El Camino de Santiago construyó a lo largo de la Edad Media un vínculo cultural que es uno de los gérmenes de la identidad actual de Europa. La estructura política de la sociedad medieval era feudal. El poder fluía de forma piramidal desde el rey que lo transmitía a la alta nobleza para que esta, a su vez, lo distribuyera entre los señores locales, la iglesia y los monasterios. Todo el territorio de lo que hoy llamamos Europa estaba constituido por un puzle de pequeñas unidades que en el fondo tenían la idea de unidad heredada del Imperio romano. De hecho, hubo dos intentos serios de reconstruirlo, primero con Carlomagno y después con el Sacro Imperio Germánico, pero esta unidad no llegaba al pueblo llano, que vivía y moría encerrado en su limitado terruño. Sin embargo, el Camino de Santiago ayudó a mantener durante siglos una confusa idea de pertenencia a una identidad común superior entre las clases menos acomodadas de la sociedad, fue un lazo de convivencia entre la gente sencilla proveniente del mosaico de pequeños feudos del continente europeo.
La argamasa que sirvió para cohesionar a estas gentes tan dispares fue la cultura. La imagen que las peregrinaciones a la tumba de Compostela proyectan sobre el mapa es como un abanico cuyas varillas confluyen en una única después de cruzar los Pirineos, siguiendo la dirección marcada por la Vía Láctea. Ese fue el territorio cultural que se construyó sobre dos elementos básicos: un arte común y una literatura propia.
Románico: un arte propio
El arte común lo constituyó el románico con sus tres vertientes: arquitectónica, escultórica y pictórica. A la vera de toda la red de caminos jacobeos se fueron construyendo catedrales, basílicas y monasterios (o no tan grandes, como iglesias locales y ermitas) con las mismas técnicas constructivas y los mismos criterios estéticos. En ellos se esculpían estatuas y capiteles con los mismos cánones, y en sus bóvedas y altares se pintaban historias religiosas y profanas con idénticas técnicas y estilo.
El Camino fue el vivero donde germinó una nueva literatura. Para entender como surgió es preciso echar la imaginación a volar, hay que recrear lo que les ocurría a los grupos de peregrinos integrados por personas de procedencias distintas que compartían hospedajes precarios y pasaban las noches calentándose alrededor de una hoguera.
Una literatura popular
Se cantaban canciones y se contaban historias. Los peregrinos procedían de lugares dispares y remotos, y ansiaban compartir humanidad lejos de su terruño, historias cantadas por sus mayores, una moneda de cambio para comprar compañía. El Camino se convirtió en el crisol donde se fraguó toda una literatura de héroes, leyendas y canciones. Los peregrinos no solo escuchaban cantares de gesta, romances o cantares de ciego, también cantaban al amor en las distintas lenguas romances y germánicas, pero sobre todo en la lengua común de los clérigos (hombres de letras) de entonces, el latín tardío. Quizá la más famosa de estas canciones, una especie de himno, fue el Canto de Ultreia...
Fernando Pariente. La Voz de Galicia, martes 1 de diciembre de 2021
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