domingo, 17 de diciembre de 2017

Confesiones de Marcel Proust

Marcel Proust
El 17 de diciembre de 1906, tras al muerte de sus padres, Marcel Proust se instaló en el boulevard Haussmann, número 102, segundo piso. Cerró cortinas y persianas, se sometió a los tormentos de su asma y empezó a escribir una obra monumental. El primer tomo de En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann, se publicó en 1913. El propio autor tuvo que correr con los gastos de impresión, tras numerosos rechazos. Pero a principios de 1914 recibió la carta, hoy perdida, de un influyente admirador, Jacques Rivière, secretario de redacción de la prestigiosísima Nouvelle Revue Française. Así comenzó un intercambio de correspondencia, trans-formado pronto en amistad, que duró hasta la muerte del escritor. En su primera carta a Rivière, Proust habla ya de su emblemática madalena: "Ha visto usted el placer que me depara la sensación de la madalena mojada en el té". 
Las cartas entre Proust y Rivière acaban de ser publicadas en España por Ediciones La Uña Rota, con traducción, prólogo y notas de Juan de Sola. Es solo una pequeña parte de la correspondencia producida por Marcel Proust, un grafómano que vivía encerrado con sus enfermedades y prefería comunicarse por escrito; Philip Kolb, recopilador de la correspondencia proustiana, calcula que el escritor envió unas 100.000 cartas  a lo largo de su vida. En el diálogo entre Proust y Rivière, el primero va desvelando las claves de su obra, su perfeccionismo obsesivo y su prodigiosa capacidad de observación.
 La correspondencia empieza en 1914 y acaba en 1922, con la muerte de Proust a los 51 años. Rivière no le sobrevivió mucho tiempo: murió en 1925, de tifus, a los 38 años.
En cuanto leyó el primer tomo de En busca del tiempo perdido, Rivière se entusiasmó. Convenció a los responsables de la NRF para que rescataran la edición de Grasset pagada por Proust y se comprometieran a publicar el resto de su obra; el propio André Gide, responsable de haber rechazado el manuscrito en NRF, entonó un mea culpa: dijo que jamás podría perdonarse el error.  Rivière, por tanto, fue descubridor, impulsor y patrocinador de una de las obras culminantes de la literatura del siglo XX. "Si no tuviera creencias intelectuales, si simplemente buscara rememorar y solapar recuerdos con los días vividos, no me tomaría, enfermo como estoy, la molestia de escribir", le dice Proust a Rivière. "¿ Se puede usted creer que ni siquiera pienso que la inteligencia sea lo primero en nosotros?" (...)Yo antepongo el inconsciente, que aquélla está llamada a aclarar, pero que es lo que constituye la realidad, la originalidad de una obra", le dice Rivière cada vez más fascinado por Sigmund Freud...
Enric González. París. El Mundo, miércoles 6 de diciembre de 2017.

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