miércoles, 9 de septiembre de 2015

La tierra prometida

En Europa, el debate sobre la cuestión de los inmigrantes, está tomando un cariz surrealista. Se empezó construyendo ese cajón de sastre conceptual, ese engendro jurídico, los inmigrantes que no quiere decir nada y borra la diferencia, no obstante esencial, central en nuestro Derecho, entre inmigración económica e inmigración política, entre refugiados empujados por la pobreza y desplazados por la guerra, entre la famosa miseria del mundo a la que ni la mejor voluntad puede dar cabida completamente y los supervivientes de la opresión del terror, de las masacres, respecto a los cuales tenemos un deber de hospitalidad incondicional que se llama derecho de asilo. Cuando se acepta esta diferencia, es para dar rienda suelta a esa otra engañifa, a esa otra mala acción, que hace creer a unas opiniones públicas desconcertadas que esas mujeres, esos niños, esos hombres que pagan miles de euros por tener la oportunidad de embarcar en uno de los cascarones improvisados que atracan en Lampedusa o en la isla de Kos, pertenecen a la primera categoría cuando en realidad pertenecen en un 80% a la segunda, la que generan, en Siria, en Eritrea o Afganistán, el despotismo, el terror, la guerra, el extremismo religioso y la yihad, anticristiana, y que según la ley hay que examinar caso por caso, y no en tropel. Cuando hay consenso, cuando las cifras están ahí y no hay más remedio que admitir que, en la mayoría de los casos, nos encontramos ante gente que huye de la peor de las barbaries y de una muerte segura, hay quien lanza , como ha hecho el jefe de la diplomacia rusa, esa tercera nube de tinta que pretende que las guerras de las que huyen esos refugiados son las que se libran en los países árabes bombardeados (sic), cuando en realidad se trata -una vez más, ahí están las cifras - de una inmigración llegada mayoritariamente de un país árabe, Siria, en el que, precisamente, Europa y el mundo en general no han querido librar la guerra que exigía el deber de injerencia que contempla el derecho internacional cuando un déspota loco decide vaciar su país tras haber matado a 240.000 conciudadanos..... 
Bernard-Henri Lévy. El País, domingo 30 de agosto de 2015

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