El primer recuerdo que es capaz de conjurar Jean Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940) es el de una bomba. "Tendría unos tres años pero es una memoria física que puedo identificar con mucha precisión. Pese a ser tan pequeño puedo recrear perfectamente la explosión de una bomba en el jardín de la casa de mi abuela en Niza, recuerdo muy bien el susto, el pequeño terremoto. Es algo que todavía está en la memoria de mis piernas", comparte con La Lectura el escritor francés, Premio Nobel de la Literatura de 2008 en un bullicioso café del parisino barrio de Saint-Germain -des-Prés cercano a su casa en la capital, donde lleva un tiempo viviendo presa de algunos achaques, como una rotura de menisco en una de esas rodillas que todavía sienten las explosiones de hace 80 años.
"Otro recuerdo nítido es la memoria del hambre. Y recuerdo el sabor a tierra de la comida, del pan, de las verduras. Todo esaba preñado del sabor de la tierra porque había que enterrar la comida para esconderla y también nos alimentábamos de muchas raíces. Ese sabor a tierra, a muerte, ha seguido siempre en mi paladar".
No es casualidad que su nuevo libro, un libro de 2024 empiece con la memoria de la guerra, del hambre, de los muertos y con la imagen de esas "murallas pintadas de verde, marrón y amarillo" que los alemanes levantaron en Niza sobre el Mediterráneo para impedir a la población el acceso al mar y despistar a los aviones aliados. "Esa sensación de estar encarcelado a cielo abierto, temiendo los bombardeos y las minas antipersonas sembradas por los alemanes tampoco la he olvidado", insiste. A esta memoria se remite Le Clézio en Identidad nómada (Lumen), un conjunto de reflexiones sobre la sociedad contemporánea y sus errores, su particular y heterodoxa visión del mundo y la literatura y su papel catalizador de cambio que el escritor trenza alrededor del relato de muchos episodios de su vida, como ya hizo en obras como El Africano o Canción de infancia.
"Siempre que pienso en la literatura vuelvo a los años de la Segunda Guerra Mundial, porque creo que ahí nació mi vocación. Vivir en Niza era peligroso por los disparos y las minas, así que mi hermano y yo nos quedábamos encerrados leyendo libros, dibujando y escribiendo, lo que era para mí un modo de huir de esa vida enclaustrada", recuerda el autor que comenzó a escribir en las cartillas de razonamiento y con un lápiz de carpintero, pequeños relatos que su madre -a quien dedicó la novela La música del hambre, centrada justo en esos años- cosía en forma de libros. "Tenía necesidad de comunicarme y esa erala forma. Supongo que si eso ocurriera en esta época haría películas o fotografías con el móvil, pero entonces era lo que teneíamos".
Andrés Seoane. elmundo.es 12-11-2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario