitectura o el Mueble aparecían representados mediante esas líneas tensas y elegantes tan características de lo que, muchos años después, se llamaría el estilo art déco .

En rigor, no era un estilo nuevo. Antes de la Primera Guerra Mundial, muchos artesanos ya habían trasladado a sus piezas las mismas formas esquinadas con las que los cubistas habían revolucionado la pintura, inspirándose al igual que ellos en las máscaras africanas o las artesanías chinas o japonesas y doblegando mediante la geometría las sinuosas curvas del art nouveau. No obstante, la Exposición de 1925  añadió a estas piezas un ingrediente muy importante, un barniz de glamour sin el que  el déco no sería lo mismo y gracias al cual se mantuvo durante muchos años como el estilo preferido de los trasatlánticos, los hoteles de lujo o las películas de Hollywood. Ayudó no solo la ubicación de la exposición junto a algunas de las vistas más bellas de París sino, sobre todo, la estrecha relación  que se entabló entre diseño y moda a través de la participación de grandes almacenes de lujo como Le Bon Marché y Galéries Lafayette, presentes en la exposición  con sus propios pabellones, o de Paul Poiret, el gran modista francés, quien fletó tres barcazas en el Sena decoradas con este mismo estilo  para mostrar sus vestidos y perfumes.

Fue, para que nos entendamos, como si ahora Chanel, Hermès y Jonathan  Anderson se pusieran de acuerdo en patrocinar un estilo decorativo en concreto. solo lo más exquisito valía. Porcelanas de Rapi, los paneles lacados con los que Jean Dunand convirtió en un bosque de palmeras geométricas el fumoir del pabellón de la embajada francesa, las alfombras con dibujos  cubistas de Jean Lurçat, la gigantesca fuente de René Lalique que se iluminada de noche en los Inválidos... y el pabellón más aplaudido de todos, el Hôtel d'un Collectionneur, una mansión diseñada por Pierre Patou para un coleccionista imaginario en la que se mostraban los muebles  de Émile-Jacques Ruhlmann, el ebanista en quien por fin  la Francia moderna  encontró a un Riesener -el favorito de Louis XVI y María Antonieta- para el nuevo siglo...

Diego Parrado. Icon, Design. El País, 17 de junio de 2025.

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