domingo, 13 de septiembre de 2015

Quimper, canales y flores

Para entender mejor la efervescencia creadora que enfebreció a esta costa que llaman La Cornuaille conviene acercarse a su capital, Qimper, pocos kilómetros más al norte. Toda una sorpresa , la encantadora, Qimper, surcada por dos ríos que parecen canales asfixiados por las flores.El casco medieval está lleno de casas de entramado y colores pastel, que arropan a una catedral gótica suntuosa. Frente a la catedral, el Museo de Bellas Artes se aloja en un palacio intervenido de forma magistral por Jean Philippon, uno de los arquitectos que adaptó la estación d'Orsay como museo en París. El de Qimper aloja una buena colección de arte bretón, cuadros costumbristas y naturalistas, pero también artistas de la cuerda de Gauguin. Una amplia sección está dedicada al poeta y pintor Max Jacob, natural de Quimper con retratos suyos firmados por Picasso, Modigliani o Jean Cocteau. La casa donde nació Max Jacob es hoy un restaurante que lo mismo sirve comidas que recitales. Hijo de comerciantes judíos, estudió en Quimper hasta los 18 años, luego voló a  París. Allí conoció a Picasso, a quien alojó en su apartamento y dio clases de francés; con él compartió la bohemia dorada del París de las vanguardias. Aunque se había convertido al catolicismo tras su llegada a París, la policía nazi lo detuvo en febrero de 1944 en la abadía de Saint-Benoît-sur-Loire y lo llevó al campo de concentración de Drancy. Murió allí nueve días después. Al sur de este Finisterre bretón se encuentra Belle-Île, una isla del tamaño de Formentera que es junto con la isla de Ré, la perla turística del Atlántico francés. A Belle-Île vino a parar, al mismo tiempo que Gauguin se instalaba en Pont-Aven , el pintor Claude Monet. Solía plantar su caballete junto a las rocas de Port-Coton, obsesionado con captar una y otra vez las variaciones de la luz. Después de él hubo en la isla más pintores, Matisse entre otros. Belle-Île hace honor a su nombre. Es un oasis climático, nunca hiela, y crecen igual las plantas atlánticas que las flores mediterráneas. Su capital se llama Le Palais con un puerto refugio que ni pintado. La empezó a construir Nicolás Fouquet, intendente de Luis XIV y la rehizo Vauban, el genio de la arquitectura militar del XVII. Abajo el pueblo bulle en actividad cultural. Belle-Île tiene solo cuatro municipios, un montón de pedanías y algunos menhires. Aparte de Le Palais, el pueblo más pintoresco tal vez sea Sauzon, donde además se come de vicio. Al norte de Sauzon, La Pointe des Poulains es un paisaje deslumbrante. Eso le pareció a la actriz Sarah Bernhardt, que con sus cincuenta primaveras encima pasó por allí y vio que se vendía un fortín militar abandonado. Lo compró, hizo construir dos villas más para sus huéspedes y pasó allí los últimos treinta veranos de su vida. Los tres edificios se pueden visitar. Los recuerdos de la diva añaden una gota de drama a un paisaje salvaje, capaz de agitar por si solo las mejores pasiones.
Carlos Pacual. El País. El viajero, viernes 14 de agosto de 2015

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