La noria gigantesca de la plaza de la Concordia ha detenido su movimiento. Parece un reloj muerto, como exánimes parecen los turistas que recorren los Campos Elíseos entre los puestos de Navidad clausurados por el duelo, cerrados por defunción. Pesa el cielo gris. Ha amanecido y atardecido a la vez. Se ha hecho domingo. Y el río es la última superstición, la precaria ilusión con que los vecinos de la rive gauche, la orilla izquierda, se aferran -nos aferramos- a la extrañeza de los atentados. Todos se produjeron en la orilla derecha del Sena. Lo recuerdan la ingravidez de la noria y los altares de velas y flores en la zona cero, de forma que los burgueses del otro margen, aún descoyuntados, se esfuerzan por disimular que el viernes fue un mal sueño. Como si resultara posible regatear las esquelas que ocupan las portadas de los periódicos. "L'horreur", titula L'Equipe. El río es la última ilusión, como antes lo fueron -ilusiones- el símbolo capitalista de las torres gemelas o los trenes proletarios de Madrid. No podían sucederles estas cosas a los parisinos de bien ni a nosotros, los adoptivos. O podían sucederles a los judíos o a los dibujantes blasfemos. Se trataba de de garantías excluyentes, amenazas remotas que aspiraban a exorcizar poniéndose una camiseta:"Je suis Charlie". Fingían este sábado los vecinos de la rive gauche una insostenible normalidad. Las tiendas abiertas, los restaurantes llenos. No había manera de identificar un trauma. Ni de relacionar las dos orillas entre sí, como si las separase el paralelo 38. La barbarie había ocurrido al otro lado. El Sena delineaba la última frontera del confort. Se mentían los parisinos ingenuos de la orilla izquierda, incapaces de admitir que podrían ser ellos los muertos. Civiles. Ni policías ni judíos. Ni humoristas. Eran ellos mismos, que podrían haber reventado cenando en un restaurante camboyano. Y que podrían haber ido al fútbol con sus hijos, Alemania contra Francia en el Estadio de Francia. Y que podrían haber acudido a un concierto en la sala Bataclán, como hicieron otras veces, cruzando el río, evocando la opereta delirante de Jacques Offenbach -"Ba-ta-clan"-, una alegoría exótica, oriental, entre personas que bailan y cantan porque no aciertan a comprenderse con el lenguaje de las palabras: guerra, carnicería, masacre. El río es la última superstición. Se agarran a ella los parisinos del sur como náufragos a una madera. Y pretenden recrearse en una vida normal. Sin fútbol, vale. Sin acceso a los grandes almacenes, de acuerdo. Sin razones ni ganas para montar en la noria. Ignoran que Michel Houellebec, acusado de clarividencia, permanece custodiado en su casa porque le han condenado a muerte los mismos terroristas que el Viernes 13 desollaron la civilización en su embrión mismo, de París se trata.....
Rubén Amón. París. Domingo, 15 de noviembre de 2015
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