domingo, 22 de enero de 2023

Gérard Garouste: "Todo lo que he conseguido en la vida ha sido gracias a mi fragilidad"

El galerista Leo Castelli le dio fama mundial y multiplicó el precio de sus lienzos por 10.El Pompidou lo reconoció después, en 1988. Ahora expone en ese mismo museo parisiense los miedos, los demonios y los delirios que lo internaron durante 10 años en psiquiátricos, pero también las lecciones que lo han salvado. "Soy maníaco depresivo. Pero uno se va ajustando. Los problemas o te matan o te fortalecen", dice Gérad Garousse, uno de los pintores franceses contemporáneos más relevantes. 

Aunque pasa medio año en su estudio de Normandía, hemos quedado en su casa de París. La ideó su mujer, la decoradora Élizabeth Garouste. Allí se retrata. Pero prefiere que la entrevista sea entre sus lienzos expuestos en el Centro Pompidou hasta primeros de enero. Es martes, día de cierre. Las salas están vacías, y Garouste, sus miedos y sus obsesiones se multiplican por las paredes. Allí está pintada la pistola que sacó su padre para amenazar a su madre y luego dejó sobre una mesa. También la capacidad de Don quijote para ver belleza en la fealdad. Y también los talleres de La Source, una organización que inicia en el arte a los niños con problemas. "El objetivo no es formar artistas, sino descubrir el arte como cura", dice. Sabe de qué habla.

P.- L'intraquile (El intranquilo, que Errata Naturae traduce al castellano) es el título de sus memorias. ¿De dónde venía esa intranquilidad?

R.- Como título, de Pessoa. Pero resume mi carácter: dificultades psicológicas para vivir, delirios y, aunque he conseguido tener una vida , me ha quedado la necesidad de vivir pendiente del menor signo de que la cabeza se me va, intranquilo. Tengo que evitar el júbilo . Las crisis me han convertido en un hombre prudente. Mi vida sin los medicamentos sería imposible de soportar. A cambio, he conocido la calma.

P.- ¿Cuándo tuvo la última crisis?

R.- Hace cinco años. íbamos a salir de viaje. Le temo mucho al entusiasmo. Y mi mujer más. Empiezo a hablar mucho y veo en su cara lo que viene. Entonces actuamos. El psiquiátra le indicó que medicación darme y al día siguiente  estaba destrozado, pero el delirio se había ido.

P.- Su obra es la de un hombre apasionado, alguien que no deja de analizar y recordar. ¿Cómo conjuga esa búsqueda con la calma?

R.- Creo que la calma llega con la experiencia de la vida. Durante treinta años me psicoanalicé. Un psicoanálisis no es un diálogo, es un monólogo con uno mismo. Y al final perdí el miedo. Hoy no tengo miedo de nada. Tampoco tengo secretos. Creo que soy libre.

P.- ¿Lo ha sanado pintar, escribir, estudiar o psicoanalizarse?

R.- Todo es lo mismo: hablar. Uno se libera hablando. Quien sabe hablar no necesita gritar. Uno es consciente de lo que llega a decir. Hablar es ordenar la cabeza.

P.- Tuvo su primera gran crisis cuando su mujer estaba embarazada de su hijo Guillaume.

R.- Pinte ese delirio. Me obsesioné con el libro L'herbe du diable et la petite fumée, de Carlos Castaneda. Tomé a Élizabeth como el diablo.

P.- En su autobiografía se pregunta cómo ella ha podido permanecer con usted tantos años. ¿Ha encontrado respuesta?

R.- Se llama amor. Pero es increíble, claro. Pero ella se quedó. Su actitud me deja sin palabras. Incluso hoy. ¡Quién se queda al lado de un loco? Cuando he estado mal, yo he sido incapaz de asumir mi amor por ella. Ella, en cambio, siempre ha sido capaz de todo. Cuando no teníamos dinero, trabajaba en la zapatería se sus padres. Y no me dejaba caer.

P.- El cuadro favorito de Élizabeth es el de un hombre que camina con un bastón por u campo calcinado. ¿Le ha preguntado por qué?

R.- No. Porque lo sé. Ella solo quería que volviera a pintar. Y yo me pasaba el día durmiendo. Los que duermen durante el día tienen una vida horrible. Es duro no poder ser persona. Lo pinté después de pasar una década viviendo como un vegetal. Intentaba pintar, pero me tumbaba al pie del caballete y me ponía a dormir, como un gato.

P.- ¿Por qué?

R.- Era un sitio incómodo y pensaba que allí no me quedaría dormido. Luego comprendí que la medicación era demasiado fuerte. Mi psiquíatra actual dijo que me habían curado anulándome para que no no molestara. Corrigieron la medicación  y pinté esa travesía por el campo calcinado. 

P.- ¿El delirio es una huida?

R.- Claro, uno se convierte en desertor cuando la vida resulta muy dura. Tras el primero grave, me internaron. Había arriesgado, no ya mi vida: la de los demás. Amenacé a todo el mundo: a mi mujer, a unos curas...

P.- ¿Se ha beneficiado del delirio?

R.- Es paradójico, pero encontré una profesión  que podía convivir con mis delirios. Es como cuando uno se rompe el brazo y aprende a escribir con el otro. Un pintor un poco loco es admisible. ¿Se imagina si hubiera sido médico? Nadie hubiera confiado en mí. Estar loco permite jugar. La cuestión es conqué se juega...

Anatxu Zabalbeascoa. El País Semanal, 24 de diciembre de 2022.

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