Pues bien, aquí está la guerra. Una guerra de un nuevo tipo. Una guerra con o sin fronteras, con y sin Estado; una guerra doblemente nueva porque mezcla el modelo desterritorializado de Al Qaeda con el viejo pradigma territorial que ha recuperado el Estado Islámico (ISIS). Pero una guerra en cualquier caso. Y ante esta guerra que no deseaban ni Estados Unidos, ni Egipto, ni Líbano, ni Turquía, ni hoy Francia, solo podemos hacernos una pregunta: ¿qué hacer? Cuando nos cae encima una guerra así, ¿cómo responder y ganar? Primera ley: llamar a las cosas por su nombre. Al pan, pan, y al vino, vino. Y atrevernos a decir esa palabra terrible, guerra; frente a la que lo deseable, lo propio y, en el fondo, lo noble por parte de las democracias, pero también su debilidad, es rechazarla hasta los límites de su comprensión, de sus referencias imaginarias, simbólicas y reales. La grandeza y la ingenuidad de Léon Blum, que en un famoso debate con Elie Hálevy dijo que no lograba concebir - salvo como una contradicción- ni la idea misma de una democracia en guerra. La dignidad y los límites de las grandes conciencias humanistas de aquellos años treinta que vieron surgir, espantados, a Georges Bataille, Michel Leiris, Roger Caillois y otros colegas del Collège de Sociologie con sus llamamientos ala rearme intelectual de un mundo que creía haber dejado atrás su parte maldita y su historia. Ahí estamos hoy. Pensar lo impensable de la guerra. Consentir esa contradicción que es la idea de una república moderna obligada a combatir para salvarse. Y pensarlo aún con más tristeza porque varias de las reglas establecidas por los teóricos de la guerra, de Tucídides a Clausewitz, no parecen servir para un Estado fantoche que lleva la llama más allá en la medida que sus frentes están desdibujados y sus combatientes tienen la ventaja estratégica de no establecer diferencias entre los que nosotros llamamos la vida y ellos llaman la muerte. Las autoridades francesas lo han comprendido, hasta en las más altas instancias. La clase política ha aprobado unánimamente su gesto. Quedamos usted, yo, el cuerpo social en su conjunto y en su detalle: queda la persona que, cada vez, es un blanco, un frente, un soldado sin saberlo, un foco de resistencia, un punto de movilización y de fragilidad biopolítica. Es desesperante, es atroz, pero así están las cosas, y es necesario actuar con la mayor urgencia.....
Bernard Henry Lévy. El País. martes 17 de noviembre de 2015
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