Luz bretona para Gauguin y Monet. De Pont-Aven a Belle-Îlle, una ruta por el norte de Francia en busca de la magia atlántica que inspiró a grandes pintores y sedujo a la actriz Sara Bernhardt. Eran unos ingenuos. Vieron alguna gárgola ostentosa en casas centenarias y pensaron que allí había clientes para sus cuadros. Cierto que por entonces Pont-Aven era un pueblo rico, gracias al cabotaje y los molinos, con cerca de cuarenta posadas, hoteles y tugurios. Paul Gauguin apenas vendió cuadros en su vida. Pero dos cosas eran ciertas: aquel era un rincón más barato que París y era un lugar exótico, de moda. Así que empezaron a llegar pintores de Londres, Filadelfia, países nórdicos... "Los americanos", les decían los lugareños, metiendo en el mismo saco incluso a franceses con mostacho. Aquella primera generación de pintores, de corte academicista, estaba encantada con las cofias bretonas, los trajes y joyas, los calvarios, el paisaje... Y pusieron Pont-Aven en el mapa. Cuando Gauguin llegó a Pont-Aven en 1886, pintaba aún como los impresionistas. Y en el pueblo los artistas dividían sus cuarteles: los academicistas se alojaban en el Hôtel des Voyageurs (hoy galerías de arte); los rompedores en la pensión Gloanec (que abrió luego un hotel, el actual Ajoncs d'Or). Dos años más tarde Gauguin conoció alli a Émile Bernard y, mano a mano, crearon el sintetismo , Bernard con el lienzo, Bretonas en la pradera y Gauguin con Visión después del sermón. Este lienzo fundacional, junto con Pont-Aven y su entorno, son protagonistas en la saga policíaca del comisario Dupin (El misterio de Pont-Aven, Muerte en las islas), betsellers de Jean-Luc Bannalec llevados a la televisión y al cine. Gauguin cuyo estudio se conserva tal cual, frecuentaba el cercano Bois d'Amour con sus colegas Bernard, Paul Sérusier, Meyer de Haan, Charles Filinger... Apenas una decena de pintores conocidos como la Escuela de Pot-Aven, los cuales cuando Gauguin puso rumbo definitivo a Tahití, se dispersaron, pasando a los libros como "los Nabis". En Pot-Aven quedan algunas de sus obras, en un museo que está siendo ampliado y reabrirá a finales de este año. Aparte de su aura artística y sus galletas, el pueblo sigue siendo una delicia...
Carlos Pascual. El País, El Viajero, viernes 14 de agosto
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