Primero fue un pan tostado mezclado con miel, después una galleta tradicional dura, y finalmente una magdalena, esos bizcochos blandos, de textura algodonada y ligeramente dulce. Esa fue la evolución de uno de los elementos claves de la literatura creados por Marcel Proust (1871-1922) en su ciclo narrativo En busca del tiempo perdido cuyo primer volumen, Por el camino de Swan, se publicó el 14 de noviembre de 1943. Y esa metamorfosis del alimento que dispara los recuerdos involuntarios en el escritor francés para, a partir de ahí, contar el universo de su vida y viajar por los laberintos del Tiempo y la memoria, fue publicada el jueves 22 en Francia por Éditions des Saint-Pères. La verdad es que la palabra magdalena, ya aparecía en un borrador de 1910, con el término de galleta. Marcel Proust, "pretendía cancelar la cómoda simplicidad del hecho de recordar; además aspiraba a procurar a un niño el cúmulo de preocupaciones e inquietudes neuróticas que podrían corresponder a un adulto sofisticado y consciente de sí mismo. Sin embargo para él no bastaba con dejar constancia de la memoria sino que pretendía brindar a la emoción que la envuelve las metáforas y los símiles más exquisitos. Algunos de ellos eran sumamente rebuscados y complejos, pero brillantes en su minuciosidad, resultado de abundante reflexión y análisis", escribió el autor irlandés Colm Tóibin, en este diario con motivo del centenario de la obra. Así lo registró para siempre, Proust, en el Por el camino de Swan: "Hacía ya muchos años que, de Combray, cuanto no fuera el teatro y el drama de acostarme había dejado de existir para mí, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar contra mi costumbre, un poco de té. Me negué al principio pero, no sé porque, cambié de idea. Mandó a buscar uno de esos bollos cortos y rollizos llamados magdalenas que parecen haber sido moldeados dentro de la valva acanalada de una vieira. Y acto seguido, maquinalmente, abrumado por aquella jornada sombría y la perspectiva de un triste día siguiente, me llevé a los labios una cucharilla de té donde había dejado empaparse un trozo de magdalena. Pero en el instante mismo en el que el trago mezclado con migas del bollo tocó mi paladar me estremecí, atento a algo extraordinario que dentro de mí se producía. Un placer delicioso me había invadido, aislado, sin que tuviese la noción de su causa. De improviso se me habían vuelto indiferentes las vicisitudes de la vida, inofensivos sus desastres, ilusoria su brevedad, de la misma forma que opera el amor, colándome de una esencia preciosa; o mejor dicho , aquella esencia no estaba en mí, era yo mismo". Desengaño y belleza. En busca del tiempo perdido, es la manera artística en que Marcel Proust nos recuerda que todo es finito, que el universo y la perpetuidad están en los detalles y de que solo nuestras ilusiones y nuestros sueños pueden aspirar a la eternidad. Gran conocedor del corazón y la razón de los lugares abisales de nuestra alma e identidad y de nuestros deseos desconocidos y dormidos pero atentos a despertar a la más leve señal. Siete libros que nos muestran en un lenguaje convertido en arte la vida misma y sobre todo quienes somos en realidad, qué queremos y anhelamos de verdad. Una lección magistral sobre el teatro que es la vida, sobre el simulacro que se necesita para que el mundo siga girando. A pesar, o gracias, a los corazones rotos. Las tres versiones manuscritas están incluidas en un cofre de tres cuadernso moleskine que publicó el pasado jueves la editorial Éditions des Saint-Pères ...."Estos tres cuadernos que nunca se habían visto permiten volver sobre la genalogía literaria del momento más emblemático del universo proustiano", afirma la editorial en un comunicado.
Winston Manrique Sabogal. El País, 21 de octubre de 2015
Winston Manrique Sabogal. El País, 21 de octubre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario