En España se celebra el Día de la Madre el primer domingo de mayo hace exactamente 3 días y como suele ocurrir, esta celebración ha generado abundante literatura en periódicos y revistas que nos ofrecen datos, también relatos, sobre la mujer madre hoy. La mayoría de los mensajes que recibimos estos días se mueven entre los tópicos del retrato idealizado del amor maternal o la denuncia de las dificultades a las que tenemos que enfrentarnos las mujeres - madres con las consiguientes reclamaciones ante nuestros gobiernos.
Ser madre, ser hija, dos realidades esenciales de mi ser. ¿Cómo abordalas? ¿Desde un balance, desde una suma y resta de aspiraciones, de logros, de certezas, dudas, preguntas, muchas preguntas? ¿Se puede ser objetivo con uno mismo? ¿Se puede ser objetivo cuando las vivencias están en curso? Una mirada sobre lo vivido, lo que vivo, no distante, pero si distanciada, sin dejarme llevar por la emoción, que el pensamiento guíe al sentimiento. Acudo una vez más a los libros. Empecemos por uno de rabiosa actualidad, publicado hace un año y medio que va por la quinta edición: "¿Dónde esta mi tribu?" (Clave Intelectual, 2013) de Carolina del Olmo. Su título anuncia en gran parte la tesis que defiende la autora. Leí su libro hace aproximadamente un año, una reseña de un periódico me puso sobre la pista. Lo leí de un tirón porque me interesó mucho. Por su oportunidad en un momento en que en mis entornos, tanto el familiar como el profesional estoy en contacto con muchas madres y abuelas recientes, y no solo en el ámbito privado, también en el foro público, se libra hoy un debate y un combate apasionado sobre como afrontar la crianza de los hijos. Carolina del Olmo presenta un estado de la cuestión muy completo combinando sus vivencias de madre primeriza con las opiniones de los expertos y las tesis en curso que ordena en torno a dos enfoques, los orientados a los padres o centrados en los adultos, y los orientados o centrados en el niño, enfoques que se corresponden a las denominaciones de externalizar el cuidado o por el contrario la crianza con apego, maternidad intensiva o incluso crianza natural. La autora apuesta por el derecho al cuidado y a cuidar: "La maternidad y los cuidados son experiencias centrales en la vida de cualquier persona: o cuidamos o nos cuidan o, casi siempre las dos cosas a la vez. Por eso no es extraño que en esas vivencias se observan concentradas algunas de las tensiones que caracterizan nuestro ecosistema social: el capitalismo posmoderno." (pg.218) Disiento con el enfoque político que subyace en el ensayo, esa nostalgia de la tribu que la lleva a considerar que la causa principal de la dificultad de la crianza de los hijos la tiene la "sociedad", el individualismo de la sociedad capitalista liberal, como si las experiencias del socialismo real en cuanto a los cuidados hubiesen sido muy alentadoras. Pero lo que me llama más la atención de su análisis tan completo y bien documentado es constatar que la presencia del padre es mínima (en el caso particular de Carolina, una privilegiada, como ella mismo reconoce, un hombre maravilloso que estuvo a su lado en todo momento) aunque no lo hayamos visto nunca inter-actuar como padre a lo largo del libro). Como ya deje escrito en el texto, De mujeres y de hombres, creo que la exclusión de los hombres de hechos que les conciernen tanto como a nosotras, el aborto, el cuidado de los hijos pequeños, es un gran error y una discriminación hacia ellos; poner el acento con tanto énfasis en el cuerpo de la mujer no favorece a la igualdad por la que decimos luchar. En cuanto a mi experiencia me sitúo en la generación frontera, la que abrió paso a la mujer entonces llamada moderna, las mujeres que nos incorporamos en bloque al mundo del trabajo, a los institutos, universidades, a los hospitales, fuimos las mujeres de la transición política en España, muchas afiliadas a los sindicatos, a los partidos. Somos las que salimos del silencio de nuestras madres, ellas, las verdaderas heroínas de la revolución silenciosa que pusieron todo su empeño en que sus hijas se formaran, tuviesen un trabajo, fuesen independientes. Soy por lo tanto una hija eternamente agradecida. Somos las que
quisimos ser madres, asumiendo nuestras limitaciones (¿ hay madres perfectas?), las que no tuvimos problemas con la lactancia ni el biberón, ni el colecho ni la cuna, ni mucho menos con el cochecito que tanto preocupa hoy por lo que supone de separación del cuerpo de la madre. Las que cuidamos a nuestros hijos lo mejor que supimos, jugamos, leímos, cantamos, viajamos con ellos, desempeñando nuestros trabajos con pasión, contribuyendo a ese mundo nuevo que tanto habíamos deseado. Sí, estoy orgullosa de las madres de mi generación que decidimos ser también ciudadanas, que implicamos a nuestros compañeros en el cuidado de los pequeños. Esos primeros años de mis hijos son unos de mis mejores recuerdos. En esa etapa su padre se ocupo de ellos tanto como yo. Se encargaba de los biberones, los paseaba, hablaba con ellos y sobre todo jugaba, jugaban. Me cuesta entender que hoy las madres vivan la etapa temprana de sus hijos abrumadas, agotadas, culpabilizadas. El cuidado de los hijos dura mucho, yo diría que es para siempre, a diferentes niveles, y las verdaderas dificultades empiezan, o al menos para mí, más tarde. Comparto pues mucho más la posición defendida por una mujer de mi generación, la filósofa Elizabeth Badinter en Le conflit. La femme et la mère (É.Flammarion 210)/ La mujer y la madre (La Esfera de los libros 2011). De ella he tomado la revolución silenciosa del título de este texto. Y de ella traigo aquí una de las las consideraciones que hizo en una entrevista en la SER, cuando se publicó en España la traducción de su libro: "Hace cuarenta años queríamos que las niñas creyeran que podían conquistar el mundo. Hoy se impone la idea de que se tienen que proteger lo que deriva en una peligrosa victimización de la mujer".
El cuidado de los hijos, a mi entender, supone mucho más que la crianza temprana, hoy sobredimensionada. La educación es otra forma de cuidado, un tema apasionante que dejo pediente para un próximo encuentro.
Un hallazgo feliz, en el rastreo de la documentación para escribir este texto ha sido la resolución de la Asamblea General de la ONU del 17 de septiembre de 2012 de declarar el día 1 de junio Día Mundial de las Madres y de los Padres, queriendo reconocer así su labor y honrar su trabajo en todo el mundo. El enfoque de la maternidad y la paternidad en conjunto, la tarea compartida.
Carmen Glez Teixeira.
Ser madre, ser hija, dos realidades esenciales de mi ser. ¿Cómo abordalas? ¿Desde un balance, desde una suma y resta de aspiraciones, de logros, de certezas, dudas, preguntas, muchas preguntas? ¿Se puede ser objetivo con uno mismo? ¿Se puede ser objetivo cuando las vivencias están en curso? Una mirada sobre lo vivido, lo que vivo, no distante, pero si distanciada, sin dejarme llevar por la emoción, que el pensamiento guíe al sentimiento. Acudo una vez más a los libros. Empecemos por uno de rabiosa actualidad, publicado hace un año y medio que va por la quinta edición: "¿Dónde esta mi tribu?" (Clave Intelectual, 2013) de Carolina del Olmo. Su título anuncia en gran parte la tesis que defiende la autora. Leí su libro hace aproximadamente un año, una reseña de un periódico me puso sobre la pista. Lo leí de un tirón porque me interesó mucho. Por su oportunidad en un momento en que en mis entornos, tanto el familiar como el profesional estoy en contacto con muchas madres y abuelas recientes, y no solo en el ámbito privado, también en el foro público, se libra hoy un debate y un combate apasionado sobre como afrontar la crianza de los hijos. Carolina del Olmo presenta un estado de la cuestión muy completo combinando sus vivencias de madre primeriza con las opiniones de los expertos y las tesis en curso que ordena en torno a dos enfoques, los orientados a los padres o centrados en los adultos, y los orientados o centrados en el niño, enfoques que se corresponden a las denominaciones de externalizar el cuidado o por el contrario la crianza con apego, maternidad intensiva o incluso crianza natural. La autora apuesta por el derecho al cuidado y a cuidar: "La maternidad y los cuidados son experiencias centrales en la vida de cualquier persona: o cuidamos o nos cuidan o, casi siempre las dos cosas a la vez. Por eso no es extraño que en esas vivencias se observan concentradas algunas de las tensiones que caracterizan nuestro ecosistema social: el capitalismo posmoderno." (pg.218) Disiento con el enfoque político que subyace en el ensayo, esa nostalgia de la tribu que la lleva a considerar que la causa principal de la dificultad de la crianza de los hijos la tiene la "sociedad", el individualismo de la sociedad capitalista liberal, como si las experiencias del socialismo real en cuanto a los cuidados hubiesen sido muy alentadoras. Pero lo que me llama más la atención de su análisis tan completo y bien documentado es constatar que la presencia del padre es mínima (en el caso particular de Carolina, una privilegiada, como ella mismo reconoce, un hombre maravilloso que estuvo a su lado en todo momento) aunque no lo hayamos visto nunca inter-actuar como padre a lo largo del libro). Como ya deje escrito en el texto, De mujeres y de hombres, creo que la exclusión de los hombres de hechos que les conciernen tanto como a nosotras, el aborto, el cuidado de los hijos pequeños, es un gran error y una discriminación hacia ellos; poner el acento con tanto énfasis en el cuerpo de la mujer no favorece a la igualdad por la que decimos luchar. En cuanto a mi experiencia me sitúo en la generación frontera, la que abrió paso a la mujer entonces llamada moderna, las mujeres que nos incorporamos en bloque al mundo del trabajo, a los institutos, universidades, a los hospitales, fuimos las mujeres de la transición política en España, muchas afiliadas a los sindicatos, a los partidos. Somos las que salimos del silencio de nuestras madres, ellas, las verdaderas heroínas de la revolución silenciosa que pusieron todo su empeño en que sus hijas se formaran, tuviesen un trabajo, fuesen independientes. Soy por lo tanto una hija eternamente agradecida. Somos las que
quisimos ser madres, asumiendo nuestras limitaciones (¿ hay madres perfectas?), las que no tuvimos problemas con la lactancia ni el biberón, ni el colecho ni la cuna, ni mucho menos con el cochecito que tanto preocupa hoy por lo que supone de separación del cuerpo de la madre. Las que cuidamos a nuestros hijos lo mejor que supimos, jugamos, leímos, cantamos, viajamos con ellos, desempeñando nuestros trabajos con pasión, contribuyendo a ese mundo nuevo que tanto habíamos deseado. Sí, estoy orgullosa de las madres de mi generación que decidimos ser también ciudadanas, que implicamos a nuestros compañeros en el cuidado de los pequeños. Esos primeros años de mis hijos son unos de mis mejores recuerdos. En esa etapa su padre se ocupo de ellos tanto como yo. Se encargaba de los biberones, los paseaba, hablaba con ellos y sobre todo jugaba, jugaban. Me cuesta entender que hoy las madres vivan la etapa temprana de sus hijos abrumadas, agotadas, culpabilizadas. El cuidado de los hijos dura mucho, yo diría que es para siempre, a diferentes niveles, y las verdaderas dificultades empiezan, o al menos para mí, más tarde. Comparto pues mucho más la posición defendida por una mujer de mi generación, la filósofa Elizabeth Badinter en Le conflit. La femme et la mère (É.Flammarion 210)/ La mujer y la madre (La Esfera de los libros 2011). De ella he tomado la revolución silenciosa del título de este texto. Y de ella traigo aquí una de las las consideraciones que hizo en una entrevista en la SER, cuando se publicó en España la traducción de su libro: "Hace cuarenta años queríamos que las niñas creyeran que podían conquistar el mundo. Hoy se impone la idea de que se tienen que proteger lo que deriva en una peligrosa victimización de la mujer".
El cuidado de los hijos, a mi entender, supone mucho más que la crianza temprana, hoy sobredimensionada. La educación es otra forma de cuidado, un tema apasionante que dejo pediente para un próximo encuentro.
Un hallazgo feliz, en el rastreo de la documentación para escribir este texto ha sido la resolución de la Asamblea General de la ONU del 17 de septiembre de 2012 de declarar el día 1 de junio Día Mundial de las Madres y de los Padres, queriendo reconocer así su labor y honrar su trabajo en todo el mundo. El enfoque de la maternidad y la paternidad en conjunto, la tarea compartida.
Carmen Glez Teixeira.
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