A Borgoña se acude en pos de los placeres del vino y de la buena mesa. Pero esos valores nos ocultan otros dones de una tierra donde la naturaleza y la historia han sido particularmente generosas. La luz invernal resalta los contornos de un paisaje de viñas y pueblos medievales cuya belleza cautiva en cualquier estación. La capital de la región es Dijon, una elegante ciudad con un casco medieval donde el gótico se cruza con el renacimiento en algunas iglesias y en incontables palacetes construidos cuando Dijon era el centro del comercio de especias y los mercaderes alardeaban de su riqueza. La gran atracción de la ciudad es el Palacio de los Duques de Borgoña, un recinto ampliado y embellecido entre los siglos XIV y XIX. Durante ese tiempo los duques se codeaban con las mayores dinastías europeas y, a juzgar por sus sobrenombres ( Felipe el Atrevido, Juan sin Miedo, Carlos el Temerario), debían de ser gente de armas tomar. Tras subir las 316 escaleras de la Torre de Felipe el Bueno -una excepción entre sus feroces parientes- se comprende porque el rey Francisco I (sigloXVI ) dijo, quizás exagerando en el redondeo, que Dijon era "la ciudad de los cien campanarios". Recorrer el casco antiguo de Dijon es, sin duda, una experiencia que cautiva. Las calles, peatonales, están bordeadas por edificios de madera entramada y tejados de cerámica que albergan anticuarios y comercios de productos locales, sobre todo la celebérrima mostaza de Dijon. Recomiendo recorrer primero la rue Verrerie y, después aprovisionarse de mostaza en la moutarderie Fallot (rue de la Chouette) o en el mercado junto a la place François Rude, donde también se vende pain d'epices (miel, anís y jengibre ) y dulces de cassis (grosella negra) que recuerdan la importancia de Dijon en la ruta medieval de las especias. Pero como se encarga de señalar la estatua del vendimiador que se alza en la place Rude, el producto que da fama mundial a Borgoña es el vino. Y es que al salir de Dijon en dirección sur, los viñedos tapizan un paisaje moteado de bosques, castillos y abadías. Estamos en la comarca de de la Côte d'Or. Una ladera dorada por el color que adquiere el paisaje, especialmente en tiempos de vendimia, pero también en invierno, cuando los últimos rayos solares tiñen de amarillo las colinas y los tejados esmaltados de las casas e iglesias de los pueblos. La Côte d'Or termina en Beaune, una ciudad que justifica por sí sola el viaje a Borgoña. Se enorgullece de albergar las bodegas más espectaculares de la región y de contar con el Hôtel Dieu, otro símbolo del poder de los duques de Borgoña. Este hospicio para pobres inaugurado en 1452 parece más bien una residencia para príncipes, sobre todo una vez que se accede al patio central, donde la doble galería sostiene un elegante tejado policromo. Su magnífica Salle des Pôvres (50 metros de largo, 14 de ancho y 16 de alto) se considera uno de los mejores ejemplos de arquitectura civil medieval de Francia...
Iñaki Gómez. Viajes, National Geographic, número 191
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