En su tiempo, la fotografía se integraba en los ámbitos de la química y de la industria pero él siempre quiso llevarla al terreno del arte. No en vano se había formado como pintor con el romántico - y teatrero- Paul Delaroche y se había ejercitado en el Louvre y en Italia como copista. De hecho, cuando abrazó el daguerrotipo en 1847, sólo ocho años después de su invención, destacó por sus reproducciones de cuadros célebres. Se movía entre pintores y compartió los cambios en la sensibilidad, en los intereses y en las formas que derivarían, a partir del naturalismo de Barbizon -frecuentó aquellos artísticos bosques desde 1849-, en el impresionismo. Este vínculo fue destacado en la estupenda exposición Los impresionistas y la fotografía, en el Museo Thyssen (2020) que incluyó 12 obras suyas, entre ellas cuatro marinas.
Sus días de gloria pasaron rápido. La década de 1850 la abrió como fotógrafo de cámara de Napoleón III y como participante de la trascendental Misión Heliográfica que documentaría los monumentos franceses. Inauguró un lujosísimo estudio en París en el que cobraba a precio de oro sus clases a aprendices de buena posición , se convirtió en retratista de la alta sociedad, en fotógrafo de eventos oficiales, en teórico de referencia. Y la cerró huyendo de sus acreedores, con Alejandro Dumas como compañero de aventuras que le dejó tirado al poco de partir hacia Oriente...acabando oscuramente su periplo en Egipto, donde viviría casi un cuarto de siglo.
Con las marinas tocó el cielo. Lo retocó. Algunos daguerrotipistas habían tomado fotografías en las costas pero esos escenarios planteaban dificultades lumínicas entonces insalvables...Le Gray combinó dos negativos, uno para el celaje y otro para el agua y la tierra, cosidos en la línea del horizonte. Y tuvo un éxito fulgurante. Exposiciones, premios...Se confeccionaron álbumes, como el que le fue regalado a Isabel II ya en 1859, y que fue desencuadernado para decorar las habitaciones de Alfonso XII en La Granja...
Elena Vozmediano. El Cultural, 19-11-2021
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