martes, 20 de diciembre de 2016

Picasso, Renoir y la vulgaridad

Eurídice de Renoir
Picasso admiraba a Renoir. En sus últimos años cuando el pintor malagueño se obsesionó con el sexo y la muerte, retrató a partir de una fotografía a su admirado colega francés. Hacía retratos imaginarios de los grandes inmortales de la pintura, además de a Rembrandt, Velázquez, Rafael o El Greco, pintó a Renoir. Podemos reconocerlo en un cuadro de 1970 del Museo Picasso de París, sentado en su sillón Thonet, con el cuerpo encorvado y los muñones mutilados de artrítico terminal mirándonos con su mirada negra y desafiante de pájaro herido, tal y como aparecía en una fotografía que Picasso poseía y copió a lápiz. Dos veces. (Nunca consiguió verle personalmente: Renoir no lo admitía. Como demostró Helène Klein, el coleccionismo de Picasso era básicamente funcional. Coleccionaba lo que podía servirle para su propia pintura. Y fue de Renoir de quien acabó teniendo más cuadros. Junto a Ingres y a Rafael, Renoir es una de las fuentes más evidentes de su período clasicista. Basta contemplar el espléndido desnudo sentado titulado Eurídice, un cuadro que Picasso compró en torno a 1920 y que cuelga ahora  en la exposición del Museo Thyssen, para advertir su afinidad con los monumentales desnudos que el pintor español pintaba en esos años. Pero su fascinación por el viejo maestro no se limita a esos desnudos ni al período neoclásico. Richardson la reconoce también en sus maternidades y en los retratos de los hijos. Mencionaré dos ejemplos. El primero es un retrato de Paul, vestido con traje blanco de Pierrot, pintado en 1925, que se conserva en el Museo Picasso de París y que es una transposición obvia de un retrato de Claude Renoir en 1909 vestido con  un traje rojo. El segundo es un pequeño retrato de 1905, también de Claude, esta vez comiendo sopa, que cuelga en la penúltima sala de la exposición del Thyssen prestado por el Worcester Art Museum... Si nos fijamos bien en esos cuadros vemos que no son sus supuestas cualidades clásicas lo que Picasso busca en Renoir. Es su sello. Su fuerza. Y su vulgaridad, por decirlo sin ambages. Renoir, que era un visitante compulsivo de museos, imponía a sus modelos cuando los pintaba, las poses más comunes de la historia del arte... El Renoir tardío, por decirlo con una imagen feliz de Guy Cogeval, "osa y usa de la vulgaridad". Como Rafael o como Murillo, no solo se atreve a ser vulgar, sino que hace de la vulgaridad costumbre. Y la pone al servicio de unas imágenes capaces de grabarse en la memoria visual de millones de personas. Picasso (como Apollinaire) admiraba y envidiaba esa cualidad, tanto en Renoir como el aduanero Rousseau (aunque la de este era involuntaria)
Tomás Llorens. El País, sábado 3 de diciembre de 2016

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