martes, 7 de diciembre de 2021

La más fiera del Cabaret Voltaire

De la exposición Living Abstraction

La historia se construye muchas veces. Cada libro, cada exposición sirven como un rompecabezas donde generalmente las piezas no encajan. Ocurre en los diálogos complejos en los que los matices no siempre encuentran su lugar. Ese es el poder de la reescritura. Cada libro, cada exposición sirven para darle otra vuelta a esa narración no conocida, no dicha o no vista. Todos esos retales que el llamado canon deja detrás. Ocurre ahora con Sophie Taeuber-Arp (1889-1943), artista reivindicada en los más destacados museos del mundo. El MoMA abre la revisión  histórica más importante de la fecha, una exposición que es también una de las grandes citas del museo esta temporada. Living Abstraction viene a su vez de la Fundación Beyeler en Basilea, donde habitó este verano coincidiendo con otra muestra de Taeuber-Arp en la Tate Modern de Londres que cerró sus puertas en octubre. Una cadena de exposiciones contrapunteada por su fichaje por parte de Hauser&Wirth, una de las galerías más poderosas del mundo, que se ha hecho con su legado y que montó en junio una exposición virtual con obras que van desde 1916 hasta 1942, todavía en línea.

Cabe preguntarse que pensaría Sophie al ver sus geometrías tocando máximos históricos, ella que  pasó bastante inadvertida para los grandes focos. Dicen los historiadores que no le importó en exceso. De carácter introvertido, fue una soñadora. Lo constata cada paso que dio, más allá del baile, donde muy pronto empezó a sobresalir. Nació en Davos, Suiza, y su madre le enseñó a coser, algo que la llevó a elegir la formación en artes y oficios descartando la formación habitual en bellas artes. Mientras otros artistas aprendían dibujar con modelos al natural y a modelar yeso, ella se volcó en deformar telas y soldar plata, aunque muy pocas de estas obras sobreviven hoy. Ni los carteles que diseñó, ni sus muebles llenos de lengüetas y ranuras, ni muchas de las actuaciones donde ponía en práctica lo que aprendió de Rudolf von Laban, pionero de la danza moderna. Lo que pervive cuelga ahora del MoMA: la documentación de los decorados y vestuario para sus ballets en la trastienda de Cabaret Voltaire, el local en Spiegelgasse, en el pintoresco barrio de Niederdorf, en Zúrich, donde nació el movimiento dadá: la potencia de la nada como arma de rebelión.

Era ella algo así como la chica del grupo, aunque su baile amoroso junto a Jean Arp, artista entonces más reconocido y celebrado que ella, hizo que cayera en el cajón de las esposas olvidadas. Su producción más conocida se sitúa en los albores de aquel 1920, casados ya en secreto, de ahí también la excusa para revisarla tirando de efeméride, un siglo después. Bienvenida esa relectura global, aunque sea tarde y falten muchas otras...Durante mucho tiempo, la historia oficial del arte sostuvo que ella había desarrollado su estilo artístico partiendo de las obras abstractas de él para trasladarlo al campo práctico del diseño textil. Sin embargo, fue todo lo contrario...

Su obra se disparó en los años treinta, cuando había dejado su trabajo como profesora en la Escuela de Artes Aplicadas de Zúrich. Coincidió con la entrada en vigor del surrealismo, frente al que ella reafirmó su posición frente a la abstracción, que entonces estaba en sus primeros balbuceos en el arte, apostando fuerte por sus composiciones estáticas y entrando en el grupo Cercle et Carré, creado por Michel Seuphor y Joaquín Torres-García. Tampoco ahí había muchas mujeres, aunque a ese olvido pone remedio la actual exposición Mujeres de la abstracción en el Museo Guggenheim de Bilbao, que también recoge el trabajo de Sophie Taeuber-Arp...

Bea Espejo. Babelia. El País, sábado 20 de noviembe de 2021

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