Taller Idem |
Una mañana de abril, diferentes creadores trabajaban allí, entre ellos el autor de tebeos Emmanuel Guibert, que acaba de publicar en castellano Matha y Alan (Salamandra Graphic), la tercera parte de su maravillosa trilogía sobre el estadounidense Alan Ingram Cope. "Gracias a Forest se ha salvado este lugar, porque sin su labor ahora sería un gimnasio", cuenta Guibert mientras observa la impresión de una litografía en varias tintas...
El lugar se muestra caótico, viejo y lleno de encanto, con los restos de metal de un antiguo mecanismo de vapor recorriendo la nave en las alturas y una vieja escalera de madera al fondo, desde la que se accede a diferentes dependencias. El techo es acristalado. Sobre una caseta descansa una pantera negra de peluche de tamaño natural, mientra que en la pared lateral se alzan inmensas estanterías con algo que, de lejos, parecen unos libros extraños. Al acercarse el visitante descubre que se trata de piedras. Aquí se mantienen diferentes procesos de impresión: uno, el más antiguo, consiste en pintar sobre estas piedras (litografía significa etimológicamente "dibujar"- graphia en griego- sobre la piedra lithos ), que luego se utilizan com planchas para imprimir...
Cuando se fundó era una imprenta normal como muchas otras en aquel entonces - una de las grandes novelas de Balzac, Las ilusiones perdidas, arranca precisamente en un lugar así-. Luego durante vatia décadas se imprimieron unos preciosos mapas escolares. Uno de ellos todavía reposa en un rodillo. Y en los años setenta del siglo pasado se mudó allí con sus máquinas uno de los grandes impresores parisienses, Fernand Mourlot, con el que trabajaban los mejores artistas de su tiempo. Diferentes carteles de Picasso, de Miró, de Prévert repartidos por las laberínticas dependencias de la imprenta recuerdan que este espacio tiene una historia muy larga... Tanto los artistas que pasaron por allí aquella mañana como los operarios de las máquinas son jóvenes, pero ya dominan el oficio, un signo de que la litografía y sus piedras seguirán vivas en ese lugar. Al cruzar de nuevo la puerta gris se vuelve al siglo XXI con la sensación de haber visto un mundo perdido, pero completamente vivo.
Guillermo Altares. El País Semanal, 20 de mayo de 2018
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