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Foto de "Para acabar con Eddy Bellegueule" (Ilde Sandrin) |
Eran las diez de la mañana, pero por el ambiente podrían haber sido las dos de la madrugada. En el escenario dos actores poco mayores que los espectadores que los esperaban pinchando música a tope. La mayoría entraban bailando al patio de butacas antes de tomar asiento. Así empezaba el jueves pasado la función escolar de la adaptación que ha hecho la compañía La Joven Para acabar con Eddy Bellegueule, novela autobiográfica en la que el escritor francés Édouard Louis narra su dramática pubertad en un pueblo del norte de Francia, con puesta en escena de José Luis Arellano García. Se representa también por la tarde, abierta a todos los públicos, pero puede que sea en estos pases matinales para adolescentes cuando la obra cobre todo el sentido. El protagonista de la historia Eddy Bellegueule, es un chaval como ellos, que vive en un lugar donde los hombres trabajan en fábricas, son alcohólicos, violentos, xenófobos y homófobos, mientras las mujeres crían a sus hijos para que se comporten como sus padres. Los espectadores todavía andan bailando cuando llega la primera escena fuerte: dos matones del nuevo colegio de Eddy lo acorralan, lo aterrorizan y le escupen por "maricón". A partir de ahí la historia se va calentando: la vergüenza por no ser como los demás, la humillación constante, el estigma, el rechazo de la familia.
La adaptación del texto, firmada por Pamela Carter, tiene una clara intención didáctica. Rebaja la sordidez del libro original e introduce parlamentos para subrayar ciertos mensajes, que a veces interrumpen más de lo necesario. En cambio, resulta muy acertada la decisión de que el papel de Eddy sea interpretado por dos actores, lo que subraya la dimensión colectiva del personaje y tal vez el desdoblamiento entre el autor y su alter ego literario. Los dos, Julio Montañana Hidalgo y Raúl Pulido, están muy bien en sus papeles. La puesta en escena también está aligerada con proyecciones de video y mucha música, pero llegado el momento no escatima la violencia del libro ni tampoco los instantes en los que el escritor describe con todo detalle sus primeras (y vergonzosas) relaciones sexuales. Ahí está la clave de esta obra: su brutal sinceridad. Y eso es lo que deja a los chavales clavados en las butacas. Su honestidad como espectadores también es brutal: cuando intuyen que llega una escena de alto calibre emocional o sexual, se remueven excitados y desconcertados. Quizá a los adultos no les impacte tanto, pero los adolescentes no saldrán indemnes.
Raquel Vidales. Babelia. El País, sábado 30 de octubre de 2021
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