domingo, 29 de enero de 2023

Alain Finkielkraut: "El Nobel de Annie Ernaux no es de Literatura, sino del Resentimiento"

Inasequible al desaliento, el filósofo francés libra una batalla contra los dictados simplistas y destructivos de la izquierda "woke" y sus agravios fantasiosos. Solo el amor por la cultura, dice, puede sacarnos del oscurantismo.

El filósofo Alain Finkielkraut  (París, 1949) nos recibe en el amplio salón de su apartamento parisino, junto a los jardines de Luxemburgo, para hablar de su ensayo de reciente publicación en España: La posliteratura (Alianza Editorial). De la inmensa biblioteca que se levanta a sus espaldas sobresalen volúmenes de y sobre Milan Kundera y Philip Roth, dos presencias que iluminan una época que juzga oscura, dominada por el resentimiento de los colectivos identitarios y un progresismo que aplasta la creación artística.

Hijo único de un marroquinero judío polaco deportado a Auschwitz, Finkielkraut cobró notoriedad como parte del movimiento de los nuevos filósofos de izquierda que cortaron lazos con el totalitarismo  en el Mayo francés y la Primavera de Praga. Hoy, este miembro de la Academia Francesa y autor de una vasta obra que reflexiona sobre la identidad y la cultura, nada contra la corriente. Sus intervenciones públicas -fuera de su programa radiofónico Répliques, uno de los últimos lugares donde hay debates reales en la mejor tradición de la conversación francesa-, experimenta en carne propia la cultura de la cancelación. "Ya no me invitan a ninguna universidad, ni siquiera a la Escuela Politécnica, donde soy profesor emérito. Y cuando voy a Sciences Po (Instituto de Estudios Políticos de París), es bajo protección policial o por una puerta trasera para evitar problemas", explica. Pero el polemista, que se dice "de izquierda" aunque ajeno a la "izquierda actual", no se amilana, y arremete contra el wokismo y sus principales manifestaciones: el Nobel para Annie Ernaux, el neofeminismo binario, el antirracismo delirante o un ecologismo desbocado que resucitan métodos totalitarios.

P.- Quisiera empezar por una frase que usted cita del exitoso novelista Édouard Louis, uno de los mejores ejemplos del wokismo francés: "Si no se escribe contra el racismo, de nada sirve escribir", ¿Cómo hemos llegado a esta concepción de la literatura?

R.-Creo que la literatura lleva mucho tiempo amenazada por la ideología. La ideología, decía Hannah Arendt, es la lógica de una idea, Pero aún es más. La ideología, en particular el comunismo, se ha representado como una gran narración, incluso como una especie de novela épica que relata la emancipación progresiva de la humanidad. Y la literatura se basa en una ontología completamente diferente. La base de la literatura es el individuo.

 A este respecto, Philip Roth tiene sentencias definitivas, sobre todo en su novela  Me casé con un comunista. Nathan Zuckerman, el confidente del protagonista nos cuenta que había escrito una obra de teatro sobre Torquemada, el Gran Inquisidor, en referencia al macarthismo que hacía estragos en Estados Unidos. Y su profesor se enfadó muchísimo: en lugar de hacer literatura, le dijo, había escrito "una pieza ejemplarizante". Y hay una frase extraordinaria: "Cuando generalizas el sufrimiento, tienes comunismo; cuando particularizas el sentimiento, tienes literatura". También dice esto: "La batalla que hay que librar  es mantener vivo lo particular en un mundo que simplifica y generaliza". El compromiso, si lo hay, debe estar al servicio del arte como tal, al servicio de la literatura y, repito, de su ontología. La tentación ideológica sobrevivió al colapso del comunismo y hoy vuelve con fuerza con el wokismo. En particular, en forma de antirracismo. El antirracismo ocupa el lugar que el marxismo o la lucha de clases ocupaban en la ideología: el mundo se divide entre dominantes y dominados. Alguien como Édouard Louis se compromete con esta lucha con un total desprecio de lo literario.

P.- Hablemos de un segundo escritor que podría representar la entronización de esta idea: Annie Ernaux, autora de una frase que a usted le chocó: "Escribiré para vengar mi raza".

R.- A ver, Annie Ernaux no es insignificante. Sus primeros libros tienen cierta fuerza, la singularidad está presente. Habla de su padre en El lugar y de su madre en Una mujer. Siguen siendo individuos. Pero poco a poco, los individuos se volvieron categorías y el resentimiento se apoderó de ella y, por desgracia, se convirtió en su musa... En efecto, llegó a decir: "Escribo para vengar mi raza". Repitió esta horrible frase en su discurso del Nobel. Su "raza" en este caso son sus padres, sus abuelos. ¿Qué les pasó? Estaban en Yvetot (pueblo de Normandía) y tenían una tienda de comestibles. Hay cosas peores. Procedían de familias muy pobres, pero empezaban a ascender en la escala social. El siglo XX fue terrible, sobre todo para otras razas. En Yvetot se estaba tranquilo; el trauma, reconoce, fue el bombardeo aliado de Normandía. El trauma de mi padre fue Auschwitz. El volvió de allí. Mis abuelos, no. Deportados de Francia. Yo podría haber querido vengar mi raza. Y también otros: el pintor Sam Szafran, que escapó a la redada del Vel d'Hiv. Podría haber acabado siendo un delincuente y se convirtió en un gran artista. Georges Perec también, ¿no es cierto?. Fue un niño ocultado. No vengó su raza. De por sí, esa expresión es indigna, pero cuando se piensa en lo que ha sido la historia del siglo XX, muestra una insensibilidad inaudita hacia las tragedias de los demás. Pero, sobre todo, es una generalización espantosa. Es decir, una vez más, el mundo para Annie Ernaux está divido entre dominantes y dominados. Los dominantes tienen el monopolio de la cultura, y la cultura solo les sirve para humillar a los dominados. Lo que les ocurrió a su padre y a su madre, y quizá a ella en el instituto, es eventualmente haber sido mirados con desdén por unos burgueses. Es algo que se puede superar. Ella no lo superó nunca, y su obra es un juicio permanente que sacrifica la pluralidad humana a una visión binaria.

P.- ¿Cómo interpreta que le dieran el Nobel de Literatura?

r.- Podemos decir que el Premio Nobel de 2022 no es el de Literatura, sino el Nobel del Resentimiento. Y a este respecto, basta pensar en Albert Camus, Premio Nobel 1957. que nos legó ese extraordinario libro póstumo: El primer hombre. Camus viene de una familia de pieds noirs miserables. Su abuela trabajaba de mujer de limpieza. También su madre, que era discapacitada. Sin embargo, su obra respira gratitud, no por el mundo, sino por la belleza del mundo. Hay un si nietzscheano al mundo, en la obra de Camus y, en cualquier caso, ninguna idea de vengar a su raza, ni siquiera cuando elogia la revuelta. La comparación ente el Nobel de 1957  y el de 2022 no juega a favor de Annie Ernaux, y sugiere que tal vez los galardonados con el Premio Nobel, los propios jurados del Nobel, han entrado en la era de la posliteratura.

P.- La posliteratura habla del nuevo feminismo y dice que "el neofeminismo es realismo socialista". De hecho todo el movimiento woke, que exige que el arte esté al servicio de la deconstrucción, la descolonización y el antirracismo, recuerda aquella visión utilitaria y política del arte, ¿En qué sentido ve aquí una reformulación de los imperativos soviéticos y donde radica su novedad?

R.- Primero, la novedad: no hay ningún Estado que encarne este ideal. Esto significa que el wokismo será mucho más difícil de deconstruir por sí mismo. Los ideólogos comunistas se enfrentaron en un momento dado al desmoronamiento de su ideal. La escasez y los campos de concentración eran algo demasiado gordo, así que los camaradas tuvieron que revisar su postura. En cuanto al wokismo no veo como lo harían. Por desgracia, no habrá pruebas de la realidad. Está institucionalizado en la universidad, funciona en todo tipo de estudios, etc. Además, la demografía, en cierto modo, favorece el movimiento. Detengámonos un momento  en el feminismo. El feminismo ha sido, hasta hace poco, una lucha por la igualdad.

P.-Dice que el feminismo ha sido "un mal ganador"...

R.- Sí. Ha habido malos perdedores y las neofeminisatas son malas ganadoras. La píldora fue un gran acontecimiento, mató al patriarcado. Ahora las mujeres pueden divorciarse cuando quieran; puede incluso tener hijos solas con las nuevas tecnologías. La reproducción asistida para mujeres solteras es legal. Tienen acceso a todos los empleos. Son ministras en carteras de Estado, en el Ministerio de Defensa, y no solo en el ámbito de los cuidados. En Francia son reporteras de guerra quienes están informando en primera línea en Ucrania, Ursula von der Leyen preside la Comisión Europea... hoy las mujeres ocupan los puestos más  altos, pero la lucha continua... Lo que no me gusta es la coartada que se da a sí misma, la idea de que todavía tenemos que pelear contra los bastiones masculinos, cuando ya no queda ninguno, y que el sexismo es tan sistémico como el racismo. Es un cuento.

P.- ¿Cree que existe la posibilidad de una reacción y una respuesta, quizás del universalismo o bien una derecha identitaria simétrica al wokismo?

R.- No creo que la derecha identitaria sea en sí misma simétrica al wokismo. Si hay un renacimiento, debe estar inspirado por el amor a la cultura. Debemos preservar, apreciar y transmitir la cultura, lo que Malraux llamaba "la herencia de la belleza del mundo". Es esta exigencia de fidelidad la única que acabará curándonos del wokismo, pero no soy optimista. Me gustaría citar una frase de un autor español: Antonio Muñoz Molina. No alude en absoluto al wokismo pero puede aplicársele. "En Cataluña, desde hace muchos años, la realidad del gobierno autonómico y la prosperidad ha sido utilizada para divulgar el mito de la opresión y el expolio". Y estamos viviendo una situación similar: la fantasía del racismo sistémico, la fantasía del sexismo generalizado, en un momento de la historia en que las mujeres son más libres que nunca y el racismo es unánimemente o casi combatido y repudiado, Hoy debemos de tener la fuerza, primero para denunciar la impostura y finalmente para resistir a esa fantasía. Porque la fantasía proporciona -tal es su función satisfacciones imaginarias.

Alejo Schapire. El Mundo.es,  27-1-2023.


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