Queridos lectores: Primera pregunta, ¿quién soy?
Nací en 1948 en un pueblecito perdido del Pirineo catalán, Darnius, provincia de Gerona. Mis padres, gallegos de pura cepa, regresaron en 1952, conmigo y mi hermano, que había nacido en Tetuán, dos años y medio antes que yo. Pasé mi segunda infancia entre Os Barreiros, parroquia de Amoroce, la aldea de mi padre y Celanova. Cuando tenía nueve años nos instalamos en Orense, mi ciudad, de donde partí para iniciar mis estudios en la Universidad. Los dos primeros años comunes, así se llamaban, en Santiago y la especialidad de Filología Francesa, tres años, en Salamanca. Durante el curso 1970-71 fui Assistante de Español en el Lycée Camille Jullian de Burdeos. Regresé a Orense e inicié mi carrera de profesora de francés en el curso 1971-72 en el Instituto, hoy, Eduardo Blanco Amor; entonces, mucho más prosaico, ‘del Puente’. En el 74 aprobé las oposiciones de catedrática, y mi destino fue Vigo. De allí a Padrón, dos años después, por razones familiares, hasta que conseguí llegar a Santiago donde vivo hace más de treinta años, más concretamente en Viduido.
Este ir y venir ha forjado mi identidad y, en estos tiempos tan proclives a los ‘hechos diferenciales’, quiero dejar las cosas bien claras desde el principio. Soy de muchos sitios. En francés “le double je”, el doble yo. En mi caso, llevando las cosas al extremo, soy “un pluri- je”. Mi lengua materna es el castellano, que aprendí a hablar al mismo tiempo que en catalán, pero ésta la olvidé en el camino. Conviví desde niña con el gallego, pero mis lenguas, lo que se dice mis lenguas, son el español y el francés. Cuando salgo de Galicia me reconocen gallega al instante. Por mi acento. Muy recientemente me pasó algo curioso. En una visita al Paular para ver la exposición sobre las pinturas recobradas de Carducho, el monje de la recepción, al oírme, me preguntó si era catalana con gran risa de los que hacían cola: “¡no, gallega, gallega!”. La pregunta me desconcertó y noté que algo extraño había pasado. El monje sabía dónde nací.
Segunda pregunta: ¿Por qué esta señora de 63 años recién cumplidos se lanza a ser escritora en un blog?
No recibí la visita del Espíritu Santo. ¡Qué más hubiera querido! Todo es más terrenal: vengo de una familia de letraheridos. Mi madre nos amamantó leyendo, leyendo libros. Llevo muchos años entre ellos pero siempre en el ámbito privado o semipúblico; el secreto, hoy casi clandestino, mundo de los profesores de francés. Mi querido hermano, José Javier, que se marchó hace ahora cinco años, fue profesor de Lengua y Literatura Española. Sin embargo nunca estuvo satisfecho; soñaba, desde muy pequeño, junto a nuestra madre, con ser un gran escritor. Su hija mayor Aitana Galán, escribe y dirige teatro. El mío, Raúl, es periodista, nos ha regalado ya artículos excelentes, pero es muy suyo, no se prodiga mucho. Estuve casada 33 años con un profesor escritor, fui la censora de sus artículos.
Ayer mismo, leyendo en el tren camino de Vigo “De qué hablo cuando hablo de correr” de Haruki Murakami me enteré de que Dostoievski escribió sus dos grandes novelas, “Los demonios” y “Los hermanos Karamázov”, en los últimos años de los sesenta que vivió. Domenico Scarlatti compuso quinientas cincuenta y cinco sonatas para clavicémbalo. La mayoría de ellas entre los cincuenta y siete y los sesenta y dos años. Creo más en la sabiduría popular del proverbio Nunca es tarde si la dicha es buena, que en el verso de Aragón cantado por Brassens:”Le temps d’apprendre à vivre , il est déjà trop tard”. Cuando aprendemos a vivir ya es demasiado tarde.
C.G.T.
Miércoles 16 de septiembre de 2011
Miércoles 16 de septiembre de 2011
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