lunes, 12 de diciembre de 2011

El árbol del amor

Mi familia se suma a mi "doble yo" como el otro elemento decisivo de mi ser. Permítanme una segunda declaración de principios, como la que hice en el primer artículo, sobre mi identidad. Desde hace un año y un mes, soy el tronco de un árbol por ahora con cuatro ramas sólidas, mis hijos y mis dos beaux-enfants. Para referirme a la familia que, curiosamente, llamamos política, usaré el francés. Los términos franceses, siempre acompañados del adjetivo "beau, belle, beaux,belles", me gustan mucho más. Comparen: suegro/a, nuera, yerno, cuñado/a son ásperos y duros. Annie Dupouy, mi amiga, profesora de español en el Lycée Camille Jullian de Bordeaux, cuando yo era assistante, me comenta que con los cambios de modelo de familia,"beau-fils" ya no se emplea para yerno que hoy se denomina gendre. "Beau-fils" ha pasado a ser el hijo que uno de los miembros de la pareja aporta aunua famille recomposée. Hay otras ramas en mi árbol, mis dos "belles-soeurs" y mis seis sobrinos. Tengo hasta un sobrino nieto de 22 años. Somos pocos pero bien lucidos. La savia del árbol se nutre de las lenguas que hablo, lo que digo, lo que escribo. Y el árbol, plantado en mi jardín, a veces , maltrecho, herido, es el árbol de Judea, de Judas o del amor, así llamado por su color rosa y sus hojas de forma acorazonada.
No quiero ser consorte ni viuda. Fuí consorte dos veces. La segunda con suerte, la primera sin ninguna. Digamos que en esta ocasión, la primera, fuí victima de un terrible malentendido, llamémosle así, que me dejó una profunda herida. Con 23 años, estaba viviendo una situación familiar límite, porque mi madre se moría arrasada por un cáncer en la flor de su vida, y me dejé llevar "dónde el corazón me llevó" como Susana Tamaro, aunque prefiero los versos de Manuel Machado: "Que las olas me traigan, que las olas me lleven y que jamás me obliguen el camino a elegir..." Durante tres años y medio fuí la consorte oficial de un hombre público que ni en la intimidad hizo ningún esfuerzo para aclarar la ambigüedad de nuestra relación. Y tuve que elegir. Me ví obligada a encarar la verdad, yo solita, con mis 23 años, mi madre recién enterrada. Carmen Martín Gaite, con quien mantuve una correspondencia, en los años entre la publicación de Nubosidad Variable y su muerte - conocimiento corto en el tiempo pero muy intenso y fecundo para mí- me enseñaba siempre  dichos populares que ilustran el cambio de rumbo en mi vida cuando estaba a punto de estallar. A lo más oscuro amanace Dios.Y un día saltó la liebre en el erial: mi marido. A él le encantaría que lo comparase con una liebre, porque ya cuando lo conocí andaba poco y mal. Se anunciaba una de sus enfermedades, sus arterias atascadas, claudicación intermitente, en las piernas, no en su mente. A él ya le dediqué un texto, "Tus gafas" no tengo nada que añadir. Conocí a otros hombres por supuesto, variados y variopintos, pero ser, ser, solo fuí de mi legítimo. Ya sé que suena a antiguo, incluso a "carcunda", pero así ha sido. Ahora que por desgracia, ya no soy su mujer, sigo siendo madre, tía, belle-mère, belle-soeur  y sobre todo, en cuanto al número, amiga, amiga de mis amigos y amigas. Sobre este lazo, el de la amistad les hablaré en mi próximo artículo.

Jueves 22 de septiembre de 2011

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