jueves, 19 de marzo de 2015

Cyrano, un perdedor

Por ese Festival de Otoño a Primavera, ha pasado la versión de notable importancia de una obra mítica: Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand. En este contradiós que se llama otoño en primavera y a la inversa, ocurren estas raras cosas. Piezas muy estimables que por la acumulación  de estrenos apenas llegan a la gente. .. El genio de Lavaudant, como director, y la interpretación de Patrick Pineau avalan este montaje. Y un espacio escénico, limpio y bien iluminado, en constante despliegue y mutación en torno a un núcleo central. Este núcleo imaginativo y proteico es árbol, torre, balcón de enamorada y escala por donde trepan los versos e imposturas. El espacio escénico de Daniel Loayza y una interpretación coral de la que emerge Patrick Pineau   son la envoltura de un personaje  pendenciero, inteligente y orgulloso. Todo gran actor quiere ser Cyrano y éste de Pineau es de los mejores. Se trata de una tragicomedia en la que el héroe sutil y refinado se define con los perfiles rudimentarios del antihéroe. Cyrano es al suma de muchas contradicciones. Es una figura eminentemente teatral, desde la máscara de su descomunal nariz   hasta el romanticismo  de una dialéctica doble:  la de la palabra sublime y la espada pendenciera. La inteligencia de Cyrano  le sirve para reafirmar un ego público triunfante, y una personalidad más íntima de fracasado. Sus versos solo tienen valor en boca de un imbécil apuesto y seductor; y solo desde su dolorosa clandestinidad sirven a un propósito: cautivar  a la mujer adorada  que ya está rendida a otro. Mírese por donde se mire, Cyrano es un perdedor: Roxana está enamorada de un apuesto mosquetero. La retórica poética del autor es solo un artificio encaminado a demostrar su doble impostura: la del galán desprovisto de dialéctica amorosa y la del poeta romántico privado de atractivo físico.
Javier Villán. Madrid. El Mundo , jueves 19 de marzo de 2015. Teatros del Canal.

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