Portbou es un lugar de paso, un desfiladero que araña los Pirineos y se abre en herradura al mar, aunque Walter Benjamin (1892-1940) lo escogió como su última parada. Más que suicidarse se dejó morir, arrestado con sus correligionarios judíos por la policía franquista, resignado a la travesía que pretendía emprender desde España hasta Portugal y luego hacia América, donde lo aguardaba Theodor Adorno, como lo esperaban tantos colegas represaliados por el nazismo. Había elegido Benjamin un lugar anónimo, pero la propia reputación del filósofo germano relaciona Portbou con un lugar de culto. Sus restos han recibido la dignidad que le arrebataron y ocupan el lugar más honroso de la necrópolis. Que es la Acrópolis pues el camposanto de Portbou se ubica en un apabullante mirador donde el artista israleí Dani Karavan ha concebido un homenaje a Benjamin, una mastaba que conduce al mar entre las paredes de un túnel y que parece evocar las palabras de Hannah Arendt cuando se postró en la tumba de su amigo:"Este es uno de los lugares más bellos del mundo." Cuesta trabajo desmentirla. Y cuesta menos trabajo imaginarse lo que fue Portbou en sus años de bonanza. La perspectiva cenital del cementerio garantiza la ilusión óptica de una ciudad del Ibertren, con sus túneles, sus casitas y sus convoyes ferroviarios, meciendo con su eco lejano el sueño de Benjamin...
Rubén Amón. Portbou. El País, viernes 18 de esptiembre
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