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Sobre los tejados de París, Marcel Duchamp y Man Rey juegan una partida de ajedrez. |
Sobre los tejados de París, Marcel Duchamp y Man Rey juegan una partida de ajedrez. El viento despeina a Duchamp, que amenaza con su caballo a Ray. La partida acaba de golpe cuando Francis Picabia lanza un cubo de agua cobre el tablero. Es una de las escenas de Entr'acte, la película fundacional del surrealismo firmada por René Clair en 1924. Entonces, Duchamp era jugador profesional de ajedrez y ya había puesto en jaque a las vanguardias con su Fountain ( el urinal que plantó en su galería neoyorquina ). "Si bien todos los artistas no son juzgadores de ajedrez, todos los jugadores de ajedrez son artistas", decía Duchamp. Las vanguardias del siglo XX jugaron sobre un tablero de ajedrez de estética cubista, de líneas constructivistas, de un rojo comunista, de imágenes psicoanalíticas de Freud, de carga psicológica surrealista, de sonetos del realismo mágico de Borges...Todos jugaron al ajedrez: Salvador Dalí, Giorgio de Chirico, Paul Klee, René Magritte o Max Ernest. Jugaron y perdieron, víctimas de la irresistible atracción del damero y de su metáfora, en palabras de Duchamp. El ajedrez cuenta una historia alternativa de las vanguardias. Y la Fundación Miro la escribe en Fin de partida. Duchamp, el ajedrez y las vanguardias, una magna exposición -patrocinada por la Fundación BBVA- que reúne casi 80 obras (73 procedentes de 45 instituciones internacionales) desde los años 20 hasta la década de los 70, con el arte conceptual de Fluxus o la negación de la propia partida, un grito contra la Guerra de Vietnam que Yoko Ono lanzó en su emblemático White Chess Set una instalación en la que todas las piezas son blancas. "Duchamp murió jugando al ajedrez y dejó una obra póstuma, su particular testamento artístico Étant donné en el que el suelo es un damero. Quizás el ajedrez está en el trasfondo de la vanguardias: ese es el punto de partida de la exposición", explica Manuel Segade, flamante director del Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid. Su apasionante relectura de las vanguardias empieza con el postimpresionismo clasicista de Duchamp, de ecos renoirianos:La partida de ajedrez, (1910), un lienzo que presta el Philadelphia Museum of Art. Un postimpresionismo que pronto evolucionó hacia lo ndadá y los redys-mades, con los que Duchamp arrasó toda la tradición y definió los fundamentos del arte contemporáneo de hoy...
Vanessa Graell. Barcelona. El Mundo, viernes 28 de octubre de 2016
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