Christian Bobin |
Él vivía como un ermitaño, en un pueblo de la Francia profunda, ese país también de pueblos vacíos, achicados, pegados a un río o encajados, entre dos montes. Le Creusot era el nombre de ese lugar, el suyo, donde nació y vivió prácticamente toda su vida. Difícilmente lo encontrarás en los mapas, pero allí nació hace 71 años, y allí también ha muerto. Y luego están también otros pueblos que el adoró, en particular Conques, donde se quedó unos días, que fueron meses, que fueron años, deslumbrado por los vitrales, negros y blancos, casi un centenar de Pierre Soulanges. En esa abadía cerca de Rodez, en un pueblo medieval bello como los que tenemos por aquí, va a nacer uno de los libros más bellos de Bobin, La noche del corazón.
A lo largo de su vida publicó más de setenta libros, algunos de ellos apenas unos folletos, pero el tamaño, como bien sabemos, no importa. Basta con abrirlos para quedar deslumbrados, pasmados, como si fuéramos de pronto, reyes, inmortales. Ahí están ellos, rupestres, erguidos como dólmenes de piedra, de roca caliza, que quedan, que quedarán.. Y así ocurre con la muerte: ella nos arranca el corazón, se lo lleva como un ladrón, pero, a la vez, cada separación, cada robo, nos deja más vacíos, y más acribillados también, más deslumbrados, aturdidos por la vida misma...
Aquí está él, en estos libros que nos deja, así que leamos, vayamos hacia ellos, no los dejemos en la mesita, en la estantería, para otro día, porque otro día puede que nunca sea, porque cada día es como una vida, eso nos dice Christian Bobin, a cada página que abres. Y ahora toca volver a leerlo, cerrar de una vez esta hora, este día que era inútil, y que de pronto se abre con la lectura, como en un cielo, ahí está él, Bobin, volteando, con el sol de proa.
Javier Santiso. El País, lunes 28 de noviembre.
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