Emigró de Argelia buscando una vida mejor. Llegó a París para escapar de la pobreza, de la marginación y de la falta de futuro. Logró un trabajo de baja cualificación, tuvo hijos y también nietos. Ellos ya eran franceses, tuvieron derecho a la educación y a la sanidad, pero para ellos ya no era suficiente tener un techo digno y agua caliente en casa. Vivían en un país en el que no lograron integrarse, en barriadas con muchas familias como la suya, sin un ascensor social que les asegurara el futuro. Su paraíso estaba roto. Buscaron una utopía y fue la peor de las posibles. Esta historia se ha repetido millones de veces en los países de la Europa occidental. La gran mayoría de las veces termina formando bolsas de pobreza y exclusión. En el peor de los casos acaba en las redes de captación de grupos terroristas criminales, radicales o fanáticos, que ofrecen lo que la sociedad en la que viven no ofrece: sentido de pertenencia, identidad, objetivos vitales y búsqueda de ilusión; pero también mentiras, autodestrucción y muerte.....Las personas necesitan esperanzas que llenen la vacante de la desilusión. Aferrarse a una utopía, a un proyecto ilusionante que implique la realización personal y colectiva es fundamental. Ahora, en tiempos de crisis, es más evidente que nunca. No es casual que emerjan opciones populistas de todo signo, pero tampoco que los grupos teroristas extiendan sus redes de captación por las sociedades europeas. El debate sobre la emergencia yihadista está de nuevo en lo más alto de las prioridades, y las decisiones políticas debieran saber leer la situación sin caer en la tentación del enfrentamiento entre culturas......
Javier Solana. Opinión. El País, domingo 1 de febrero de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario