miércoles, 29 de febrero de 2012

El Hermitage en Madrid

En el año 1983 visité el Hermitage en Leningrado, acompañando a mi marido, entonces un marxista convencido con una gran curiosidad por conocer el socialismo real; siempre había deseado ese viaje a la URSS. Organizado por una agencia de viajes próxima a Comisiones Obreras para sus afiliados, a precios moderados, admitía a algunos viajeros sin ninguna afinidad ideológica para completar el grupo. Éramos por lo tanto 14 viajeros bastante dispares, desde una pareja muy mayor, comunistas militantes de Vallecas, hasta algunos trotamundos que se sumaban a estos viajes por pragmatismo. Fuimos a Leningrado desde Moscú en un tren nocturno, tres días después de nuestra llegada a la URSS, el tiempo suficiente para que mi marido hubiese vivido unas cuantas sorpresas y decepciones. El observaba todo, yo lo observaba a él. Escuchábamos a la guía rusa, que, en un español impecable, presentaba su relato de la revolución y de sus logros, hermoso sin duda, pero que la tozuda realidad se empeñaba en deslegitimar. Recuerdo la belleza de la gran plaza frente al conjunto de los edificios del Palacio de Invierno, con su nombre francés El Hermitage. Del interior del museo recuerdo una muchedumbre circulando a toda prisa por salas mal iluminadas y el malhumor creciente de mi marido que se quejaba del gran número de artistas del régimen sin gran valor artístico. Tardamos bastante en descubrir, en el último piso, algunos de los cuadros ahora expuestos en Madrid. La Composición VI de Kandinsky, uno de los que cierra la exposición del Prado, es el único que recuerdo.
Casi treinta años más tarde, con motivo de la celebración del año Dual España-Rusia, se me ofrece una oportunidad magnifica de retomar aquella experiencia desafortunada con la inauguración, en noviembre de 2011, de esta exposición. Me hablaron de la dificultad para conseguir las entradas, sin embargo todo es fácil para nosotras en la mañana del domingo 19 de febrero. Me acompaña Jenny, la mujer de mi hijo, es colombiana y hace tan sólo unos meses que ha llegado a Madrid. Es su primera vez en el museo por lo que le propongo que mientras esperamos la hora de nuestro pase a la exposición, entremos en el edificio central del Prado para echar una mirada a algunas de las grandes obras del museo. Orientándome de memoria llegamos las salas de Velázquez, Las Meninas, un tanto solitarias en esta mañana. Varias salas de Goya, también casi sin visitantes.
 Y entramos en El Hermitage. El montaje, magnifico, produce esa impresión, donde nos esperaban, Pedro I, Catalina II, Nicolás I, en sus retratos de gran formato. Para Miguel Zugaza, director del Prado, “la muestra propone un viaje por la historia de Rusia y por el afán cosmopolita y europeísta del Hermitage.” Así lo he vivido. Un paseo por la historia de Rusia, luminoso, extraordinario, una visión en contraste con la imagen que guardo de aquel viaje obscurantista, de otros tiempos. De la sala de los zares a San Petersburgo en pinturas de Benjamin Peterson para pasar al oro de los nómadas de Eurasia y al de los griegos. Viene después, una primera selección de pintura y escultura de flamencos y holandeses, del barroco español e italiano. Una lujosa pausa en la sala VI dedicada a la vida de la corte. Una nueva selección de pintura del siglo XVIII seguida de otra sala dedicada a las artes de decorativas de Oriente y Occidente para terminar con una colección de arte de los siglos XIX y XX. A la salida nos paramos en la librería. Jenny escoge como recuerdo una reproducción de una de las pinturas que más le han gustado:
La bebedora de absenta de Picasso.
 Fuera, en el Paseo del Prado, bajo el azul luminoso del cielo de Madrid pienso en el nuevo guiño que acaba de hacerme el azar en esta segunda visita al Hermitage. Mi marido ya no está pero nuestra vida continúa, Jenny, es la prueba. En cuanto a Rusia cuántos han sido los cambios desde 1983... “¿Y usted que escogería de la exposición” su voz me devuelve al presente .Tardo un poco en contestar, no es fácil, me ha gustado muchísimo: La salida de la luna: dos figuras masculinas en la orilla, de Gaspar David Friedrich pero dudo ante La conversación, por Matisse y por el tema. En cambio no tengo ninguna duda sobre las joyas: Ramo de acianos con espigas de avena en un jarrón de la casa Fabergé.
 De camino a casa, pasando Atocha, hacemos planes para nuevas visitas al Prado cuando vuelva a Madrid.
C.G.T.

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