Para Maika porque hay luz al final del túnel
En una de las noticias de la sección Al día publicadas en el blog, Divinas estrellas, inmensos monólogos, 10/1/12, entre los textos citados figura “El año del pensamiento mágico” de Joan Didion, monólogo interpretado por Fanny Ardent. Acababa precisamente de leer ese libro cuando vi la noticia. La imagen de Fanny Ardent, la musa de Truffaut, enfrentándose al dolor de la muerte de “su” marido, no ha dejado de acompañarme haciéndome cambiar de idea ya que no pensaba volver sobre algo que, yo creía, ya había cumplido su tiempo. Cuando mi marido murió me aferré a unos cuantos libros, buscando un modo de compartir la pérdida con la experiencia de otros que ya lo habían vivido y que tenían la valentía de contarlo. Creo que, salvo excepciones excepcionales, los buenos libros son los mejores compañeros en la difícil travesía del duelo. Los seres queridos y los buenos amigos nos consuelan con su sola presencia, no siempre con sus palabras, empeñados como suelen estar en que ahuyentemos el dolor cuanto antes. Sufren con nuestro duelo inevitable, sin entender que no es cuestión de voluntad, sino de tiempo y que ese tiempo no transcurre de un modo lineal ni dura lo mismo para cada uno de nosotros. En los primeros meses busqué la soledad de mi casa y fueron los libros mis mejores compañeros. Aparecían ante mis ojos títulos como señuelos: “Un hombre de palabra”, “Tiempo de vida” “Memorias de una viuda”. “El año del pensamiento mágico”. Si no recuerdo mal éste fue el orden cronológico en que los leí. “Un hombre de palabra”, Inma Monsó, Alfaguara 2006, me interesó pero no me conmovió. La pregunta que la autora se plantea sobre cómo conjugar el recuerdo y el olvido se me presentaba demasiado pronto cuando en mí dominaba el deseo de no olvidar nada ni nunca. Enseguida me deshice de él, regalándoselo a una amiga en la misma situación que yo. En cambio leí varias veces“Tiempo de vida”, Marcos Torrente Giralt, Anagrama, 2006. No solo podía compartir vivencias, la muerte de su padre va precedida del proceso de la enfermedad, del hospital, de los sentimientos de amor y compasión hacia el enfermo sino que admiré la valentía del autor al escribir este texto que él mismo califica de impúdico relato. Sentí su efecto “sanador”, la liberación que suponen las palabras, las únicas armas con que podemos enfrentarnos a la muerte.
En una de las noticias de la sección Al día publicadas en el blog, Divinas estrellas, inmensos monólogos, 10/1/12, entre los textos citados figura “El año del pensamiento mágico” de Joan Didion, monólogo interpretado por Fanny Ardent. Acababa precisamente de leer ese libro cuando vi la noticia. La imagen de Fanny Ardent, la musa de Truffaut, enfrentándose al dolor de la muerte de “su” marido, no ha dejado de acompañarme haciéndome cambiar de idea ya que no pensaba volver sobre algo que, yo creía, ya había cumplido su tiempo. Cuando mi marido murió me aferré a unos cuantos libros, buscando un modo de compartir la pérdida con la experiencia de otros que ya lo habían vivido y que tenían la valentía de contarlo. Creo que, salvo excepciones excepcionales, los buenos libros son los mejores compañeros en la difícil travesía del duelo. Los seres queridos y los buenos amigos nos consuelan con su sola presencia, no siempre con sus palabras, empeñados como suelen estar en que ahuyentemos el dolor cuanto antes. Sufren con nuestro duelo inevitable, sin entender que no es cuestión de voluntad, sino de tiempo y que ese tiempo no transcurre de un modo lineal ni dura lo mismo para cada uno de nosotros. En los primeros meses busqué la soledad de mi casa y fueron los libros mis mejores compañeros. Aparecían ante mis ojos títulos como señuelos: “Un hombre de palabra”, “Tiempo de vida” “Memorias de una viuda”. “El año del pensamiento mágico”. Si no recuerdo mal éste fue el orden cronológico en que los leí. “Un hombre de palabra”, Inma Monsó, Alfaguara 2006, me interesó pero no me conmovió. La pregunta que la autora se plantea sobre cómo conjugar el recuerdo y el olvido se me presentaba demasiado pronto cuando en mí dominaba el deseo de no olvidar nada ni nunca. Enseguida me deshice de él, regalándoselo a una amiga en la misma situación que yo. En cambio leí varias veces“Tiempo de vida”, Marcos Torrente Giralt, Anagrama, 2006. No solo podía compartir vivencias, la muerte de su padre va precedida del proceso de la enfermedad, del hospital, de los sentimientos de amor y compasión hacia el enfermo sino que admiré la valentía del autor al escribir este texto que él mismo califica de impúdico relato. Sentí su efecto “sanador”, la liberación que suponen las palabras, las únicas armas con que podemos enfrentarnos a la muerte.
El año del pensamiento mágico, Joan Didion, Global Rhythm, 2006,/ “L’Année de la pensée magique”, Grasset,2007. Aunque sea el último que leí, prefiero abordarlo antes que “Memorias de una viuda” ya que el primero parece haber influido en el segundo. Los dos en la misma línea son una crónica minuciosa de la desaparición, libros de dolor y de espanto pero también de esperanza. Ambos me devolvieron como un espejo comportamientos, pensamientos muy cercanos. ¿De qué habla Joan Didion cuando habla de “pensamiento mágico”? En una entrevista publicada en El País com. Babelia, 2/9/2006, nos explica que los psiquiatras y los antropólogos hablan de pensamiento mágico para referirse a una actitud mental que nos hace sentirnos profundamente convencidos de que tenemos poderes para influir en el curso de los acontecimientos. “Cuando perdí a mi marido me aferré al pensamiento mágico con una intensidad que me asombró. Me negaba a tirar sus zapatos porque estaba convencida de que si los conservaba Jhon volvería a por ellos.” Conozco en mi propia carne la experiencia de la que habla ya que tuve un comportamiento similar en mi duelo aún reciente. En mi caso el pensamiento mágico me acompañó durante los dos últimos años previos a la muerte de mi marido. En cada recaída estaba persuadida de que se recuperaría. Por eso y a pesar de tantas señales que me la indicaban, su muerte me sorprendió, necesité tiempo para reaccionar, para admitir que no había vuelta atrás. Joyce Carol Oates habla de lo mismo cuando usa los términos de pensamiento salvaje en”Memorias de una viuda”, Alfaguara, 20111. En Francia fue publicado unos meses más tarde con un título que me parece más adecuado al espíritu del libro: “J’ai réussi à rester en vie”. Lo que significa que la vida continúa y que además una nueva fuerza anida en cada pena, en cada dolor.
Algunos lectores se sienten molestos ante estos libros, que ahondan en sentimientos de una manera tan abierta, más allá del pudor. Por mi parte, quiero expresar desde aquí mi gratitud a estos cuatro escritores, por su valentía, por su generosidad, que, como a mí, habrán ayudado a otras mujeres y hombres a salir del túnel . “Nos sucederá a todos aunque los detalles sean diferentes”, Joan Didion.
C.G.T.
C.G.T.
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