martes, 29 de septiembre de 2015

Bonnard, mirar con el paladar

Un mirar con paladar. Los cuadros de Bonnard que se exponen en la Fundación Mapfre (Paseo de Recoletos, 28, Madrid), son un festín para la vista. Sus amarillos son de polo de limón, sus verdes, de fresca ensalada, sus azules, son un litro de cielo veraniego. Pero lo que los convierte en verdaderamente deliciosos es, más que los colores en sí, las combinaciones. Combinaciones, por cierto, fractales. Porque las hay en los planos de color y las hay dentro de cada uno de esos planos. En cada centímetro cuadrado se amasan dos, tres o cuatro colores diferentes. .. Pierre Bonnard (1867-1947), a caballo del Impresionismo y del Simbolismo, es el paradigma de una revolución que estaba liquidando jovialmente lo que habían sido los fundamentos de la pintura. Jovialmente porque los artistas como él no redactaron manifiestos pidiendo que se quemaran las bibliotecas (como los futuristas) ni pintaron sobre las obras maestras del pasado (como los dadaístas). Sin embargo arrinconaron definitivamente el dibujo, el claroscuro. el color realista y la ilusión espacial....La exposición que comentamos es la retrospectiva más importante que se ha dedicado en nuestro país al pintor. Por el número de obras, casi 80, y la diversidad de procedencia, una treintena de colecciones públicas y privadas, es difícilmente repetible. Está organizada al margen de la cronología, salvo en su primer apartado. Porque es el dedicado al Bonnard japonista y eso remite a un período concreto: loas años inmediatamente posteriores a 1890, cuando se celebró en París una gran exposición de grabados Ukiyo-e, cuya visita marcó a toda una generación de pintores. Los formatos verticales de los biombos, los grandes espacios en blanco y los contrastes de plano son huellas inequívocas de esas influencias. Otras secciones son las tituladas Interior, Intimidad, Retratos elegidos, Ultravioleta, Las grandes decoraciones, Obra gráfica yFotografías. Destaca su tratamiento del desnudo que ha fijado en encuadres memorables, como el conocido de La bañera (1925) en el que aparece sumergida su esposa Marthe.... Pero la mayor sorpresa está en los autorretratos de los últimos años de su vida. Muestran a quien fuera un hirsuto pintor enflaquecido y desprovisto de pelo, convertido en un bonzo. Pero sigue bañado en una luz naranja y su rostro es sereno. Se le ha llamado el pintor de la felicidad y comprobamos que es luz no se apagó hasta el último momento.
José María Parreño. El Cultural 25-9-2015

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