Qué difícil encasillar a Pascal Quignard. Qué empeño tan absurdo el del lector querer atrapar al escritor, lo leído, en un cajoncillo con etiqueta, una hermosa mariposa más clavada en su alfiler. Decía en una ocasión Thomas Bernhard, en una entrevista con el periodista austríaco Kurt Hofmann: " Un día me siento y escribo nada más que un texto en prosa, y otro día, otro. Eso lo comprende usted, unas veces le apetece a uno una cosa, otras otra". Y sin embargo es complejo renunciar a intentarlo, hay que tratar de acotar, establecer referentes, quizá porque de otro modo no se acierta a comprender, a aprehender, lo suficiente. Quignard (Verneuil-sur-Avre, Normandía, 1948) es un escritor atípico, un filósofo con alma de poeta al que le gusta narrar, y que tiene gran querencia por asuntos como la historia, la música, el sexo, la pintura, el arte todo. Otros dirán, son legión, que es un escritor típicamente francés, de tendencia amanerada, presto a envolverlo todo en una nebulosa reflexiva y erudita que oscurece cualquier posibilidad de acceder al mensaje al primer intento. Como dice el filósofo y traductor Miguel Morey en el prólogo que redactó para este Pequeños tratados, su obra está trufada de pequeños enigmas, casi continuos: en algunos casos no daremos con su solución (no encontraremos el sentido acabado de la frase, por decirlo así) hasta unas páginas más adelante, como si de continuo nos invitara a la relectura... En pocos casos los enigmas quedarán ahí bailando en el aire".....El tema central de estos apuntes, esbozos, reflexiones, evocaciones, pensamientos, escritos entre 1977 y 1980, pero que nadie accedió a publicar en su integridad hasta 1991, es la escritura y sus derivaciones, la palabra, el lenguaje, la creación , el libro, "una búsqueda mítica", examinar "los huesos calcinados de entre lo que queda del fuego más antiguo"...
Héctor J. Porto. La voz de Galicia, viernes 24 de febrero de 2017
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