La luminosa versión de Los chicos del coro que dirige Juan Luis Iborra en el teatro de La Latina viene a ser la alternativa al monocorde menú de comedias musicales anglosajonas que ofrece la Gran vía madrileña. La película de 2004 en la que se basa es una adaptación de La cage aux rossignols, el filme más taquillero de 1945 en Francia. Clément Mathieu, tierno, inteligente y sentimental protagonista de ambas cintas, es un docente que intenta introducir en un reformatorio una educación basada en la confianza entre estudiantes y maestros. Este personaje, interpretado por Jesús Castejón en la versión escénica, está inspirado en dos de los fundadores de Ker Goat (La Casa del Bosque), correccional bretón cuyo joven profesorado introdujo el canto coral entre sus alumnos durante los años de ocupación alemana. El éxito de aquella experiencia inspiró el film original.
Imagen del musical// Isabel Permuy |
La idea de incorporar cuatro niñas al elenco de Los chicos del coro, proveniente de la estrenada exitosamente en el Folies Bergéres de París en 2017, queda perfectamente justificada en la versión española de Pedro Villora, en la que aparece, además, su profesora (Eva Diago), que pone en evidencia desde una óptica feminista la arbitrariedad con la que procede el director del internado. Durante la primera parte de la función, cada uno de sus protagonistas canta una romanza definitoria del carácter del personaje que interpreta, pero ninguna de esas canciones tiene el brillo de los prístinos temas corales que en la segunda parte caen como lluvia fina. Una lesión le impide a Jesús Castejón ser más resolutivo en el dibujo de un personaje que le viene como anillo al dedo. Rafael Castejón, su hermano en la vida real, extrae petróleo humorístico de la negra alma del director del reformatorio. Antonio M. M. convierte al Maxence teatral en una criatura con mayor relieve del que tiene en la película. La irrupción de Iván Clemente en el papel de chico malo que acaba siendo chivo expiatorio tiene un fulgor equivalente a la aparición de Orson Welles en El tercer hombre y marca también el punto de inflexión a partir del cual el espectáculo adquiere volumen, el ritmo creciente y la contundencia de los que adolecía durante la primera parte.
El público de una función de entre semana ovacionó el final y permaneció en pie para escuchar la propina que le regaló la quincena de excelentes niños cantores.
Javier Vallejo. Babelia. El País, sábado 26 de noviembre de 2022
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