sábado, 17 de diciembre de 2011

Orejas de burro/Bonnet d'âne

                                                       Para Ana y Jose Ramón Mojón

Mi cuarto artículo titulado “El primer naufragio” ha suscitado diferentes reacciones en mis lectores que me gustaría tener en cuenta a la hora de redactar este nuevo artículo. Hablo de lectores secretos ya que los artículos esperan un espacio para ser publicados. Se los envío a algunos de mis amigos, los que me mostraron más interés cuando por fin me decidí a escribir de una forma regular y constante. Estos “supporters” que me siguen me comunican sus impresiones sobre lo que escribo. Una enorme ayuda para mí en estos primeros pasos dentro de la escritura. Es así que mi cuarto artículo, a pesar de que yo había advertido que los tres primeros eran una especie de declaración de principios, una explicación sobre mi deseo de escribir, desconcertó a dos mis lectoras. Una de ellas me dijo con toda franqueza que no había entendido nada, la segunda advirtió un cambio de rumbo que me pareció decepcionarle... Y el tercer comentario vino de un amigo entusiasta que no percibió ningún cambio valorando mi capacidad de enganchar al lector con cualquier tema. Mis dos primeras lectoras estarán contentas con el de hoy. Presentaciones hechas sin querer aburrir a nadie con mi historia vuelvo sobre una experiencia determinante en mi recorrido vital.

Desde principios de los 70, cuando me estrenaba como profesora en Orense, leo todas las semanas Le Nouvel Obs’, una mina informativa para mí sobre la sociedad francesa. A decir verdad compro más que leo, por falta de tiempo. Pequeñas montañas de Nouvel Obs’ esperan pacientes su turno a mi lado, en la mesa de la cocina, mi lugar favorito para leer. Y en uno de ellos del mes de septiembre encuentro la frase que decide este texto: Bonnet d’âne pour l’Éducation Nationale: Orejas de burro para la Educación Nacional. Esta apelación de un castigo, al parecer habitual en otros tiempos, me trae el recuerdo de la herida más humillante que sufrí siendo una niña de unos 7 años. Marcó el principio del fin de mi infancia, de aquel paraíso donde me movía feliz, disfrutando de la alegría de vivir. Vivía entonces en Celanova, iba al colegio, el único que había, de las monjas franciscanas. Era, según contaban mis padres, una niña muy segura de mí, muy independiente y sin pelos en la lengua, acostumbrada a decir siempre lo que pensaba lo que ocasionó alguna escena comprometida para mi madre ya que nunca cumplía sus recomendaciones de no repetir todo lo que oía en casa. ¡La verdad me podía! Una de mis compañeras de clase recibió de una de nuestras monjas dos sonoras bofetadas por algo que no hizo bien, no lo recuerdo. En la puerta del colegio informé a su madre de lo sucedido con todo lujo de de detalles, sé que nombre el color rojo de las mejillas después de las bofetadas. Cuando volví al colegio por la tarde, era una tarde luminosa de mayo, tuve un presentimiento de que algo iba a suceder. Y lo que sucedió fue inimaginable: la monja pegona, tan pronto me vió, vino llena de furia hacia mí y sin ninguna explicación me colocó unas enormes orejas de burro de cartón, completadas por un papel sobre el cartón que cubría mi frente , sujeto con unos alfileres, era la clase de labores, con el siguiente texto: “Por mentirosa y tramposa” . Y así estuve toda la tarde, muerta de vergüenza, comiéndome las lágrimas y sin entender nada. Por si fuera poco, a la hora del rosario, era el mes mayo, salíamos todas al patio a cantar el rosario juntas para terminar en la capilla, yo con mis orejas puestas ahora sobre un velo blanco, largo, la primera del cortejo.

Muchos años después, durante un intercambio con un instituto de Limoges, las profesoras de español Paloma Léon y Cécile Lainé nos ofrecieron como actividad una visita a Ambazac. Nos habían preparado la sorpresa de la irrupción de otro cortejo: el de la Académie des Ânes . Esta institución mantiene viva la broma que Molière gastó al Marqués de Ambazac, haciéndole creer que sería recibido en la Académie Francaise, se encontró en lugar del bicorne que llevan los académicos con un bonnet d’âne. Así ataviados se presentaron los miembros de la Academia de Ambazac. Durante el picnic que siguió a la llegada del cortejo, conté a los reunidos “mis orejas de burro”. Uno de los señores participantes se levantó muy serio y me regaló su bonnet d’âne, en papel verde y dorado, como desagravio a la niña que no sabía que la verdad tiene siempre un precio.
C.G.T.
Lunes, 15 de noviembre de 2011

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