Mikhaël Hers |
Sin embargo nada hace ver en el arranque que la violencia más cruel vaya a hacer acto de presencia. Hers apuesta en los primeros compases por sumergir al espectador en un relato con la apariencia de bildungsroman, de historia de aprendizaje, que funciona por el encanto de los actores, por el estilo naturalista que imprime el director a la historia y por la suave y delicada luz con la que captura cada vista de un París alejado de la postal turística o de la depresión de la banlieue. "He intentado evitar cualquier vecindario asociado a un grupo social en particular", explica el director. "Quería filmar el París intercultural, el París del día día, una ciudad con la que todos puedan identificarse. Es fabuloso entrelazar personajes en el tejido de la realidad, sumergir esa pequeña burbuja de ficción en un entorno que simplemente continúa con la vida cotidiana. Me hubiera gustado ir aún más lejos, pero, desfortunadamente, es cada vez más difícil filmar en la ciudad".
En el filme seguimos los pasos de David (soberbio Vincent Lacoste, nominado al César al mejor actor), un joven espigado, solitario y soñador de 24 años que combina la poda de árboles para el ayuntamiento con labores de administración y mantenimiento de pisos turísticos. Una vida sin grandes ambiciones, pero sencilla y agradable, en la que aparece de repente una joven profesora de piano con la que establece una relación romántica. El único vínculo familiar de David es su querida hermana mayor Sandrine (Ophélia Kolb), madre soltera de una niña de seis años, la Amanda del título. El protagonista en ocasiones tiene que cuidarla, sin mucho entusiasmo, y ejerce basicamente el típico rol del tío gracioso...
Javier Yuste. El Cultural, 30-5-2020
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