Nuestro protagonista es uno de esos cualificados técnicos, cuyas conclusiones tampoco tranquilizarán a los aerofóbicos recalcitrantes. Pongamos que esta previa resitúa a Boîte noire en un contexto de propuesta seria, a la que se suman ingredientes de género, igualmente notables, tanto que lo señalan como uno de los más notables y originales thrillers de la temporada, al tiempo que confirma el soberbio y envidiable nivel técnico y formal del cine francés.
El vuelo Dubái-París con trescientos pasajeros a bordo y su correspondiente tripulación, acaba de estrellarse en los Alpes, y a partir de ese momento, la pericia narrativa de Gozlan y la convicción aplicada por Pierre Niney a su personaje nos sumergirán en una habilidosa trama de género, con sus quiebros e incluso algunos malabarismos forzados -la desaparición de su jefe y su truculento desenlace-, pero que no empañan un buen resultado.
Si el casting y el diseño de producción son notables, lo es también la fotografía, en su mayoría nocturna o de interiores, reforzada por un ajustado trabajo de posproducción de color, alejado de esa cargante tendencia a dejar que los coloristas doten de look irreal a muchos filmes para aparentar guais. Pero es en el uso del sonido en donde está quizá el principal acierto, siendo además lo que convierte al joven técnico en una suerte de maniático al que reprochan sus impulsos de ir más allá de las apariencias, aunque intuyamos que quizá la razón le acompañe.
Migel Anxo Fernández. La Voz de Galicia, domingo 5 de diciembre de 2021
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