Hablando de Madrid
Madrid es estos días el foco de atención de todos nosotros. En esta ciudad se está jugando un papel decisivo para el presente y futuro de nuestro país, la composición de sus gobiernos autonómico y municipal marcará nuestro rumbo, sea cual sea nuestra orientación política.¿Son esas circunstancias las que me empujan a revisar que significa para mí? Siempre he sentido por Madrid, a pesar de ser de provincias, como se decía entonces, más tarde de una comunidad autónoma, donde es bastante común no apreciarla en demasía y preferir con mucho a Barcelona, siempre he sentido una simpatía, una querencia, que ahora, repasando mis relaciones con ella, descubro que va mucho más allá, que gran parte de mi vida se refleja en el espejo de Madrid. Mi primer Madrid aparece en los libros de mi niñez, Celia en el mundo, Celia lo que dice, de la misma manera que supe de la existencia de Inglaterra con los libros de Enid Blyton y las aventuras de Guillermo Brown. Tuve que esperar sin embargo a los dieciocho años para mi primer viaje a Madrid. Un intercambio entre el Colegio Mayor Virgen Portal de Santiago con el Santa María de Europa en Moncloa, me permitieron esa primera visita de la que no guardo casi ninguna impresión, al contrario de cuando volví por segunda vez, ya recién estrenada profesora pnn de instituto, para ver teatro. Ese es mi primer recuerdo, intacto aún, Yerma con Nuria Espert, Un soñador para un pueblo, Fernando Fernán Gómez y Emma Cohen, un nudo en mi garganta, un golpe de emoción. Una emoción que sentí otras veces a lo largo del año 1974 en el que pasé varios meses en Madrid mientras me presentaba a las oposiciones de cátedras de francés. Madrid ligado a mi profesión casi desde el principio, ligado a mi pasión por la palabra que llenaba los teatros. Es el Madrid de la Ciudad Universitaria, de Moncloa, del Templo de Debod; de Argüelles donde vivía en un piso enorme y solo, prestado por una hermana de mi madre que pasaba el verano en Galicia. Volví a casa en un octubre feliz con mi plaza del Instituto del Calvario de Vigo bajo el brazo. Otro recuerdo conmovedor de esos días: el viaje que hice con mi padre, ya viudo, que quiso acompañarme en un tren nocturno de Orense a Madrid. En la noche de luna llena, a la altura de la Sierra, buscaba, para mostrarme, el lugar de las trincheras donde, joven soldado había estado en la guerra del 36. Amaneceres rosados de esos primeros viajes, contemplando El Escorial desde el wagon restaurant envuelven mis primeras estampas de Madrid.
En diciembre de 1985 acudo al Intituto Francés, convocada por la Asociación Diálogo que preside José Luis Leal, disparadas todas las alarmas sobre el vuelco de la situación del francés que abandona su status de lengua extranjera predominante en el sistema educativo en favor del inglés. Se abre una etapa nueva de mi vinculación con Madrid. Durante más de veinte años vengo aquí, al menos una vez por trimestre, en representación de Galicia, formando parte de un grupo de profesores que a pesar de bastantes sinsabores, gracias a las negociaciones con los equipos de todos los colores políticos, que se fueron sucediendo al frente de Educación, conseguimos que la lengua francesa se mantuviese en el sistema, con cierta dignidad, en su nuevo status de segunda lengua extranjera. Es la etapa de Barajas a Colón, las mañanas de los sábados en Marqués de la Ensenada, reuniones maratonianas seguidas de comidas rápidas en Chueca, con la misma conversación en torno a la reivindicación y, sobre todo, la formación del profesorado cuya motivación y entrega han sido las razones fundamentales de nuestra permanencia en los programas escolares. Son años de lazos amistosos entre profesores venidos de los cuatro puntos cardinales, lazos cordiales con los attachés educativos del Servicio Cultural de la Embajada, siempre presentes en esas sesiones. Mi Madrid de ayer es el Madrid que habla, lee, escribe, ríe y sueña en francés.
Mi Madrid de hoy es el de mis hijos que llegan a la ciudad en septiembre de 2003 para terminar sus estudios de periodismo, de derecho y ahí siguen, adoptados por el rompeolas de todas las Españas de Machado. Por ellos conocí otros barrios, los de mi hijo, antes Chamberí, ahora Pacifico. Mi línea de metro, la uno, es la de Sabina, la de Caballo de Cartón. El se baja en Atocha, yo en Tirso de Molina, me espera mi sobrina, Aitana Galán, la hija mayor de mi hermano que se dedica al teatro, que tiene un gran corazón. Sigo a Sol, después Bilbao, la parada de mi hija, de su nuevo trabajo. Voy al Retiro, a veces al Prado. Y, como al principio, llego en tren porque siempre hay un tren que desemboca en Madrid. Francia no quiere que me aleje y este año me lanza dos cabos; primero en febrero, luego en mayo, me reúno con Monique López porque siempre hay un vuelo de Bordeaux a Madrid. Los cabos de la amistad para tejer en la malla del querer, la malla de los afectos que hoy anudan su centro, ahí, en Madrid.
Carmen Glez Teixeira
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