Tartas |
En compañía de Hombres buenos pasé estas últimas semanas. Excelente compañía ya que el libro es un canto a la amistad que nace y se hace a lo largo del viaje al calor de la conversación entre los académicos, don Hermógenes Molina, el bibliotecario y el almirante don Pedro Zárate. El escritor consigue que el lector, al menos en mi caso, sea un viajero más en el coche, una berlina de cuatro asientos, pintada de verde tirada por cuatro caballos. Una viajera muda e invisible, con ganas de intervenir en la conversación, pero sin derecho a ello. Una viajera que conoce el camino que tantas veces hizo: Irún, Burdeos, Angulema, Poitiers, Tours, Amboise, Blois, Clercy, Orléans. Que conoce de que tratan los dos académicos, el debate entre la razón y la fe, la ciencia y la religión. Y de la berlina a las posadas. En la intimidad de la alcoba los académicos hablan, en algún momento, de las mujeres A la viajera le hubiera gustado preguntar al almirante sobre sus opiniones no porque le disguste lo que oye sino por curiosidad, por saber más... "Hay cosas que las mujeres llevan con ellas -dice de pronto el almirante-. Y que forman parte de su naturaleza".....-"Es como una enfermedad que tuvieran muchas de ellas -declara al fin-. Hecha de lucidez, de tristeza íntima, de presentimientos.... De un no sé qué difícil de formular." (Capítulo 4. Sobre barcos, libros y mujeres).
Ya en París, convertida en una suerte de sombra de los académicos, visito un lugar de los muchos que recorren en busca de La Enciclopedia, de especial interés para mí, el salón de madame Dancenis inmortalizado en un cuadro de Adelaïde Labille Guiard. (Capítulo7. La tertulia de Saint-Honoré). El salón que frecuentaron Buffon, D'Alambert, Mirabeau, Benjamin Franklin entre otros. Esa noche en la que son invitados los dos académicos resplandece iluminado por los candelabros y sus reflejos en los espejos. Hay tres grupos de contertulios. En uno de ellos, el que ocupa el centro geográfico del salón presidido por la dueña de la casa, el almirante constata que Margarita de Dancenis es una mujer culta, inteligente, guapa, española de origen, con un punto exótico que agrada a los franceses. Ella advierte su presencia y sus miradas se cruzan.... el juego de seducción, una lección magistral de galantería, se pone en marcha, alcanzando el punto culminante cuando Margot le invita a uno de sus desayunos. Sería de una gran indiscreción por mi parte acompañar en esta ocasión al almirante por lo que, si quieren saber lo que ocurrió en ese encuentro les sugiero que lean el capítulo 10 del libro del que les hablo, Los desayunos de madame Dancenis. Solo les adelanto que la lectura de cierto pasaje de Sade, probablemente alguno de los que leyó Huppert en Avignon, fue, decisiva.
Regresan los hombres buenos con La Enciclopedia, al fin, los veintiocho volúmenes empaquetados en la baca del coche, un viaje sin incidentes que transcurre sin nada especial hasta que los viajeros, dejando atrás Burdeos, toman el camino de las landas. (Capítulo 12, La cañada de los lobos). El narrador explica el problema que se le presentó para situar un episodio de suma importancia para el desenlace de la misión asignada a los académicos. Después de consultar mapas de la época y modernos consiguió completar el relato confuso del bibliotecario. Su descripción del lugar: pasando junto a un castillo, un puente y luego, a la derecha y junto al río, una iglesia medieval con un alto campanario, todo rodeado de pinos, encinas, huertas y frutales coincidía con una de las imágenes que el narrador confirmó en Google. Era el pueblo de Tartas. No saben la sorpresa que me llevé. Hace cuatro años, cuando preparaba el que iba a ser mi último intercambio de alumnos con un centro francés, pensé que debía intentar algo distinto. Si siempre había intercambiado con ciudades decidí buscar un pueblo pequeño tratando de mejorar la convivencia de los chicos en las familias. Envié numerosas solicitudes, todas al Sud-Ouest y la primera respuesta positiva fue la del Collège de Tartas donde nos acogieron con mucho afecto y simpatía. La coincidencia de mi estancia que perseguía dar a conocer a los alumnos el país de la lengua que aprendían, más de dos siglos después, en el lugar donde estuvieron a punto de perderse los tomos de La Enciclopedia no es más que una feliz coincidencia. Pero en mi afán de no dejar un cabo suelto pienso que gracias a ella disculparían los viajeros mi intromisión, esa sombra, que con ellos viajó, ya que al final, por mi trabajo, de su misión, sombra soy.
Carmen Glez Teixeira.
Ya en París, convertida en una suerte de sombra de los académicos, visito un lugar de los muchos que recorren en busca de La Enciclopedia, de especial interés para mí, el salón de madame Dancenis inmortalizado en un cuadro de Adelaïde Labille Guiard. (Capítulo7. La tertulia de Saint-Honoré). El salón que frecuentaron Buffon, D'Alambert, Mirabeau, Benjamin Franklin entre otros. Esa noche en la que son invitados los dos académicos resplandece iluminado por los candelabros y sus reflejos en los espejos. Hay tres grupos de contertulios. En uno de ellos, el que ocupa el centro geográfico del salón presidido por la dueña de la casa, el almirante constata que Margarita de Dancenis es una mujer culta, inteligente, guapa, española de origen, con un punto exótico que agrada a los franceses. Ella advierte su presencia y sus miradas se cruzan.... el juego de seducción, una lección magistral de galantería, se pone en marcha, alcanzando el punto culminante cuando Margot le invita a uno de sus desayunos. Sería de una gran indiscreción por mi parte acompañar en esta ocasión al almirante por lo que, si quieren saber lo que ocurrió en ese encuentro les sugiero que lean el capítulo 10 del libro del que les hablo, Los desayunos de madame Dancenis. Solo les adelanto que la lectura de cierto pasaje de Sade, probablemente alguno de los que leyó Huppert en Avignon, fue, decisiva.
Regresan los hombres buenos con La Enciclopedia, al fin, los veintiocho volúmenes empaquetados en la baca del coche, un viaje sin incidentes que transcurre sin nada especial hasta que los viajeros, dejando atrás Burdeos, toman el camino de las landas. (Capítulo 12, La cañada de los lobos). El narrador explica el problema que se le presentó para situar un episodio de suma importancia para el desenlace de la misión asignada a los académicos. Después de consultar mapas de la época y modernos consiguió completar el relato confuso del bibliotecario. Su descripción del lugar: pasando junto a un castillo, un puente y luego, a la derecha y junto al río, una iglesia medieval con un alto campanario, todo rodeado de pinos, encinas, huertas y frutales coincidía con una de las imágenes que el narrador confirmó en Google. Era el pueblo de Tartas. No saben la sorpresa que me llevé. Hace cuatro años, cuando preparaba el que iba a ser mi último intercambio de alumnos con un centro francés, pensé que debía intentar algo distinto. Si siempre había intercambiado con ciudades decidí buscar un pueblo pequeño tratando de mejorar la convivencia de los chicos en las familias. Envié numerosas solicitudes, todas al Sud-Ouest y la primera respuesta positiva fue la del Collège de Tartas donde nos acogieron con mucho afecto y simpatía. La coincidencia de mi estancia que perseguía dar a conocer a los alumnos el país de la lengua que aprendían, más de dos siglos después, en el lugar donde estuvieron a punto de perderse los tomos de La Enciclopedia no es más que una feliz coincidencia. Pero en mi afán de no dejar un cabo suelto pienso que gracias a ella disculparían los viajeros mi intromisión, esa sombra, que con ellos viajó, ya que al final, por mi trabajo, de su misión, sombra soy.
Carmen Glez Teixeira.
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