Interior de la catedral tras la restauración. (Stephan de Sakutin/Reuters)
Nuestra señora de París, la novela que publicó en 1831, empieza con la presentación de los principales personajes: la bella gitana Esmeralda, el jorobado Quasimodo, el archidiácono Claude Frollo, el enamorado Pierre Gringoire o el capitán Febo de Châteaupers... Pero, de repente, el novelista detiene la narración para denunciar el lamentable estado en que se encontraba entonces desvencijada y con aspecto de caerse en cualquier momento. Ni el gótico ni la Edad Media habían sido redescubiertos entonces, ni tampoco existía todavía la idea de que los monumentos del pasado debían ser conservados sino que muchas veces eran considerados molestos mamotretos de los que que deshacerse cuanto antes (en algunos lugares esa visión del pasado no ha cambiado mucho). "La iglesia de Notre Dame de París sigue siendo, sin duda, un edificio majestuoso y sublime", escribe el autor de Los miserables. Pero por muy bella que que se haya conservado a lo largo de los años, es difícil no suspirar, no sentirse indignado ante la innumerables degradaciones y mutilaciones que el tiempo y el hombre han infligido simultáneamente a este venerable monumento".
Gracias al impulso de Hugo, Eugène-Emmanuel Viollet-le-duc , un arquitecto también fascinado por la Edad Media, pudo acometer la gran reforma del templo. De hecho, cuando el mundo contemplaba atónito el incendio en directo, el punto de no retorno del desastre, la sensación de que Notre Dame se iba a perder, fue la caída de la flecha, obra de Viollet-le Duc, que se inspiró en una decoración similar que se había perdido dos siglos antes. La catedral que se quemó era, en gran medida, un edificio del siglo XIX.
Algunos otros lugares de la Francia medieval, desde Carcasona hasta el Monte Saint-Michel -de los que resulta difícil decir si son tremendamente kitsch o bellísimos-, también fueron restaurados por Viollet-le-Duc, un pionero en la reinvención del Medievo como la época que forja nuestro presente.
La fascinación por Notre Dame, y el impacto global que produjo el incendio, reflejan sin duda el poder del turismo masivo -la catedral recibió 12 millones de visitantes el año anterior a la catástrofe- y el irresistible encanto de París; pero también el interminable interés por la Edad Media. Se trata de un movimiento que nació en el siglo XIX, con Nuestra Señora de París; pero también con Ivanhoe, de Walter Scott. Su impronta en fenómenos culturales masivos es indudable, desde el éxito de El nombre de la rosa de Umberto Eco -al que se pueden aplicar los versos de Georges Brassens, "perdóname príncipe si soy jodidamente medieval"-o El señor de los anillos, hasta series como Juego de tronos y Vikingos. También está su indudable peso político en la actualidad...
Por un lado, la Edad Media se presenta como un período lleno de violencia y oscuridad, de dientes podridos y caza de brujas. Por otro, se plantea como una época fundamental para interpretar el presente, sobre todo para cimentar la idea de que Europa solo puede ser cristiana. El medevialista francés Florian Mazel escribe en su reciente y monumental Nouvelle histoire du Moyen Age, de la que es coordinador: "En un contexto de nacionalismo renovado y de tensiones hereditarias, cuyos signos ya eran perceptibles a principios de la década del 2000, pero que han cobrado un impulso considerable en la actualidad, el periodo medieval era a menudo reivindicado por nacionalistas y populistas como el momento fundacional de la nación cultural, religiosa o incluso étnica que pretenden `proteger de la globalización y el multiculturalismo".
Notre Dame, con su inconmensurable belleza, su rotunda presencia en la orilla del Sena en la Isla de la Cité, su capacidad para sobrevivir a los desastres de la historia -se salvó de la quema de París tras la derrota de la Comuna en 1871, y pasó intacta por la II Guerra Mundial- y para superar los tópicos y el kitsch de los recuerdos turísticos y las películas de Hollywood, se alza como un símbolo de la Edad Media real e imaginada, como un espacio cívico que va mucho más allá de su papel religioso. Todas esas tensiones, falsificaciones y reinterpretaciones del pasado medieval han atravesado la compleja restauración de la catedral francesa. Pero la piedra y la lucha de Victor Hugo se han demostrado más fuertes que todo eso.
Guillermo Alteres. El País, viernes 6 de diciembre de 2024.
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