Las nuevas campanas tenían un voz antigua, redonda, perfecta. En su fabricación se había seguido un método rescatado de los viejos recetarios de los campaneros medievales. Se trataba de hacer un ejercicio de purismo, una arqueología del sonido. Tenían que repicar como las campanas que hubiese tocado Quasimodo en la novela de Victor Hugo, de haber existido. Sainte Geneviève, Saint Denis, Maurice... Se fundieron en Villedieu-les-Poêles, donde la tradición de golpear el metal es tan antigua que a sus habitantes les llaman les sourdins, "los sorditos". Y si las campanas de antes podían tener un ligero acento ruso, habrá que suponer que estas pronunciaban la a y la e nasales, como hacen en Normandía. Son estas las campanas que colgaban de las torres de Notre Dame el día del incendio. En un momento determinado, los bomberos llegaron a temer que se descolgasen, como ocurría en el Gargantúa de Rabelais, destruyendo lo que quedaba del edificio en medio de un rebato apocalíptico. Pero soportaron la prueba con estoicismo. Tres de ellas, ha bastado con limpiarlas de hollín. Otras dos, dañadas por el calor, ha habido que repararlas y afinarlas otra vez. Se han hecho tres nuevas: Chiara, Carlos y la llamada Olímpica, que sonó durante los juegos de París junto a la pista de atletismo, saludando a los vencedores con su tedeum del triunfo deportivo (una nueva forma de fe). Y luego está la campana Emmanuel, la más antigua. Antes de la mecanización, hacían falta una docena de campaneros para tañerla. Fue la única superviviente de Notre Dame cuando la Revolución francesa fundió 100.000 campanas en toda Francia para los cañones de Valmy. Luego tocó para aquella diosa Razón que se inventó Robespierre. Dobló en la coronación de Napoleón, en el fin de la Gran Guerra y por la Liberación en el 44. Superviviente una vez más, su voz de barítono volvió a sonar ayer en la reapertura de Notre Dame de París.
Miguel-Anxo Murado. La Voz de Galicia, domingo 8 de diciembre de 2024.
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