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La pequeña Esther |
Riad Sattouf no tiene patria. "Siempre he sentido un gran desarraigo. Lo bueno es que podría vivir en cualquier lugar del mundo", sostiene en el pequeño despacho que su editorial parisiense ha puesto a su disposición y que se encuentra cerca de la plaza de la República. Nació en París hace 39 años, pero vivió en Libia hasta los 4 años y en Siria hasta los 13. Sattouf es hijo de un profesor universitario de Homs que rechazó un puesto en Oxford para regresar a su país y de una bretona que aceptó seguirle hacia esos lejanos paisajes. De esa particular infancia surgió El árabe del futuro (Salamandra), que ya va por el tercer volumen. Su éxito lo ha convertido en un nombre fundamental del cómic francés. Los dos primeros volúmenes vendieron un millón de ejemplares y han sido traducidos a 18 lenguas. Ahora Sattouf cuenta con otra heroína, la protagonista de Los cuadernos de Esther (Roca), una nueva saga inspirada en la deslenguada hija de una pareja de amigos. Esa niña parisiense no cobra derechos de autor aunque debería: cada viñeta se inspira en una historia que le contó al autor. "El color de la piel da igual, lo que importa en la vida es la belleza", sentencia en un bocadillo de tebeo. Para la pequeña los homosexuales son "hombres calvos que se aman". Su máximo sueño sería que su padre le comprara un iPhone. "Pero no puede porque somos pobres", se consuela este cruce de Mafalda y Pequeño Nicolás. "El proyecto surgió de la voluntad de comparar mi infancia con la de una niña de hoy", resume Sattouf. En realidad nada ha cambiado en el patio del colegio desde los ochenta. Los niños juegan al fútbol y las niñas escriben cartas de amor. "La fábrica del género sigue funcionando igual", confirma el autor. Sattouf dibuja la niñas como un universo conservador. "Una vez leí un estudio de una universidad sueca que decía que la infancia era de derechas", sonríe. "Esther es muy tradicional: sueña con casarse y quiere formar parte del grupo. Pero tal vez su criterio evolucione. Por eso quiero seguirla hasta los 18 años, si no se cansa antes de mí"...
Alex Vicente. París. El País Semanal, 2-4-2017
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