El 13 de enero de 1898, Émile Zola levantó su dedo índice para denunciar la conspiración de la cúpula militar que arrojó al capitán Alfred Dreyfus a la prisión perpetua y a su destierro en la Isla del Diablo. El "Yo acuso" del eminente escritor, 4.500 palabras dirigidas al presidente de la República y publicadas en la portada del periódico L'Aurore, conmocionaron la Francia finisecular. 117 años después el ministro español de Defensa levantó su dedo índice y se lo llevó a los labios: el gesto delata su propósito de silenciar el calvario padecido por la capitana Zaida Cantera desde que un teniente coronel fue condenado por acosarla sexualmente. Zola dejó claro el motivo de su acusación: "Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice". Morenés, en su afán de escurrir el bulto, también dijo -sin decirla- su sinrazón: mi deber es callar. Y eso, señor ministro, lo convierte en cómplice. El caso Dreyfus y el caso Zaida presentan notables paralelismos. El viacrucis de Dreyfus, condenado por alta traición y rehabilitado años después, comenzó por ser judío. El viacrucis de Zaida, archivada su impecable hoja de servicios, truncada su carrera y pisoteada su dignidad, comenzó por ser mujer. Ambos fueron víctimas de estructuras militares endogámicas y código ad hoc, que anteponen el compañerismo mal entendido, la cadena de mando sin fisuras y la disciplina férrea a cualquier principio ético o moral universalmente reconocido....
Fernando Salgado. La quilla. La Voz de Galicia, jueves, 12 de marzo de 2015.
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