Christo ante una de sus obras |
Su hogar y espacio de trabajo se encontraba en un viejo edificio de cinco plantas sin ascensor situado entre el Soho y Chinatown, donde en otro tiempo residieron las mejores mentes de su generación artística, aunque hoy no haya más que tiendas de lujo en varias leguas a la redonda. "Ha cambiado mucho, pero no pasa nada. El mundo cambia y hay que aceptarlo", opinaba Christo. La conversación tuvo lugar con motivo de su próxima exposición en el Centro Pompidou de París, que reabrirá sus puertas el 1 de julio con una muestra dedicada a la obra francesa del artista y de su inseparable compañera, Jeanne-Claude, fallecida en 2009, coautora de una producción más extensa y compleja que esos edificios y monumentos disfrazados de tela con los que se hicieron famosos en todo el mundo.
P.- ¿Cómo se encuentra?
R.- Muy bien. Me han puesto esto ( señala su máscara de oxígeno). pero es sólo temporal. Antes de empezar, déjeme advertirle que no voy a hablar de nada que no sea mi obra y, como mucho, mi vida. No voy a hablar de política, ni de religión, ni de la crisis ecológica, ni de otros artistas.
P.- ¿No le interesan esos temas?
R.- Solo me interesa hablar de mi arte. Tengo 84 años, así que solo hablo de lo que quiero. No creo en la religión ni en la política. No creo en nada salvo en mi arte.
P.- De entrada me gustaría saber por qué nunca ha aceptado que le dediquen una retrospectiva. Es un caso poco habitual.
R.- Nunca las he aceptado y nunca las aceptaré. Las retrospectivas son para cuando esté muerto. No quiero malgastar un minuto de mi tiempo pensando en el pasado. Si acepté la muestra del Pompidou fue, precisamente, porque no será una retrospectiva. Estará centrada en los años en que viví en París. De 1958 a 1964.
P.- ¿Por qué se marchó a París?
R.- Llegué allí como refugiado, sin dinero, sin conocer a nadie ni hablar ni una palabra de francés. Había nacido en Bulgaria en 1935 y tuve una infancia complicada. Crecí viendo a generales nazis matando a partisanos. Al terminar la guerra, mi padre, que era industrial, fue perseguido por los comunistas, porque era capitalista. Mi madre nació en Macedonia, pero también huyó, después de que su padre fuera ejecutado en la guerra de los Balcanes de 1912. Fue un combatiente por la libertad. Nunca llegué a conocerlo pero me pusieron su nombre.
P.-Suele decir que entendió que será artista a los siete años. ¿Cómo descubrió tan pronto su vocación?
R.- Mi madre trabajaba como administradora en la Academia de Bellas Artes de Sofía y estaba todo el día rodeada de artistas. Desde una edad muy temprana entendí que iba a dedicarme a eso...El problema es que en Bulgaria no podía ser artista. En pleno comunismo no tenía ninguna posibilidad , todavía menos siendo hijo de un capitalista.
P.- Así que huyó a París
R,- Es que no había otro lugar. Tenía 21 años y solo podía ser París, imagínese lo que fue aquella época...Escapé a Viena, luego a Ginebra y, desde allí a París. Para ganarme la vida, trabajé reparando coches, lavando platos en restaurantes y cargando cajas de tomates. También hice algunos retratos de tipo realista, que se convirtieron en mi manera de sobrevivir. Así conocí a Jeanne-Claude: haciendo un retrato de su madre.
P.- Solo pasó seis años en París, pero fue donde encontró su estilo, peculiar hasta para los más vanguardistas de su tiempo...En 1985, su proyecto en el Pont-Neuf de París marcó un antes y un después en su carrera. Ya había expuesto con Leo Castelli en Nueva York y había sido invitado a la Documente de Kassel en 1968. Pero, de repente, se convirtió en un artista extremadamente conocido...
Álex Vicente. Nueva York. El País, 1 de junio de 2020
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