En la discusión acerca de si el arte puede ser o no un medio de conocimiento, quienes conocen la obra de Henri Michaux (1899-1984) disponen de importantes argumentos a favor. Michaux fue pintor, escritor, viajero...Escribió sobre viajes, reales e imaginarios. Y también sobre pintura. Pero lo más singular es que escribió pintura y pintó escritura. Pero no, decirlo así es atribuirle una inventiva artística que había rechazado de plano. Porque estas dos técnicas anfibias fueron menos instrumentos para sondar y fijar una exploración por los lugares más ignotos de su interior. Alguien escribió, inventimente, que Sigmund Freud había sido el Cristóbal Colón del inconsciente. Pues a Michaux podríamos considerarle el Juan Sebastián Elcano de la mente. Alguien que circunnavegó ese orbe, orientándose con la aguja temblorosa de una atención incansable, sobre la nave de una despiadada voluntad por conocer y empujado por el viento de varios alcaloides.
Esta hermosa edición recoge los textos más importantes de Michaux sobre pintura y dibujo. Es una antología que excluye las obras exclusivamente gráficas y alguna otra que aun siendo esencial, como Miserable milagro (1955), es de una extensión que no tendría cabida en una publicación de estas características (a pesar de ello, la editora no ha podido resistirse a incluir su Preámbulo. Son textos aparecidos entre 1939 y 1984, que empiezan reflexionando sobre la pintura propia y ajena, cuando su autor aún cree en la escritura. Michaux mira lo que dibuja y se asombra y se horroriza de las multitudes irreconocibles que salen de su lápiz. Rostros que miran y que sospecha que sean los suyos que fueron sacrificados a un Yo que resultó indigno vencedor del difícil ingreso en la civilización y la cordura. Tan pronto como en 1924 ya sabía que "El amor propio es el instinto intrínseco del hombre. Y que "si examino la locura, encuentro el orgullo". El orgullo y no el sexo, como pensara Freud, es el problema fundamental del ser humano. Pues bien, detectada la cuestión esencial, Michaux dedicará desde entonces sus esfuerzos en perseguir ese Yo y hacerle confesar sus vacilaciones e inconsistencias. A liquidarle y ver que esconde detrás. Se vale para ello de una forma de escribir que se parece a dar latigazos. A darse latigazos:"Con la suerte de coraje que hace falta para ser nada y nada más que nada, soltaré aquello que me parecía indisolublemente próximo. Lo rebanaré, lo echaré a patadas (...) Vaciado el absceso de ser alguien, beberé nuavamente el espacio nutricio"...
José María Parreño. El Cultural, 25-5-2018
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