viernes, 30 de diciembre de 2011

Mi caja de música/ Ma boîte


                                                                              Para Raúl, mi querido copiloto

Siguiendo con la música y sus lugares sería faltar a la verdad si no les contase cuál es el lugar por excelencia, hoy por hoy, dónde me entrego a la música sin ninguna restricción: mi coche.
El coche es otra experiencia a la que me incorporé tarde. Cuando nos fuimos a vivir a Viduido no tuve otra opción. Al principio fue duro, me costó, ignoraba aún todo lo que ese espacio iba a depararme además de miedo e inseguridad. Hablo de coche en singular para subrayar su importancia ya que para mí el coche es un objeto simbólico. Un día tuve un sueño que le habría gustado a Freud: iba subiendo una cuesta, cuesta, con dificultad, mi hijo adolescente detrás; me paro y le digo que se baje. El coche  entonces empieza a subir sin problemas pero yo no conducía aunque estaba al volante, ¡iba solo¡, una de mis amigas más queridas estaba a mi lado. Me desperté riendo contentísima. Hasta ahora he tenido tres coches, uno cada 10 años más o menos, siempre pequeños, de ciudad. Pienso en ellos y caigo en la cuenta de que hasta los colores son simbólicos, el primero, un Panda blanco, el segundo, un Arosa azul, el tercero, el que tengo ahora, un Suzuki Alto rojo. Cada uno se corresponde a una etapa y cumple una función. Menos mal que mi hijo en esto del color no se ha fijado aún, habría que oírlo. Francia, mi hijo y yo damos para varios artículos.
 Si soy sincera tendré que decirles que en mis coches ha pasado de todo.
Los años del Panda fueron durísimos. El coche desbordaba de niños. Llevaba los míos y varios de mis vecinos que iban al mismo colegio. Mi hijo que era el mayor del grupo, a mi lado, de copiloto, atrás, cuatro bien apretujados. Discusiones constantes entre la chófer y el copiloto sobre lo divino y lo humano. Dialéctica de alto voltaje, silencio atrás de los cuatro pequeños que seguían la discusión encantados. Algún pequeño susto, alguna parada de los guardias resuelta casi siempre bien, tuve suerte y dí con los pocos que hay compasivos. Sin espacio ni tiempo para la música. Después de dejarlos en el colegio voy al instituto agotada.
A finales de los 90 nuevo coche, nueva etapa. Mi hijo tiene 18 años, lo peor ya ha pasado. El grupo de pequeños, ahora crecidos, se dispersa. Siguen viniendo conmigo los que van al instituto. La vida en el coche cambia, de foro de debate pasa a ser el rincón de las confidencias. Y entonces aparece la música. Hay un consenso no explícito, en el coche se escucha la música que tiene la madre: Sabina, Serrat, Pablo Milanés, con alguna concesión a los chicos, Ismael Serrano, Manolo García...Pasan unos rápidos años y los chicos se van...Me quedo sola en mi Arosa azul. Y empieza la fiesta. Borrachera de música clásica, barroco, barroco, barroco. Bach, sobre todo Bach. Mi equipo no es bueno y un día se para. En septiembre de 2006 se muere mi hermano. La tristeza se asienta, sin música, sin ganas de nada, sólo silencio. Un mes después voy a Viena, al congreso de la FIPF, federación internacional de profesores de Francés y vuelvo con un libro y un disco en mis manos, “Ma vie avec Mozart”d’Emmanuel-Carl Schmitz. Instalo un buen equipo en el coche. Mozart y su C. para piano nº 21, Cosi fan tutte, Ave Verum Corpus, C. para Violín nº3 suenan y vuelven a sonar durante meses. Adiós melancolía.
Mi coche rojo aún no ha cumplido dos años pero ama a Haendel desesperadamente, igual que su dueña. Donna Leon dijo que “Haendel produce adicción”, con motivo de la conmemoración de los 250 años de su muerte en 2009. El jueves pasado el coche me dejó tirada a 2 kms. de mi casa, creo que enfadado con la chófer desde el premio Príncipe de Asturias a Léonard Cohen. El es mucho mas fiel que la dueña y empieza a estar harto de este intruso que susurra: “Danse to the end of love”.
C.G.T.

Lunes 12 de diciembre de 2011

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