El enclave que separa España de Francia añora la edad de oro de las aduanas, cuando venían los trenes y las cigüeñas de París. Puede que Portbou sea el pueblo de Girona menos independentista y el que más aspira, curiosamente, a la creación de una frontera. No por razones políticas ni identitarias. Más bien por nostalgia de la edad de oro en los años setenta cuando descendían en la estación local 3.000 pasajeros diarios. Y se empleaba a un centenar de guardias civiles. "Y dos orquestas tocaban a la vez", nos recuerda Joan en el desengaño de una vía muerta, orgulloso de su uniforme de ferroviario y de sus 39 años de servicio. No se ha jubilado todavía el operario, pero ha capitulado o se ha jubilado de Portbou, compadeciéndose de su propia decadencia a semejanza de little Detroit. A Joan no le gusta que hablemos de ciudad fantasma, aunque cuesta sustraerse a la agonía, con más razón después de coronar la frontera de asfalto en el límite de Francia. Las casetas de control de pasaportes están recubiertas de grafitis. Y los negocios que antaño solemnizaban el estraperlo podrían declararse en peligro de derrumbe. Sucede igual con las casas señoriales del paseo de la Sardana, a la orilla del mar. Se resienten de un aspecto decrépito y fantasmagórico, aunque a Joan el ferroviario no le guste el término. Ni le gusta a Manuel Torres la paradoja de su negocio de hostelería en la hipótesis de la independencia. Se llama España su terraza o El España, toda vez que las presiones e intimidaciones ambientales le constriñeron a personalizar los titulares del negocio. Manuel Torres es cordobés de nacimiento, trabajó en las compañías aduaneras cuando Portbou era un potosí, se recicló de camarero, terminó adquiriendo El España y fue alcalde del municipio entre 1.999-2008. Primero con un partido independiente. Después con las siglas de CIU, orgulloso de haber conseguido que Alvárez Cascos, ministro de Fomento, habilitara el túnel que ha puesto fin a la ruta de la biodramina -un agotador circuito de curvas- y que devolvió a Portbou un repunte en su idiosincracia de ciudad de paso. No solo por el ajetreo de los trenes que antaño venían de Francia, de Alemania, de Italia. También por la memoria de los exiliados, centenares de miles de republicanos que atrevesaron la Termópilas de Cataluña para refugiarse entre los riscos de Francia, una caravana de refugiados que suscita en 2015 inquietantes comparaciones continentales...
Rubén Amón. Portbou. El País, viernes, 18 de septiembre de 2015
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